Ana Cuevas
Calderón de la Barca defendía la teoría del solipsismo. Todo en la
vida es sueño. No existe la realidad que nos rodea. Por lo visto Platón,
ya insinuaba algo parecido cuando explicaba que el ser humano vive
atrapado en una maraña de sueños en el interior de una caverna oscura.
De
forma instintiva, comparto esta hipótesis desde que me salieron los
primeros dientes. Asumir el mundo al que venimos no es tarea fácil y,
con frecuencia, el sueño de nuestra vida está plagado de demasiadas
pesadillas. La presunta realidad se nos muestra esperpéntica y obscena.
Desafiante,
nos hace la peineta. Los malos sueños, si les das riendas, tejen redes
de miedo e ignorancia para impedirnos ver la luz más allá de las
pertinaces sombras.
Si me he puesto estupenda es por mi
propia incapacidad para asumir algunas cosas que acontecen en este
onírico territorio llamado España.
Pasan fenómenos
para-anormales, de eso no hay duda. Un payaso televisivo puede ir a la
cárcel por sonarse los mocos con nuestra sagrada bandera.
¿Perdón?
Siento comunicar a todos los ofendidos por el histrión rojeras que
mancilló la rojigualda con sus fluidos nasales que en las tiendas de
chinos de mi barrio se han puesto morados de vender toallas con la
bandera patria este verano. Incluso he visto que, quienes se sienten
mucho y muy españoles, pueden encargar el mismo artículo en el portal de
Amazon, con una calidad de felpa superior, para envolverse con ella al
salir de la ducha y secarse convenientemente sobacos y genitales.
¡Chupaos esa abogados ultracatólicos y demás facherío recalcitrante! El
ultraje a la bandera se está a dando a diario entre vuestras prietas
filas.
El surrealismo nos ataca sin piedad. Ahora resulta que,
el presidente de China, un tío muy salaó y respetuoso a tope con los
derechos humanos, ha venido de visita. Puente de plata. Es comunista sí
pero, amén de no tener nada que ver con Cuba o Venezuela, la mayor
virtud del gobierno de Xi-Jinpin, es su poderío económico emergente en
el capitalismo. Lo de la represión y las ejecuciones metódicas contra su
propio pueblo es pecata minuta comparado con la oferta de posibilidades
que se abre para los empresarios nacionales. Practicismo o hipocresía.
La oscuridad adormece la conciencia.
Menos mal que, para
compensar, nos hemos echado unas risas a costa de un adorable personaje
amigo de los niños que amenaza la estabilidad emocional del dictador
chino. Alguien comparó la imagen del apuesto galán oriental, Xi-Jinpin,
con la del mítico osito Winnie the Poo y el presidente entró en cólera.
En su país se han prohibido las emisiones o representaciones en
cualquier formato relacionadas con el animalillo.
Reconocerán
que es un alivio hacer negocios con gente tan equilibrada. Y para no
contrariar al titán del este, nuestro gobierno ha corrido solicito a
solucionar lo que podría haber sido un grave escollo en las relaciones
bilaterales entre los dos países. Han quitado de circulación durante un
par de días al señor que pasea por el retiro vestido de Winnie para
conseguir unas monedas haciéndose fotos con la chavalería.
¡Imaginen
que el señor Xi y el moñaco de Winnie de Poo se hubieran encontrado
cara a cara! Sería una ofensa solo comparable a las mucosidades de Dani
Mateo sobre nuestra maltratada enseña. Pero a nivel casi universal
porque, mosquear a los chinos, supone echarse encima unos cuantos
millones de enemigos.
Así que todo solucionado. Salimos
airosos otra vez del brete. A Berlanga se le caería la baba. A mí me
parece que esta tragicomedia hispano-china puede acabar como lo de la
bandera. Y que dentro de nada veremos en el Retiro señores disfrazados
de Xi-Jinpin porque el personaje real habrá absorbido la esencia del
peluche y bandadas de turistas y tiernos infantes pagarán por
fotografiarse junto a tan redondito y amoroso sátrapa.
¿No me
creen? Recuerden a Calderón de la Barca y prueben a soñar con los ojos
abiertos. A disipar las brumas que no nos dejan ver la salida de la
cueva. Descubrirán que, expuestos a la luz, los monstruos que pueblan
nuestras pesadillas son como Winnie the Poo, pero con menos alma.
DdA, XV/4.026
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