Jaime Richart
Habida cuenta que en España la longevidad es muy alta,
6,4 millones de españoles de más de 70 años estamos en condiciones de comparar a fondo los pros
y los contras de cuarenta años de dictadura y los otros cuarenta que ya rebasa
esto que ha dado en llamarse democracia pero que en realidad lo es más por no
revestir el Estado forma de dictadura que por el modo de funcionar, más por el
envoltorio que por lo envuelto, más por la cáscara que por la pulpa.
En efecto, quienes tenemos ya una edad y venimos
recorriendo la vida hace ocho décadas, pronto nos fuimos situando como
espectadores de la nuestra y de la colectiva, a la expectativa de un cambio de
régimen que tarde o temprano habría de llegar. Y algunos, como quien esto
suscribe, viviendo ademàs una “existencia auténtica” como llama
Heiddeger a la vida vigilante de los sesenta segundos de que se compone cada
minuto, a diferencia de la existencia de Sartre, del dejarse llevar... Pues
bien, quienes además de contar con más de 70 años y también 80, no hemos
perdido la cabeza, nos hemos librado de enfermedades graves por suerte pero
también, quiero creer que por la sobriedad, hemos contraído la grave obligación
de rendir cuentas de nuestra visión global de dos épocas perfectamente
definidas en lo político y en lo social que abarcan casi el mismo número de
años. Pues, por un lado hubo una dictadura militar que duró cuarenta años, y
por otro lado, nos encontramos hace ya más de cuarenta viviendo en un remedo
de democracia de clase, que ya rebasa otros cuarenta. ¿Podrá uno en semejantes circunstancias
privarse de comparar las dos épocas, dos modos de vida, con todas las
condiciones concomitantes, y no sólo las estrictamente políticas que, al uso,
no existían entonces, sino también las psicológicas, las emocionales y las
materiales, todas juntas? Es cierto que en esa comparación también entran en
juego otros factores, como la vitalidad, la ilusión o el entusiasmo que suelen
acompañar a la niñez, a la juventud e incluso a la madurez, desfigurando de
algún modo la percepción del tipo de Estado en el que vivíamos (hasta en las
guerras juegan los niños). Pero eso no empaña necesariamente nuestro juicio
crítico y nuestro propósito de
imparcialidad.
En aquel tiempo se oía decir a menudo que las
comparaciones son odiosas. Pero no porque fuese un dicho popular. Probablemente,
puesto que pese a lo que se decía vivimos consciente o inconscientemente de
la frecuente comparación que si unas veces refuerza nuestro contento otras el
agravio mueve a sublevación, más bien sería aquella frase tópica para
coartar la tentación de comparar. No fuese que nos percatásemos de la
injusticia social reinante en los primeros tiempos de la dictadura, y de paso
también de la injusticia social incrustada en la sociedad común desde la noche
de los tiempos; una injusticia, que se supone sólo puede ser aliviada por el
significativo esfuerzo colectivo y el de los dirigentes de los países convencionalmente más desarrollados, que no era el caso de quienes oprimían
a parte de la población española. Pues, como dice Maquiavelo en los Discursos
de Tito Livio,“el miedo a perder agita tanto los ánimos como el deseo de
adquirir, no creyendo los hombres seguro lo que tienen si no adquieren de
nuevo. Pero cuanto más poderoso mayor es la influencia y mayores los medios de
abusar. Y lo peor es que los modales altivos e insolentes de los poderosos
excitan el ánimo de los que nada tienen, no sólo el deseo de adquirir, sino
también el de vengarse de ellos, despojándoles de riquezas y honores que ven
mal usados”. Para la dictadura estas frases y otras ideas semejantes eran como
una bomba de relojería en términos de
comparación.
La primera tarea necesaria para afrontar el análisis
comparativo entre las dos épocas comprende a su vez dos premisas. Una es que
la realidad, lo que entendemos por “realidad”, no es más que el resultado de acuerdos sucesivos de
minorías. Otra es que esa “realidad” no tiene una sola cara sino varias, tiene la forma
geométrica del poliedro. Por lo que los acuerdos de las minorías sobre ella
se adoptan en los distintos ámbitos, esferas, planos o superestructuras de la
sociedad. Y entre todas la configuran; realidad que a su vez se descompone en
realidad mediática, a cargo de quienes manejan y controlan los medios,
realidad policial, a cargo de quienes manejan y controlan las policías,
realidad política, a cargo de quienes manejan y controlan la política,
realidad judicial, a cargo de quienes manejan y controlan la justicia, realidad
sociológica, a cargo de quienes manejan y controlan las empresas demográficas,
realidad médica y científica, a cargo de quienes manejan y controlan la Medicina
y la Ciencia, realidad historiográfica, a cargo de quienes manejan y controlan
los Archivos históricos y la documentación… y realidad de todas cuantas
disciplinas distingamos entre los quehaceres y la preocupación humanos de carácter
colectivo.
La inferencia de este planteamiento nos lleva a acotar
dos de esas realidades: la política y la social. Y en la estrictamente
política, dos principales: el Estado dictatorial (por definición militar), y el
Estado democrático (por definición burgués o popular). Otra inferencia es que la realidad social
está fuertemente condicionada por la realidad política. Se vive de modo
diferente en una dictadura y en una democracia. Hasta tal punto eso es así que
si gran parte de la población que vive una dictadura podrá verla como un
Estado indeseable desde el punto de vista formal, desde el punto de vista social
podrá no verla tan grave... Al menos, no quienes no se sientan perseguidos o
no sientan la opresión por circunstancias varias. Pues casi medio siglo es
mucho tiempo para que a lo largo de esas cuatro décadas la sociedad no hubiese
alcanzado niveles estimables de convivencia y desarrollo en su segunda etapa y
su etapa final. Por lo que a la hora de comparar la dictadura, sólo, para
muchos, queda de ella las ventajas y no el terror y las persecuciones de la
primeros tiempos. Y con mayor motivo, si lo que siguió a la satrapía fue una democracia de muy bajo nivel; una democracia plagada de
trampas legislativas, de tretas interpretativas de la ley, acribillada por saqueos
y por conductas delictivas de políticos y gobernantes, generadora de
empobrecimiento, de inestabilidad y de incertidumbre... Por lo que no debe
extrañar que el espectador de la vida en ambas, del que hablo al principio,
preste más atención a los beneficios de la dictadura que a los abusos y
horrores iniciales. Ventajas que pueden resumirse en un saber a qué atenerse, por ejemplo, haber sido fácil el acceso al trabajo y no
demasiado difícil el acceso a la vivienda propia para la mayoría de la
población, por ejemplo. Dos condicionantes muy poderosos a la hora de enfrontar
libertad y seguridad. Pues la vida incierta y sin futuro de una gran parte de
las generaciones actuales que depara esta falsa o fraudulenta democracia, no
es precisamente un señuelo para valorar tanto una libertad que al final sólo
suele valer para emigrar. No exagero. Pues tanto el vivir bien o acomodado,
como el vivir mal y sin expectativas, condiciona el pensamiento personal político;
tanto como condiciona nuestra calidad de vida la sexualidad sana o enferma.
Tampoco debe extrañar, por el mismo razonamiento, que
muchos vean el beneficio de la dictadura comunista construida desde las bases
sólidas aportadas por egregios pensadores sociales. No en balde en la extinta
Unión Soviética, según las encuestas, más del 50% de los rusos lamenta la desintegración del
anterior Estado. Pero es que si prestamos atención a China y seguimos su
deriva, hay que ser muy obtuso para no apreciar una inteligencia superior que
sólo los ricos y los acomodados del capitalismo atroz ven como merecedora de
toda proscripción. China, nación que, desde una estricta restricción de las
libertades públicas y gracias a no haber permitido injerencias externas a lo
largo de 60 años, ha ido desarrollando sus planes sociales y sus programas
económicos previstos en el ideario comunista, hasta enlazar con prácticas
propias del sistema capitalista pero controladas. China, que, con casi un
cuarto de la población del
planeta y por consiguiente con un cuarto de la “razón” discursiva si nos movemos en función de las mayorías que exige
el razonar de la democracia burguesa, bien merece ser tenida en cuenta como
modelo a la hora de valorar los muchos aspectos entremezclados que encierran
la política, la economía y la sociología en los dos sistemas del binomio
dictadura-democracia. La democracia es
deseable en comparación con la
dictadura, sólo si funciona con todas las garantías y tanto la
población como la justicia como los dirigentes de toda clase se ponen de
acuerdo para perfeccionarla.
En resumidas cuentas, en ese otro binomio clásico
libertad-seguridad, entendida la libertad como impulso de contestación pública
a los errores o defectos del poder establecido, y la seguridad como cobertura
universal de las necesidades básicas del individuo en su sociedad, aunque por
el momento sólo sean conclusiones de laboratorio no cabe duda de que sólo
quienes tienen su vida material asegurada o blindada han de optar por la
libertad que ellos poseen pero no la disfrutan los demás. Pero en España, la
fuerza desplegada en todas direcciones por todos cuantos ya están acomodados
es tal, que sofoca la más leve tentativa por salir del laberíntico sistema económico arropado por un sistema político que perpetúa los
derechos, las prebendas y las ventajas de todos cuantos ya los poseen.
Razones todas por las cuales es muy comprensible que ni
la democracia, ni la monarquía ni el libre mercado, los tres fallidos, que estas
generaciones están viviendo en España, puedan satisfacer las mínimas
expectativas que se esperaba al finalizar la dictadura. Y también, que en la
España que proviene de una plataforma dictatorial y semi teocrática (al igual
que Rusia de otra dictatorial a secas sin basamentos religiosos), millones de
ciudadanos han de sentirse lo suficientemente defraudados como para volver
instintivamente la mirada atrás y comparar.
La democracia clásica vivida en los demás países europeos resistirá por mucho tiempo los embates de un pensamiento alejado
de las ideas de mercado libre, de la monarquía o de la república, pues se van
desenvolviendo con mayor o menor éxito y todos comprometidos en la idea de
cerrar filas en torno al mismo sistema. Pero en países como España donde la corrupción política, la judicial y la empresarial vienen
dominando la escena pública,
acompañadas de un empobrecimiento progresivo y dramático de
gran parte de la población, quienes se dedican a la politica con las mejores
intenciones, tarde o temprano deberán sopesar la progresiva decantación de
millones de personas por una nueva dictadura que, entre nosotros, no sería de corte marxista, sino una
reproducción de la una, grande y libre compartida por dos o tres
fuerzas políticas... Eso sí, mintiendo bellacamente a Europa y a la Comunidad a todas horas hasta
que la vergüenza que suelen tener los dirigentes de los países europeos pero
de la que suelen carecer quienes acostumbran a dominar en España, y las propias
finanzas, dijeran ¡Basta!
DdA, XV/4.056
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