viernes, 11 de enero de 2019

LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y LA CONVIVENCIA ENTRE SEXOS


Jaime Richart

En España no estamos en guerra, pero a veces parecemos estar al borde en distintos frentes Y como en las contiendas bélicas, las posi­ciones de los dos bandos son fijas, se mantienen con el único objetivo de derrotar al enemigo. Por ejemplo, en España no hay ad­versarios políticos. En España, aunque se diga que después de un tenso rifirrafe en el hemiciclo pueden irse dos diputados a tomar café, sólo hay enemigos dada la distancia mental no ya ideológica sino también moral, entre un bando y el otro en la mayoría de las materias y especialmente en las más graves o espinosas. No se per­fila esperanza alguna de que las diferencias ideológicas, las diferen­cias económicas y las diferencias sociales vayan a estre­charse de otro modo que no sea por el paso del tiempo... medido en siglos.

Mujeres contra hombres y hombres contra mujeres, españoles con­tra emigrantes, alumnos contra profesores y profesores contra pa­dres de alumnos, trabajadores contra empresarios y empresarios contra trabajadores, “españoles” contra catalanes y vascos, y catala­nes contra “españoles”. No hay sudistas contra yanquis, pero de modo subrepticio hay enemigos del imperio y devotos del impe­rio, católicos contra islamistas y ateos, ateos contra católicos ultra­montanos, hijos y nietos de ganadores de la guerra civil contra hijos y nietos de los perdedores, y a la inversa.

España no conoce la conversación serena, y rara es la cuestión tra­tada que no sea en términos de confrontación y de violencia mo­ral. Por cierto, hablando de violencia viene a colación la ya famosa “violencia de género”, manejada por el feminismo activista de una manera desmesurada, que da argumentos por eso mismo a los secto­res conservadores españoles para rechazarla con bastante fun­damento. Pues, sin tener quien esto suscribe nada en común con esa ideología y esa clase social, siendo humanista hasta la médula y compartiendo casi todos los postulados de la izquierda socialista y también de la comunista, opino que es una desmesura contraprodu­cente calificar constantemente de “asesinato” cada muerte de una mujer a manos de un hombre, su pareja o no. Lo hacen los miem­bros y miembras del colectivo feminista y lo hacen los y las perio­distas en general. Quizá porque prefieren pasarse, a quedarse cortos en la alarma que se han propuesto generar pese a que es un asunto que hunde sus raíces en factores varios sociales, culturales y econó­micos. 

Sin embargo, no hay asesinato por medio necesariamente cuando una persona mata a otra, y tampoco cuando un hombre mata a una mujer por ser mujer, estando o no emparejado con ella. El asesinato es homicidio que, para ser considerado o tipificado co­mo tal, requiere circunstancias especiales, como la alevosía, la pre­meditación o el ensañamiento. Por lo que esa exageración, calificar como asesinato toda muerte de una mujer por un hombre, hace un flaco servicio a la causa de la mujer y su indudable razón a exigir ser tratada en derechos de idéntica manera que el hombre y ser prote­gida. Porque en lugar de robustecer esa causa, la desdibuja.

No puede evitarse que la mujer sea más débil físicamente que el hombre, que el depredador sea más fornido que el depredado, que el provecto, el viejo y el niño sean más vulnerables que los adultos. Por consiguiente, una cosa es reconocer esos derechos y exigir una protección extraordinaria para la mujer frente al hombre ante la justi­cia, y otra tensar la relación hombre mujer hasta los extremos que está llegando la sociedad femenina es­pañola más activa en ese aspecto y otros concomitantes. Los mo­vimientos históricos femeni­nos, como el sufraguista del voto feme­nino, por ejemplo, pudieron ser satisfechos en su totalidad porque no se precisaba más que acti­var la voluntad política y legislativa. Pero el feminismo actual exige solución imposible para problemas de solución imposible que entroncan con las condiciones sicológi­cas, materiales, políti­cas, laborales, morales y depravadas que mi­nan la vida, individual y colectiva en general. 

Desde luego, desde un punto de vista antro­pológico si ese activismo feminista se man­tiene en los mismos térmi­nos o se intensifica, lo que se atisba en el horizonte es un pro­gresivo retraimiento de la mayoría de hom­bres prudentes frente a la mujer. Y ello va a afectar de una manera significativa a la conviven­cia entre ambos sexos, e incluso a la larga, por si ya fue­sen pocos las razones disuasorias para “atre­verse” la mujer a ser ma­dre, afectará a la propia natalidad...

            DdA, XV/4.059 

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