Lazarillo
Mucho celebro que mi estimado y leído historiador Ángel Viñas se ocupe hoy en su blog de un periodista, poeta y escritor asturiano al que algunos en aquella región empezamos a leer casi al tiempo que en el parque de San Francisco de Oviedo se le rindiera como homenaje un monolito, a finales de los años sesenta del pasado siglo, con estos versos suyos: Si soy el roble con el viento en guerra,/ ¿cómo pude vivir con la raíz ausente,/cómo se puede florecer sin tierra? Antes ya había tenido oportunidad de observar este Lazarillo, posiblemente al regreso de Alfonso Camín a Asturias procedente de su exilio en México, los auténticos montones de libros de ese autor que se exhibían en el escaparate de una librería (¿Cervantes?) de la calle Corrida de Gijón. Mucho después tuve oportunidad de leer una vieja edición de las entrevistas literarias que Camín hizo en el Madrid de los años veinte a los más celebrados escritores de la época, sobre la que José Luis García Martín hizo hace años una nueva edición con la misma portada, en la que aparece el periodista de joven.
Alfonso Camín, de unos años a esta parte, es mucho más conocido en Asturias gracias sobre todo a que sus poemas fueron magnificamente musicados por el cantautor tinetense Rafael Lorenzo. Uno de sus discos se llama concretamente A Hierro y fuego, que Rafa glosa como un resumen cantado de uno los libros en prosa del escritor que más le fascinan. Se trata del mismo que ha interesado a Viñas, España a hierro y fuego. Diez meses con los sublevados y que por su título principal recuerda el título de otro libro de otro periodista que escribió sobre la Guerra de España, Manuel Chaves Nogales, A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, con la diferencia notable de haber sido éste mucho más difundido y publicitado que el olvidado y magnífico libro del escritor gijonés. Se refiere en este caso el historiador a la edición de corta tirada llevada a cabo por una pequeña editorial en Pola de Laviana, prologada por un gran admirador de Camín, Albino Suárez. Pasó a insertar lo que escribe Ángel Viñas a propósito del libro, con edición a cargo de la editorial Norte de México. Son totalmente pertinentes las observaciones que Ángel hace al final de su artículo acerca de la necesidad de una reedición crítica de España a hierro y fuego. Según me comenta el propio Rafa Lorenzo, que me habla de una primera edición del libro (1937) en Mieres, el mismo había propuesto una reedición crítica al Ayuntamiento de Gijón el año pasado, sin que se interesaran por ella, posiblemente porque aquel Ayuntamiento, gobernado por la derecha y con su alcaldesa en la foto de familia tripartita de la Plaza de Colón, no se aviniese a ello.
Se trata de la obra de un tal Alfonso CAMIN, titulada ESPAÑA A HIERRO Y FUEGO. Diez meses con los sublevados. Se
publicó en México en 1938 en una editorial llamada Norte y, en edición
facsimilar, se ha republicado en Asturias por una, supongo, pequeña
editorial denominada Alto Nalón, en Pola de Laviana. Le acompaña un
corto prólogo de un antiguo minero, Albino Suárez, admirador confesado
de la obra -ingente- de su paisano y que, en mi modesta opinión, no pone
suficientemente en valor la importancia del libro, sus afirmaciones y
las cuestiones que sugiere. Terminó de imprimirse el 12 de diciembre de
2012 en el XXX aniversario, se afirma, del fallecimiento del autor.
La obra tiene 430 páginas y narra en estilo directo, sin florituras,
las “aventuras” del autor desde el Madrid inmediatamente antes del
estallido de la sublevación en julio de 1936 hasta su huida a Portugal,
desde Galicia, diez meses más tarde. Sin sospechar nada de lo que se
preparaba se había ido de la capital en coche, conducido por un chófer, a
pasar las vacaciones en su tierra y se detuvo en Palencia a visitar a
unos amigos. Es en esta adormecida ciudad donde le despertó el estruendo
de las bombas y el crepitar de los fusiles y ametralladoras.
Fue el principio de un largo viaje a lo largo del cual pasó por León,
El Ferrol, Coruña, Ribadeo, Burgos, Luarca, etc y en el que atravesó
innumerables momentos de angustia y pocos de alegría. No sabemos si
llegó a tomar notas -algo peligroso- en las circunstancias o si retuvo
sus vivencias en la memoria. Tampoco si adornó el relato, en el que con
múltiples señales y detalles recogió el horror que fue presenciando en
los distintos lugares por los que pasó en la zona sublevada y,
singularmente, en Asturias.
A pesar de la facilidad de la escritura, aunque de calidad poco
arrebatadora, y de dar casi siempre cuenta de las personas con las que
trató, se hace difícil -desde la salva distancia de más de 80 años- de
comprender el cúmulo de barbaridades que describe. Si solo la mitad de
lo que cuenta respondiera a los hechos, la ferocidad y salvajismo de los
actos de represión contra los republicanos, liberales, masones,
comunistas y socialistas supera fácilmente una gran parte de la
literatura testimonial que conozco.
La impresión, muy nítida, que se desprende es que la sublevación
militar y falangista (no olvidemos que Camín empezó a presenciarla en
Castilla la Vieja) es que una especie de odio y de rabia acumulados
durante años derrumbó todos los modos de convivencia ciudadana que
habían regido hasta entonces. Burgueses de derechas, guardias civiles,
soldados del remplazo y oficiales y suboficiales del Ejército, presas de
un ansia asesina, empezaron a pasear, fusilar, detener y humillar a
quienes creían enemigos de la PATRIA. Daba igual su edad, su sexo o su
condición, muertos sin contemplación alguna por los guardianes de la
futura nueva España.
La lectura de tales atrocidades, continua, sin compasión alguna para
el lector, pronto se hace difícil y no tengo reparo en afirmar que,
después de un centenar de páginas, hube de continuarla en pequeñas
dosis.
Una reimpresión de la obra hubiera debido llevar, en mi opinión, una
presentación crítica, hecha por algún historiador asturiano o
castellano, que pudiera dilucidar hasta qué punto muchas de las
atrocidades encajan con el comportamiento de los sublevados y cuáles
podrían haber sido fruto de la imaginación del autor. En definitiva, una
edición crítica.
Es posible que en los lugares por los que Camín viajó persistan
memorias de las barbaridades cometidas en aquellos años, en general
sobre víctimas presentadas como absolutamente inocentes.
Para mí, el texto de Camín corrobora lo que siempre he escrito acerca
de las atrocidades cometidas por los sublevados. Siguiendo las
instrucciones de Mola, se trataba de descabezar toda posibilidad de
resistencia aniquilando a las autoridades políticas y administrativas
republicanas, ya fueran provinciales o municipales; destruyendo la
capacidad de reacción de las masas obreras mediante el asesinato de los
responsables sindicales y de partidos y, no en último lugar, dando un
sajo sangriento en el cuerpo social, de manera más o menos
indiscriminada siempre que fuese entre las masas izquierdistas, para
inducir un estado de shock paralizante e inhibidor de toda posibilidad
de resistencia.
Curiosamente, Camín no apoda a los sublevados como era costumbre en
aquellas fechas en plan de facciosos o fascistas, sino que utiliza
constantemente un adjetivo desorientador: a todos ellos les calificó de
“negros”.
Sería un tanto irresponsable reproducir varios de los episodios que
narra Camín. Me contentaré con indicar dos. El primero se refiere a la
toma de Luarca. En el combate cayó herido el comandante de Carabineros
que defendía la plaza. Fue hecho prisionero y condenado a muerte, pero
se le dejó en el hospital para fusilarlo apenas pudiera ponerse en pie.
El comandante se extrañó. Curarle para después fusilarle era cosa de
rufianes. El era un hombre y pidió que le fusilaran inmediatamente. Se
le concedió su deseo. La ejecución tuvo lugar en domingo. Acudió a
presenciarla la “buena sociedad”: el cura, los señoritos, el banquero,
las beatas y las mocitas histéricas a la salida de misa. El comandante
no podía moverse. Estaba herido en el vientre. Se le trasladó en una
silla hasta las paredes del cementerio. Se le arrimó al muro. Entonces
el pidió que se le diera permiso para mandar el piquete de ejecución y
exclamó: “¡Yo no deshonro el uniforme! ¡Yo no soy un traidor! ¡Viva la
República! ¡Viva el Ejército de la Nación! ¡Carguen!, ¡Apunten!,
¡Fuego!”. Es posible que haya quedado algún recuerdo. La memoria. Es
difícil, aunque no imposible, que alguien escribiera algo al respecto.
El segundo se refiere a una de las visitas que Camín hizo a A Coruña.
Había allí numerosos presos, lo lógico en una ciudad que los sublevados
tildaban de “roja”. Por ella pasó en una ocasión el general Cabanellas.
Al comunicarle los presos que había se mesó airado la “blanca barba
masónica. ¿Y qué hacéis con ellos? Lo que usted diga, mi General. En
cuanto yo me vaya, que no quede uno”.
Esto es congruente con una de las anotaciones que José María
Iribarren, el primer narrador del golpe de Mola, escribió en el margen
de su libro, secuestrado por la autoridad militar tal y como hemos
descrito en EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO. Iribarren señaló que
Cabanellas tenía la costumbre de viajar -no estaba ya al frente de
tropas y había sido nombrado Inspector General del Ejército- y por los
lugares que pasaba solía preguntar si había prisioneros. Cuando la
respuesta era afirmativa, la orden que daba era siempre la misma.
¡Caramba con el general que había tenido fama de ser republicano!
En algunos de los posts del año pasado hice algunas sugerencias que,
naturalmente, no espero que las autoridades a que iban dirigidas tomasen
en cuenta. Ahora bien, teniendo en cuenta lo que va a pasar en
Andalucía, con la derogación de la ley andaluza de Memoria Histórica,
una de las más avanzadas en su género, pienso que tal vez los
responsables de la Autonomía asturiana bien podrían encargar, en este
año del ochenta aniversario del final de la guerra -que no de la
campaña-, una edición crítica de esta obra de Camín. ¿Inventó cosas?
¿Describió correctamente lo que había visto? ¿Qué se recuerda, de nuevo
la memoria histórica por medio, en las colectividades por las que hizo
su gira en medio de las llamas y horrores de la España sublevada?
Y, en todo caso, como imagino que los 500 ejemplares de la editorial
Alto Nalón estarán ya agotados, ¿no podría reimprimirse o -al menos-
digitalizarse la obra del escritor asturiano?
DdA, XV/4099
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