Texto que tuve el placer de leer con motivo de la presentación ayer, en el teatro Filarmónica de Oviedo, del documental Grecia en el aire, basado en el libro del mismo título (ed. Acantilado) del profesor, escritor, cineasta y helenista Pedro Olalla. El hecho de que al acto asistieran más de quinientos personas, habla de por sí del prestigio del que goza Pedro Olalla, aunque nunca hasta la fecha había tenido oportunidad de ser invitado por su ciudad natal. En esta ocasión, lo ha hecho posible la concejalía de Educación y la Universidad Popular del Ayuntamiento de Oviedo. El acto, que empezó a las siete y media de la tarde, se prolongó hasta las diez y media de la noche a causa del interesante coloquio entablado al término de la proyección.
Félix Población
En el intenso y absorbente documental que vamos a ver esta tarde, Pedro Olalla nos habla, desde la colina de Pnyx, de una patria del espíritu, que tiene como asiento el solar de la asamblea y la tribuna de oradores, a la vista de la ciudad, en un oasis de aire y piedra. Estamos en la fuente de la democracia, de la que beberá la cultura de la ciudadanía.
Creo recordar que
desde ese mismo lugar contemplé la Acrópolis un atardecer de invierno
durante mi primer viaje a Atenas. Esa noche soñé con un flamante Partenón
reconstruido, de una belleza encendida, con sus imponentes columnas dóricas y
la dorada pátina de sus mármoles pentélicos brillando al último sol. Puede que
la imagen saltara al inconsciente del sueño desde la ilustración de algún viejo
libro infantil. Un nuevo vocabulario afloró al conocimiento con la armonía arquitectónica
del antiguo templo de Atenea, símbolo paradigmático de la ciudad de Pericles en
los tiempos de mayor lustre de la democracia ateniense. Palabras como
peristilo, pronaos, arquitrabe, opistódomos, estilóbato, metopa o friso dieron
nombre a sus partes.
“Los poderes
financieros -nos dice Pedro en el capítulo Elegía de su documental- se están
haciendo con el poder político a través de la creación y de la explotación de
la deuda. El poder de facto se está convirtiendo en un poder de iure cuya
finalidad es la continuidad de un sistema perverso”. Hay evidencias de ello. Sabemos
-aunque interesadamente nos lleguen pocas noticias de allí- que más de una
persona se suicida en Grecia cada día desde los primeros meses de 2.010. La suma llega a
3.500 en los últimos cuatro años. Este verano pasado ardió el Ática. No
encontramos referencia a la repercusión que pudo haber tenido la política de
recortes impuesta por la dictadura de los mercados en la prevención de la
tragedia, pero sí que murió casi un centenar de personas. “Nadie nos avisó de
nada”, se oyó decir a las víctimas. Aquellas cenizas del Ática pueden ser la alegoría de un país en el que la democracia puede ser -en expresión de Sófocles- una sombra de humo.
“Soy consciente y
de mí se apodera el dolor viendo herida la tierra más antigua de Jonia”,
escribió Solón en su elegía a Atenas. En los albores del siglo sexto antes
de nuestra era, también el peso de las deudas esclavizaba a una mayoría de los atenienses. Poniendo al ser humano por
encima del poder del dinero, el legislador Solón sacrificó la codicia de los
acreedores en favor de la supervivencia de los deudores. Sentó las bases de la
democracia bajo una premisa: corregir la desigualdad económica para hacer
posible la libertad política, sin estar condicionada ésta a la posesión
de recursos. El objetivo se centraba en
la participación de todos en la gestión de lo común y, con ello, en la
conquista y ejercicio de conceptos tales como ciudadanía, dignidad humana y
democracia: la defensa de los derechos individuales frente a los intereses
particulares y la arbitrariedad de las familias potentadas y sus instrumentos de
presión.
Como con el
Partenón, nuevas palabras afloraron al aire de la historia, esta vez para dar nombre a nuevos
derechos basados en la igualdad: igualdad
en el uso de la palabra, igualdad en los
derechos políticos e igualdad ante la ley. El derecho de todos a la
palabra fue la base de sustentación de la democracia. Para llenar de contenido
ese derecho se requería la virtud de atreverse a usarla, la parrhesía,
que comportaba a su vez valor, conocimiento, responsabilidad y riesgo,
consciencia y honestidad para combatir toda falacia y romper ominosos silencios.
Se trataba de un compromiso de relación activa con la verdad. Palabras y
derechos para llenar de razón y contenido la democracia, erguida -escribe
Olalla- como una Acrópolis que no le teme al tiempo. ¿Hay parrhesía hoy en
nuestra democracia, se pregunta?
Resulta
portentosamente aleccionador que hace poco más de un siglo el hallazgo de unas
hojas de papiro nos descubriera el texto casi íntegro del régimen político de
los atenienses, clave esencial en la memoria de la democracia, y otro papiro encontrado en un
vertedero nos mostrara la Elegía de Solón. Su lectura e interpretación
no puede obviarse en el contexto del vigente escenario histórico, cuando el
objetivo final de los mercados financieros parece que no sea otro que
esclavizar de facto a la humanidad a través de la deuda. Su galopante proceso
de extorsión y latrocinio ha tenido como primera víctima nada menos que la cuna
de la democracia, anulando desfachatadamente el derecho de los ciudadanos a la
palabra y el dictamen de ésta en el referéndum de 2.015: su rotundo rechazo a
las condiciones de rescate propuestas por la troika europea, que bajo la férula
del nacionalismo económico alemán ha convertido la Unión Europea, en palabras
de Manuel Monereo, en una unidad asimétrica hegemonizada por ese Estado. Se ha
hecho del supuesto proceso de construcción europea -afirma- un auténtico
proceso de colonización. Triste circunstancia para un continente cuyo nombre
tiene raíz griega: Europa significa ojos
amplios, mirada multidimensional y no unidimensional, según recordaba el
escritor Manolis Glezos, que en 1941 arrió la bandera con la cruz gamada que
flameó en la Acrópolis durante la ocupación nazi.
Si he recordado mi
sueño del Partenón, con toda su armoniosa belleza restaurada, ha sido porque
las sensaciones y reflexiones a las que invita Grecia en el aire también
pueden conducirnos a otro sueño -éste no artístico ni estético, sino ético y
cívico- que el propio Olalla no se resiste a expresar: “Grecia, mejor que
nadie, debería capitalizar su potencial histórico y simbólico para ser pionera
en el renacimiento de la democracia. Esta ciudad de Atenas debería convertirse
en polo de atracción para los verdaderos demócratas, ofrecer su protección y
energía a cuantos luchan en el mundo por restaurar aquel proyecto suyo y por
recuperar el valor de los conceptos para que no nos impongan el fascismo en
nombre de la democracia, y debería habilitar infraestructuras de comunicación
al servicio de la parrhesía, para salvaguardar y fomentar la obra de quienes
perseveran hoy en día en generar un sólido discurso alternativo a la falacia del único camino”.
Pero -como apunta también
Pedro- no se puede construir un mundo diferente desde una sociedad indiferente,
conformista o apática. De ese sueño nos separa nuestra voluntad y nuestra
implicación. Para motivarlas, en la medida de nuestra sensibilidad y estado de
alerta ante la realidad de nuestros días, están documentales como el que vamos
a ver y reflexionar: una vida sin reflexión no es vida, decía Sócrates.
Toda Grecia
estaba en el aire, escribió Tucídides
ante la guerra del Peloponeso. Grecia en el aire como herencia y
desafío ético. Grecia en vilo, ingrávida, incierta, flotando como algo
pendiente de cumplimiento. Una patria del espíritu amenazada, ayer como hoy,
donde hace milenios un poeta, Solón, ejerció como tal pues cumplió con el verso
de Hölderlin: Lo que permanece lo fundan los poetas. Europa, la de los amplios ojos, no debería perder la raíz de su nombre.
DdA, XV/4.061
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