Léase el siguiente artículo con sosiego y detenimiento porque creo que es de lo más lúcido que se ha escrito en los últimas semanas acerca de un desgraciado conflicto, nuevamente liderado por quien no ha dejado de crealos en los últimos años, y que requiere, ante todo, agudeza, inteligencia y sensibilidad crítica en medio de cuanto se viene publicando de manera interesada por parte de la mayoría -quizá ampliable- de medios de información, los mismos que, desde la fundación de Podemos, se vienen empecinando en querer romper ese partido a base de aguijonazos.
María Márquez
Universidad de Sevilla
Muchos compañeros de Podemos afirman su desacuerdo “con la forma” de
actuar de Ïñigo Errejón, aunque al mismo tiempo aplauden su iniciativa,
“porque había que hacer algo”. No comparto esa dicotomía de forma / fondo, que puede ser metodológicamente útil,
en cuanto que hace referencia al punto de vista o a las diferentes
etapas en la aproximación a un objeto de estudio, pero no a sus
características materiales. Esa dicotomía, útil metodológicamente, no
resulta válida a la hora de definir dimensiones independientes y
autónomas de la existencia, de modo que se pueda llegar a valorar, por
ejemplo, la forma de un objeto o proceso independientemente de su
contenido o viceversa. De hecho, el establecimiento de una
correspondencia, contraste u oposición entre ambos planos es un
presupuesto del pensamiento platónico, que diferenciaba entre forma
–accidente, representación, apariencia relativa de las cosas- y fondo,
idea o esencia.
Frente al idealismo platónico, ya Hegel y posteriormente Marx
reivindicaron la forma en función del fondo, de modo que no los
consideraban elementos heterogéneos, ni concebían una posible autonomía
de uno respecto del otro. Quiero decir que, en mi opinión, forma y fondo
son inseparables: la forma imprime su estructura al fondo, que a través
de ella es percibido; del mismo modo que el fondo selecciona un marco
determinado para su expresión. En el tema que nos ocupa, afirmar la
democracia, pero negar el aparato formal a través del cual se manifiesta
(círculos, consejos, órganos de dirección, Secretario General),
ignorarlo actuando de espaldas a él, o más exactamente, en contra de él,
es una paradoja que finalmente equivale a negar la existencia misma de
la democracia.
Si partimos de que esa dicotomía forma / fondo es puramente
metodológica, cuando juzgamos una determinada actuación particular como
no adecuada “formalmente”, no estamos valorando simplemente una falta
de sensibilidad, de consideración o de cortesía política. Es decir, no nos enfrentamos a una cuestión superficial sin más; al contrario, valoramos
hechos tan elementales como respetar la participación real, la lealtad a
unos documentos, a un código ético y a unos representantes elegidos por
la mayoría de los inscritos. Ningún iluminado, ningún proyecto
original, por más “ilusionante” que fuere, debe estar por encima de la
voluntad de las bases. Esta es justamente la seña de identidad de
Podemos: la organización desde abajo, participativa, asamblearia. Y no
se puede alterar por iniciativas que, tal vez bienintencionadamente,
vienen a “salvar” a Podemos ante el diagnóstico de una pretendida
“enfermedad”, ya se llame verticalidad, centralismo, pérdida de ilusión o
estancamiento… Parece que hay agentes -de diferentes orientaciones, a
su vez en pugna- que se atribuyen funciones que no les competen.
Con frecuencia, la argumentación de éstos descansa y se legitima en
un sentimiento: la nostalgia del 15M, considerado como la fuente y la
esencia de Podemos. Los escépticos, frustrados o desengañados, que
habitualmente se presentan como “fundadores”, “cofundafores” o elementos
claves en el arranque de Podemos- ¡como si no hubiera sido la gente la
que hizo despegar este proyecto revolucionario que cambió el mapa
político de España!- se lamentan del deterioro del partido, de la
pérdida de espontaneidad, trsnsversalidad, etc., sin reparar en que
comparan un movimiento social espontáneo con un partido político. Es
decir, que no consideran el precio inevitable que supone la entrada en
las instituciones, y, por tanto, la obligación de asumir tiempos,
ritmos, dinámicas, que, al final, tampoco en este caso, son simple
cuestión de formas. El electoralismo o el carácter mediático de la
política terminan siendo no solo una cuestión de orientación, de
respuesta a urgencias, o de diferencias en el canal de transmisión del
mensaje político, sino que afectan a la propia consideración acerca de
su naturaleza y alcance.
Derrotados por la nostalgia, achacan la pérdida de estos valores y
principios al líder, igual que los niños culpan a los padres de la
dureza de un mundo inhóspito y desolador al que están abocados y que ni
siquiera imaginaban. Nadie cree más en el líder que quien quiere
destruirlo; nadie cree más en su omnipotencia: ¡Como si el líder tuviera
la fuerza de cambiar el curso habitual, rígido y automatizado del
sistema! Tanta fuerza tiene ese aparato que, en tiempos de transición
entre un gobierno y otro, hemos podido observar cómo el Estado funciona
por sí mismo, más allá, o mejor dicho, antes y más acá de los partidos.
Lo cierto es que en Podemos, precisamente ahora, no podía hablarse
objetivamente de ningún estancamiento. Nunca se había intervenido tanto y
tan radicalmente en la transformación de cuestiones esenciales para la
vida de la gente como la subida del SMI, la indexación de las pensiones
al IPC, aumento de becas, de dotación para la dependencia… Se podría
decir que nunca el corazón de Podemos había sido tan morado.
Es en esta coyuntura cuando se produce el golpe de mano de
Errejón. Ahora muchos compañeros, de acuerdo con el fondo aunque no con
la forma, proponen un “acuerdo”, que se cifra en una promesa de lealtad a
cambio de discutir sobre estrategias y proyectos políticos ¡Como si se
pudiera negociar la lealtad, que es la base de la confianza, sin la
cual ninguna relación sana es posible! ¡Como si se pudiera llegar a
conclusiones con independencia de la voluntad de las bases! El “acuerdo”
que proponen realmente se levanta sobre una “evidencia”: creen que han
dejado tan dañados al proyecto y al líder que, dándolos por destruidos,
proceden a negociar las capitulaciones.
En una completa inversión de roles, estos compañeros reclaman que
Iglesias “rectifique”, y atienda a la ahora apremiante necesidad de
Unidad. Seguro que comparten las muy “ilusionantes” aportaciones de
Errejón, que, por cierto – y sería también un simple detalle de forma-
no cuentan con la voluntad de los inscritos, quienes decidieron
mayoritariamente la marca de su partido para las futuras elecciones:
“Unidos Podemos”. “Las cosas han cambiado mucho”, señalaba Errejón en la
Sexta Noche. Había que salir del estancamiento, había que despertar
nuevamente la ilusión…
Sin embargo, la “ilusión” puede ser el efecto de un engaño,
“concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por
la imaginación o causados por engaño de los sentidos”; así la define la
RAE en su primera acepción. En este sentido, Enric Juliana criticaba el
manido recurso a “la ilusión” en política, abogando por el valor más
racional y seguro de la confianza.
Es cierto que la esperanza es una fuerza poderosa, capaz de vencer al miedo. Erich Fromm, en La revolución de la esperanza
distinguía entre una esperanza irracional, ilusión vaga apoyada en el
deseo, mero anhelo pasivo proyectado hacia el futuro, y una esperanza
racional basada en el conocimiento, en la responsabilidad y el trabajo
desde el presente. En cualquier caso, la esperanza descansa
siempre en la confianza -en uno mismo y en los demás-, que es la
convicción de que vamos a permanecer en nuestro centro, esto es, de que nuestras actitudes fundamentales permanecerán y no cambiarán. Por eso, la lealtad es la base de la confianza y de la esperanza.
Puesto que parece claro que la confianza se nutre del conocimiento de
la realidad, no es deseable esperar aquello que se nos muestra como
imposible. La rana de la fábula pecó de ilusa: creyó en las palabras del
escorpión, seguramente sinceras, seguramente bienintencionadas, pero
sin una base sólida en la experiencia. En la fábula, un escorpión le
pide a una rana que le ayude a cruzar el río prometiendo no hacerle
ningún daño, pues si lo hiciera, ambas morirían ahogadas. La rana accede
subiéndole a sus espaldas pero cuando están a mitad del trayecto el
escorpión pica a la rana. Ésta le pregunta incrédula “¿cómo has podido
hacer algo así?, ahora moriremos los dos”, ante lo que el escorpión
responde: “no he tenido elección, es mi naturaleza”.
Público.es DdA, XV/4.072
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