Jaime Richart
Sí, sí, está muy bien pedir disculpas. Pero no
es lo mismo pedir disculpas directas a una persona a la que se ha ofendido, que
pedir disculpas por una blasfemia histórica y pública de un “experto”
en relaciones internacionales que menosprecia un genocidio en toda regla en
Norteamérica, certificado, por si fuera poca la notoriedad, por profesores
estadounidenses del Continente donde se produjo el virtual genocidio del que
sólo quedan unas cuantas “reservas” indias.
¿Qué podemos
pensar de un científico que en una conversación con colegas de oficio y
periodistas, desprecie la ley de la gravedad? ¿Y qué de
un ministro de asuntos exteriores que frivoliza la conquista del espacio Norte
del continente americano diciendo que se hizo cómodamente matando a cuatro
indios? Si el científico pidiese luego disculpas por haber sido un lapsus
lingue, a menos que fuesen acompañadas
las disculpas de la aclaración de que sufrió un trastorno mental transitorio, diríamos que era un
necio rematado. Y si en la ciencia no caben científicos necios, en la política
son indeseables los políticos necios; máxime teniendo en cuenta que ese
político es español y “mucho español” es ministro, ese ministro lo es de
asuntos exteriores y la política española está plagada de políticos
despreciables por ladrones...
¿Cómo
va el mundo a respetar la palabra de un científico frívolo? ¿Cómo va a hacer caso una sociedad a un
político de asuntos internacionales insensato que dice públicamente una barbaridad histórica
más grave que negar el Holocausto judío de la segunda guerra mundial? ¿Basta en
ambos casos, uno imaginario y el otro real, pedir disculpas para no
considerarle un absoluto incompetente como ministro y como político, sólo porque los únicos directamente
afectados
por esa ligereza punible son los escasos miembros que quedan en la comunidad
india de Norteamérica, y sin tener en cuenta que el agravio es contra la verdad
y, en consecuencia, contra la ciudadanía española y contra todos los
ciudadanos del mundo?
DdA, XV/4026
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