En todos los países del
sistema es más o menos lo mismo. Pero es lo que hay. Sin embargo, hay una
diferencia sustancial entre los demás europeos y España. Los europeos vienen
profundizando en la democracia hace siglos, unos más y otros menos pero
todos pasados por la catarsis de dos guerras mundiales. Mientras que la España
actual, la ahora teórica democracia española, procede del triunfo de un bando
sobre otro en una guerra civil que culminó en una dictadura militar de cuarenta años que a su vez barrió el espíritu republicano
del otro bando al menos externamente. Murió el dictador, pero su influencia
durante cuatro décadas en la enseñanza
y en la mentalidad general, y luego sus concienzudos preparativos de las
"leyes fundamentales" para la construcción del régimen democrático
que inevitablemente habría de sucederle, hicieron fortuna desde el comienzo.
Pues desde entonces, desde el mismísimo proceso constituyente, el clima ideológico, sociológico y político hasta hoy están contaminados
por el éxito del bando ganador en aquella espantosa guerra y por la ideología
nacional catolicista impuesta a sangre y fuego por el dictador. La tenacidad
de éste y casi medio siglo de influjo ideológico son dos factores excesivos
como para no originar efectos psicológicos en la población de un país que ya
venía sometido al imperio de una sola religión monoteísta e intolerante,
hasta esclerotizar todo intento de cambio en la más común de las maneras de
pensar…
Y decía democracia teórica, porque significando
democracia gobierno del pueblo, el protagonista en la realidad puede ser el
pueblo o serlo sólo nominalmente, que es lo que sucede en España. Porque si en
cualquiera de esos países europeos hasta ahora el pueblo asume su papel sin
cuestionarse la convención de que él es quien gobierna en su país, en España
se hace patente que el pueblo es comparsa, figurante, no protagonista. El
origen de esta observación está en el hecho de que en la elaboración de la
Constitución en 1978 ninguno de los redactores representaba en absoluto
la mentalidad, la sensibilidad y los intereses del pueblo español. Todos
eran por lo menos de extracción burguesa, por cuna y por posición social. Todos venían de ocupar puestos destacados en la sociedad franquista,
por lo que estaban contaminados de algún modo por la idea del dictador plasmada
en las leyes fundamentales del "Reino", como así las hizo llamar.
Por lo que si de por sí el sistema democrático del ámbito capitalista es sospechoso por defecto, de estar el pueblo escasamente
representado en los parlamentos y demás instituciones, en España lo es además por
ese arranque constitucional. Pero también por los antecedentes frentistas y
por la manera de desarrollarse los acontecimientos posteriores a lo largo de
otros cuarenta años. Entre los que destaca que ya venían dispuestas las cosas
de manera que la política consistiese en la alternancia en el poder de dos
partidos políticos solamente, pero eso sí, decorada por la presencia de un
tercero que representase lo más parecido a una ideología propiamente sociocomunista inoperante y sólo nominal.
Acontecimientos entre los que además de esta tramoya están, una monarquía artificiosamente restaurada por una Constitución ad hoc, cocinada con carácter rígido conforme a la ideología tardofranquista, y un metódico saqueo
de las arcas públicas a lo largo de al menos los últimos veinte años a cargo de los legatarios, políticos o no, hijos, nietos o
parientes de los vencedores en la guerra civil…
Es cierto que en todos los casos la democracia es
imperfecta y responde más a una aspiración, a una ilusión, que a una realidad. Y esto es así incluso desde la propia cuna de la
democracia de la antigua Atenas. En la democracia ateniense, sólo los varones
adultos que fuesen ciudadanos y atenienses (ciudadano ateniense era sólo el
nacido de padre y madre ateniense) tenían derecho a votar. Quedaba excluida
una mayoría de la población: esclavos, niños, mujeres, metecos
(los extranjeros) y los ciudadanos cuyos derechos estuviesen en suspensión
por la atimia, no haber pagado una deuda a la ciudad. Pero
transcurridos más de dos milenios desde entonces, el sucesivo perfeccionamiento
de la democracia a partir de Montesquieu, en la mayoría de los países la
evolución sociológica fue aproximando a las clases sociales por recursos
aunque sólo fuese para que el bienestar más generalizado, reforzase a las
clases favorecidas su estatuto personal al estar menos expuestas al asalto y
a la inestabilidad social.
Pero en España las cosas de su sociedad suelen
desmarcarse de lo que en los países europeos suele ser una trayectoria en este
aspecto similar. El propio papel de los medios de comunicación es con
escándalo lo suficientemente distinto como para tener un protagonismo
decisivo en la orientación de la suerte política y en la decantación del voto
popular. Los periódicos impresos han pasado a un plano secundario. Por lo que,
aparte las redes sociales, la importancia de los medios se centra en los
televisivos. Y si en la mayoría de los casos estos están en manos privadas en
todas partes, las televisiones estatales, como la BBC británica y la TF1
francesa, por ejemplo, conservan el prestigio de su esforzada neutralidad. Mientras
que en España, el estilo y predominancia del partido oficialmente “conservador” han debilitado considerable y deliberadamente el
prestigio de la televisión estatatal, quedando por encima de ella las cadenas
privadas cuyos accionistas y ejecutivos presionan en la sombra a “sus”
periodistas lo suficiente como para no poder evitar que sean demasiado
visibles sus maniobras y propósitos de fondo. Unas veces manteniendo durante
años a los mismos periodistas afines a su interés en los platós, otras veces
vetando la presencia de contertulios y otras manejando el moderador los tiempos
y las intervenciones de los presentes de modo que la insolencia, exageraciones,
falsedades y libelos de algunos de ellos prevalezcan durante años sobre otros
periodistas cuya prudencia les aconseja ceder aunque sólo sea para evitar el
altercado. Todo lo que da lugar a que el espectador no conservador o neutral se
plantee a menudo dejar de ver esos programas o verlos sólo fragmentariamente y
“hacerse” abstencionista, hastiado de tanto tejemaneje subrepticio o
desvergonzado en esta farsa
democrática…
De modo que si la democracia española es ejemplo de un modelo
en el que el pueblo no sólo no gobierna sino que es objeto de instrumentalización
por parte de los poderes político y mediático; si la separación de los poderes del Estado (condición indispensable en la moderna
democracia), es inexistente o no acaba de consolidarse; si el predominio
apabullante del interés de las grandes fortunas, de los emporios, de la
banca, de las sociedades anónimas, de las grandes empresas en detrimento del
pequeño comercio, de los comerciantes individuales, de los autónomos, de las
clases medias, etc es tan obvio… Si eso es así, digo, el papel del
pueblo, que debiera ser protagonista principal, queda reducido a lo que antes
decía, comparsa, y de paso objeto de la manipulación y de la rentabilidad
posible para los medios de comunicación y para los partidos políticos que sobresalen no por cercanos
al interés popular sino por el suyo y el de los opulentos que están detrás. Lo
sucedido en las últimas elecciones autonómicas
planea sobre lo que habrá de suceder en las próximas generales. Pues, como
sucede en Estados Unidos con la amplísima abstención de la población negra e hispana por parecidas
razones, la abstención pondrá de nuevo en
bandeja el poder, más en manos de los partidos infectos de franquismo que de
los progresistas o de un partido inexistente impregnado de razonable
pensamiento conservador…
Sea como fuere, en toda esta barahúnda, en medio de este
carrusel sociopolítico manejado por unos, tergiversado por otros y mercantilizado
por todos, el pueblo, como a lo largo de toda la historia en España, es el que
paga las consecuencias, como prostituidas y prostituidos alimentan a sus proxenetas...
DdA, XV/4.062
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