Jaime Richart
En España no estamos en guerra, pero a veces parecemos estar al borde
en distintos frentes Y como en las contiendas bélicas, las posiciones de los
dos bandos son fijas, se mantienen con el único objetivo de derrotar al
enemigo. Por ejemplo, en España no hay adversarios políticos. En España,
aunque se diga que después de un tenso rifirrafe en el hemiciclo pueden irse
dos diputados a tomar café, sólo hay enemigos dada la distancia mental no ya
ideológica sino también moral, entre un bando y el otro en la mayoría de las
materias y especialmente en las más graves o espinosas. No se perfila
esperanza alguna de que las diferencias ideológicas, las diferencias
económicas y las diferencias sociales vayan a estrecharse de otro modo que no
sea por el paso del tiempo... medido en siglos.
Mujeres contra hombres y hombres contra mujeres, españoles contra
emigrantes, alumnos contra profesores y profesores contra padres de alumnos,
trabajadores contra empresarios y empresarios contra trabajadores, “españoles”
contra catalanes y vascos, y catalanes contra “españoles”. No hay sudistas
contra yanquis, pero de modo subrepticio hay enemigos del imperio y devotos del
imperio, católicos contra islamistas y ateos, ateos contra católicos ultramontanos,
hijos y nietos de ganadores de la guerra civil contra hijos y nietos de los
perdedores, y a la inversa.
España no conoce la conversación serena, y rara es la cuestión tratada
que no sea en términos de confrontación y de violencia moral. Por cierto,
hablando de violencia viene a colación la ya famosa “violencia de género”,
manejada por el feminismo activista de una manera desmesurada, que da
argumentos por eso mismo a los sectores conservadores españoles para
rechazarla con bastante fundamento. Pues, sin tener quien esto suscribe nada
en común con esa ideología y esa clase social, siendo humanista hasta la médula
y compartiendo casi todos los postulados de la izquierda socialista y también
de la comunista, opino que es una desmesura contraproducente calificar
constantemente de “asesinato” cada muerte de una mujer a manos de un hombre, su
pareja o no. Lo hacen los miembros y miembras del colectivo feminista y lo
hacen los y las periodistas en general. Quizá porque prefieren pasarse, a
quedarse cortos en la alarma que se han propuesto generar pese a que es un
asunto que hunde sus raíces en factores varios sociales, culturales y económicos.
Sin embargo, no hay asesinato por medio necesariamente cuando una persona mata
a otra, y tampoco cuando un hombre mata a una mujer por ser mujer, estando o no
emparejado con ella. El asesinato es homicidio que, para ser considerado o tipificado como tal, requiere circunstancias especiales,
como la alevosía, la premeditación o el ensañamiento. Por lo que esa exageración,
calificar como asesinato toda muerte de una mujer por un hombre, hace un flaco
servicio a la causa de la mujer y su indudable razón a exigir ser tratada en
derechos de idéntica manera que el hombre y ser protegida. Porque en lugar de
robustecer esa causa, la desdibuja.
No puede evitarse que la mujer sea más débil físicamente que el
hombre, que el depredador sea más fornido que el depredado, que el provecto, el
viejo y el niño sean más vulnerables que los adultos. Por consiguiente, una
cosa es reconocer esos derechos y exigir una protección extraordinaria para la
mujer frente al hombre ante la justicia, y otra tensar la relación hombre
mujer hasta los extremos que está llegando la sociedad femenina española más
activa en ese aspecto y otros concomitantes. Los movimientos históricos femeninos,
como el sufraguista del voto femenino, por ejemplo, pudieron ser satisfechos
en su totalidad porque no se precisaba más que activar la voluntad política y
legislativa. Pero el feminismo actual exige solución imposible para problemas
de solución imposible que entroncan con las condiciones sicológicas,
materiales, políticas, laborales, morales y depravadas que minan la vida,
individual y colectiva en general.
Desde luego, desde un punto de vista antropológico
si ese activismo feminista se mantiene en los mismos términos o se
intensifica, lo que se atisba en el horizonte es un progresivo retraimiento de
la mayoría de hombres prudentes frente a la mujer. Y ello va a afectar de una
manera significativa a la convivencia entre ambos sexos, e incluso a la larga, por si ya fuesen pocos las razones
disuasorias para “atreverse” la mujer a ser madre, afectará a la propia natalidad...
DdA, XV/4.059
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