miércoles, 20 de marzo de 2019

DE VISITA EN AUSCHWITZ-BIRKENAU, PIENSO EN LOS VOTANTES DE VOX


Alejandro Álvarez

Este fin de semana pasado, invitado por mis hijas, he viajado a Cracovia, una hermosa ciudad del sur de Polonia, llena de turistas y estudiantes de Erasmus, lo que confiere a sus noches el ambiente de una ciudad universitaria española. A unos setenta kilómetros de la misma se encuentra Auschwitz (de visita obligada para cualquiera que desee mantener viva la memoria del pasado), el mayor campo de concentración y de exterminio construido por los nazis para encarcelar y/o exterminar a personas judías (el mayor número con diferencia), gitanas, homosexuales, activistas políticos polacos, prisioneros de guerra soviéticos, comunistas y socialistas de varios países de Europa o republicanos españoles, mujeres y hombres usados como mano de obra esclava o enviados a las cámaras de gas. 

Con una extensión de 170 hectáreas solo en Auschwitz II, el campo de concentración y exterminio constituye una muestra clara de lo que fue todo un complejo industrial perfectamente planificado, como si de una gran acería o una fábrica de coches se tratase, para el encarcelamiento y aniquilación de los enemigos políticos del Tercer Reich y de etnias que deseaban exterminar.

A pesar de conocer de antemano y con bastante exactitud la dimensión de la barbarie cometida en este y otros campos de concentración y exterminio, resulta imposible no sentirse conmovido, impactado y concernido al visitar los barracones en los que aún se conservan las huellas evidentes de aquella tragedia o al pasear por los espacios diseñados para tal barbarie. Y junto al torrente de emociones que, en algunos momentos del recorrido, pueden llegar a embargarnos, brotan desde el plano de la razón, conmovida por las imágenes y, sobre todo, por los datos, preguntas sin respuesta que incrementan aún más la desazón: ¿Cómo se pudo llegar a semejante monstruosidad? ¿A qué grado de perversión de valores puede llegar el ser humano para cosificar hasta tal punto a otras personas, tratarlas como productos industriales de desecho, no solo individualmente (lo cual es bastante más frecuente de lo que creemos) sino a colectivos humanos enteros, ya sea por su identidad política o por su identidad étnica, para planificar su total exterminio? Y, al tiempo, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Cómo es posible que un pueblo que sufrió tan descarnadamente esa barbarie permita ahora que su gobierno trate a los palestinos con semejante desprecio? Es evidente que, como seres históricos que somos, cuando la irracionalidad y el odio al otro se convierten en instrumentos de la acción política y desplazan a la racionalidad y la solidaridad con los demás, el ser humano endeble en que nos convierten puede justificar nuevas atrocidades humanas y puede llegar a “normalizar” la barbarie en nombre de ideologías que, como falsas conciencias (religión, supremacismo racial,...), pervierten nuestra visión de la realidad.

En aquel espacio de memoria, mantenido para que conste “para siempre, para la umanidad, un grito de dezespero y unas sinyales” (como recuerda una placa en la lengua sefardí, dentro del campo), es difícil olvidar que todavía hoy hay negacionistas de aquella barbarie (la visita al campo debería ser terapia contra tal actitud) y de que en nuestro país nunca ha sido denunciado por amplios sectores políticos españoles el exterminio llevado a cabo por la dictadura franquista (“Hay que exterminar la mala hierba que creció en el suelo de la patria”, repite con frecuencia la prensa franquista en los años cuarenta para justificar la persecución a muerte de los republicanos). 

Y entre las vías del tren por las que llegaban los “cargamentos” de las personas-cosa destinadas a la aniquilación desde distintos lugares de Europa, a uno se le viene a la mente la idea trágica de que en la Europa de hoy, incluida España, aquellas ideas, nacidas en ciertos sectores políticos con claros intereses de clase e inoculadas en las mentes de personas humildes en las que la racionalidad no había germinado o había sido desplazada por la irracionalidad, pueden volver a imponerse y desatar de nuevo al dragón del fascismo. Y conmovido por el espacio de la memoria, recordé aquellos versos de atribuidos a Bertolt Brecht:

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,
no había nadie más que pudiera protestar.


Y pensé en esas buenas personas que, posiblemente engañadas o inconscientes, se dejan seducir por un partido claramente fascista como Vox (que arrastra hacia su deriva a PP y C,s) con argumentos tan poco racionales como ese tan repetido de “es que esos tienen cojones”. Y confieso que momentáneamente me dejé llevar por el desconsuelo, pero finalmente pensé que todavía somos muchos los que estamos dispuestos a hacerles frente antes de que “no quede nadie que pueda protestar”. Y como “un grito de desespero y una señal” contra ese peligro concebí esta reflexión.


                     DdA, XV/4117                    

1 comentario:

Anónimo dijo...

No fue Bertol Brecht sino Martin Niemoeller, pastor protestante alemán, el autor que cita Vd.

Publicar un comentario