lunes, 4 de febrero de 2019

EL ENTREVISTADOR ESTRELLA

Jaime Richart

Cualquier socialista, moderado o no; qué digo, cualquier huma­nista sabe hasta qué punto en sociedades moralmente atrasadas, atrasadas en moral civil, trufadas de hipocresía y de ideas religio­sas prostituidas, como son el caso de España y Venezuela, es difícil llevar a cabo programas y planes de justicia social que arrinconen el efecto de la caridad sólo justificada para tiempos de guerra, de postguerra o de desvertebración de la socie­dad. Con otros ingredientes pero el mismo cocinado es lo que in­tenta­ron otros vigilantes del proceso revolucionario perse­guido por Nicolás Ma­duro en Venezuela, como Hus­sein en Irak o Ga­daffi en Libia, y ya vi­mos los resultados. Confiemos en que no acabe de la misma manera Maduro.


Porque ahora Maduro, respetando las libertades públicas como se ve palpablemente al no haber encarcelado in­me­diatamente a ese títere payaso que se ha erigido presidente, dirige otro pro­ceso social revolucionario que contra viento y ma­rea intenta pro­seguir el iniciado por su predecesor Chávez. Un proceso que per­tenece al socialismo sin ambages, por oposición al individua­lismo más execrable, cuya palabra evitó Maduro en el transcurso de la entrevista que le hizo ayer un periodista español revelado como bastante más miserable de lo que pudiera supo­nerse. Y se­guramente la evitó, porque la palabra “socialismo” está desvir­tuada desde que sus ideólogos la transmutaron en“so­cialdemocra­cia”, y al desnaturalizarse su significado primige­nio, está convergiendo poco a poco en la praxis con su contraria: la ideología de la privatización de lo público y hasta del aire que res­piramos.


En todo caso, un proceso revolucionario que cuenta con la cer­val enemiga del orbe neofascista tanto porque a toda costa quiere el petróleo de Venezuela como porque si triunfase media­namente le pondría en evidencia. Un limbo, el neofascista, envai­nado en la funda neoliberal a su vez alojada en la franja geo­política que va desde Washington hasta Madrid, pasando por Londres, Bonn y París, capitales de esos países donde bulle y me­dra el más extremo individualismo de los ricos más misera­bles, con su cortejo de acomodados que en estos tiempos críti­cos pueden considerarse ricos de segunda fila. Un individua­lismo que arrastra a otros países del continente que, por su me­nor rango y extensión, son sus subordinados y formando entre to­dos una argamasa heterogénea a la que en estos momentos lla­man pomposamente “Europa”: la Europa que exige sin condicio­nes a Maduro elecciones presidenciales... y si no la guerra.


Pero hablando del periodista que entrevistó ayer a Maduro, puede decirse que hasta el menos avisado de los ciudadanos sabe hasta qué punto el entrevistador puede o no ayudar a lucirse o a fracasar la posición del entrevistado. No se puede decir que Maduro fracasase, pues recibió cancha para extenderse en la expo­sición urbi et orbe de su intensa y extensa gama de progra­mas políticos en todas direcciones. Sin embargo el entrevistador de ayer, que no ocultaba su impaciencia disparando ansiosa­mente pregunta tras pregunta, estaba visto que iba preparado tanto para no ayudarle como para complacer a todos los enemi­gos de Maduro que en España y en Europa aullan pidiendo san­gre: desde sus jefes y propietarios de La Sexta, pasando por el pre­sidente español y los barones de su partido que son los que mandan realmente en el partido y en el gobierno, hasta esos perio­distas despreciables que emporquecen años y años los platós y trabajan frenéticamente a favor de "lo neoliberal" que no con­siste en otra cosa que trocear la propiedad y los servicios públi­cos para que la propiedad colectiva desaparezca y ahora para que Estados Unidos y "Europa" se apropien del petróleo y riquezas de Venezuela.


Este periodista de ayer, que empezó hace muchos años como fin­gido bronquista y se ha convertido en entrevistador estrella, se lo ha jugado todo a una carta, ha hecho números y, sabiendo que hasta el líder de la izquierda universitaria ha traicionado a Maduro y a su causa”, ha calculado que el éxito de la entrevista estaba asegurada en una España que no tiene remedio. En una Es­paña donde (salvo las excepciones de siempre) si la mitad de los políticos y de los periodistas debieran estar en la cárcel; unos por ladrones, otros por impostores y otros por libelistas continua­dos, la otra mitad (salvo las excepciones de siempre) de­bieran estar en un manicomio; unos por tornadizos, otros por esquizoides y otros por miedo patológico a la "superioridad" que son los dueños financie­ros del mundo...

                DdA, XV/4.078                   

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