miércoles, 19 de diciembre de 2018

LOS TRES PODERES Y EL PODER ADQUISITIVO

Jaime Richart

A todo régimen nuevo se le presta al principio obedien­cia. Por eso duró sin mucha dificultad algún tiempo esta democracia. Pero a medida que ha ido desapareciendo la ge­neración que lo hubo instituido o esa generación va per­diendo el empuje y el vigor que acompaña al envejeci­miento y al mismo tiempo han ido saliendo a flote los tre­mendos abusos cometidos por las mismas autoridades a cuyo amparo emergieron, la ciudadanía, el pueblo, perdió todo el respeto que pudo tener en los primeros tiempos por la Constitución y por ellos. Lo mismo que han ido per­diéndose respeto los políticos y los magistrados entre sí.

De ese modo, los tres poderes del Estado han dejado, para una gran mayoría y pese a que les voten para no em­peorar las cosas, de representar lo que pretenden. Por eso una gran mayoría está confusa, no quiere saber nada de quienes en general no sólo les han defraudado sino tam­bién y literalmente sodomizado. O bien esas mayorías no votan, o  se aferran a los espejuelos prometidos por advene­dizos cargados de maliciosas intenciones que no otra cosa es apropiarse del poder para gozar de él sin mira­mientos. Pero es que, al fin y al cabo, quienes se condu­cen con descaro en esa dirección, aunque sólo sea porque el ciudadano sabe a qué atenerse han de inspirar mejores expectativas que quienes engañaron y se dedica­ron a cometer toda clase de tropelías en el uso de un poder cuya configuración crearon prácticamente también para su personal provecho, o tienen estrecha relación con ellos por­que pertenecen a la misma formación política...

La única manera de haberse podido restablecer el res­peto que la ciudadanía había perdido por las leyes, por la constitución y por la clase política, hubiese sido a través del escarmiento de la justicia. Sin embargo, lejos de ello, re­bajando su egregio papel de transmisora de pondera­ción y ecuanimidad al de alcahueta, ha contemporizado en exceso con los abusadores contribuyendo a agigantar en la ciudadanía su aversión hacia los políticos e incluso hacia los propios magistrados.

Restablecer la calma, abolir la Constitución o reformarla hasta que pierda todo vestigio de los términos autoritarios propios del régimen caudillista anterior, infundir esperan­zas a millones de personas, y regenerar la política en buena medida manejada por quienes a fin de cuentas tie­nen detrás a la clase financiera, es el reto que tienen ante sí tanto quienes compiten por el poder como la sociedad espa­ñola en su conjunto, ante el tribunal sociológico de la Comunidad Económica Europea y ante el mundo...

                          DdA, XV/4.040                       

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