Antonio Rico
Una vez más, al hilo de la última tragedia que ha conmocionado a la
opinión pública, los espectadores de la televisión en nuestro país han
vuelto a actuar de forma mezquina y vergonzosa, devorando con avidez
horas y horas y horas de pseudoinformación morbosa y voyeurista ofrecida
por las cadenas de televisión acerca del drama del pequeño Julen.
Los datos de audiencia del pasado fin de semana dejan al público
español en muy mal lugar: los programas más vistos fueron aquéllos en
donde se explotó de forma más sensacionalista esta noticia. La
programación especial que dedicó Telecinco al asunto, levantando su
parrilla habitual para poner a Ana Rosa Quintana al frente de un
larguísimo espacio en donde se estiró hasta la náusea cada mínimo
detalle, cada especulación gratuita, cada testimonio irrelevante, obtuvo
los mejores datos de audiencia para Mediaset en muchas semanas.
No es la primera vez que el público actúa de esta manera. Se acostumbra a
citar el antecedente que supuso el asesinato de las niñas de Alcàsser
como un punto de inflexión en las ansias morbosas de los televidentes.
Pero en verdad nada ha cambiado desde entonces. Cada nuevo crimen, cada
accidente, lanza a la ciudadanía a las pantallas de Telecinco o de
Antena 3, sedientas de escuchar una y otra vez, día tras día, las mismas
luctuosas narraciones, el mismo desfile de especialistas en lo
accesorio, dedicando decenas de horas a un tema del que se puede estar
suficientemente informado en muy pocos minutos, y cuya sobreinformación
pasa a la fuerza por la falta de respeto a las personas que están
sufriendo la tragedia directamente.
¿Qué motivaciones extrañas lleva a tan grandes porcentajes de la
ciudadanía a elegir, entre toda la oferta televisiva, la pornografía del
dolor disfrazada de información importante? ¿Cuándo vamos a dejar de
mirar al dedo cuando éste señala la luna, y aceptaremos que el verdadero
problema de la televisión en la sociedad actual es la altísima tasa de
espectadores basura?
DdA, XV/4.075
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