miércoles, 19 de diciembre de 2018

LOS NIÑOS DEL MAR VIENEN ADULTOS, LOS NIÑOS DE NADIE NO SON NIÑOS

Menores en Ceuta 3

Mohamed come el bocadillo que un voluntario
les ha traído a los chicos que viven en el puerto de Ceuta. Irene Segales


Lo he dicho en más de una ocasión y lo repito con motivo de este artículo. Hay un periódico en España que de una manera silenciosa y constante está llevando a cabo una gran labor profesional, tanto por la que acreditan los periodistas de su redacción como la que demuestran los colaboradores de El Salto, un medio que procede en origen del semanario Diagonal. Desde este modesto DdA invitó una vez más a frecuentar esta publicación y a no perderse cada uno de los números mensuales impresos en papel. La dignidad e independencia crítica del periodismo tiene en El Salto todo un gran ejemplo. 




Paula Llaves
El Salto 

Si la fortuna es un banco de madera, sin barra en medio, elevado sobre el suelo, apenas a tres palmos del asfalto.
Si esta noche no llueve y la limpieza, tan municipal, tan neutral, tan eficiente, ha respetado la manta y los cartones en detrimento del bien de los turistas, de la higiene social, del vecindario, y nadie más mayor, con más colmillos, se ha apropiado del lugar seleccionado, tal vez pueda enfrentarse al navajazo del frío amanecer en los riñones.
Si esta noche es la segunda, o la tercera, y no es el tercer mes, el tercer año, y aun existe el olor y la promesa de la sábana limpia en el recuerdo. Si no pesan los golpes en los huesos, si no pesa la piel, como un designio, si la salud resiste a los castigos, si conserva los dientes y un amigo y aún se siente capaz de superarlo, puede que no sea tarde todavía.
Si nadie decide utilizarlo para vender hachís, o robar móviles, o descargar su ira o reducirlo a un juguete sexual y traficarlo fingiendo que le importa lo más mínimo (porque lo más mínimo ya es mucho ante la nada). A lo mejor hay suerte y se levanta. A lo mejor hay alguien que se apiada y reconoce en sus doce, quince años, al niño sepultado bajo el MENA.
MENA es el término legal que se utiliza para referirse a los niños sin familia, ni pasaporte europeo, ni respaldo, que llegan a España como pueden: debajo de camiones de Melilla, atravesando el mar Mediterráneo con la promesa, normalmente ficticia, de una vida mejor en este lado que les miente en la prensa, en las películas, en el Facebook, en la publicidad para el consumo, que aquí, los derechos se respetan.
Una decepción tan grande.. Y él, tan chico…
No sabemos cuántos son, pero son muchos. Temen, con razón, los uniformes, el cuerpo policial, los militares, los centros de salud, las oficinas, los colegios, los adultos, las preguntas. Esquivan su registro horrorizados. Las cifras bailan dependiendo de los cálculos. Están los que no están en el registro, están los que se registran demasiado. La Fundación Raíces nos advierte de que un menor puede ser contabilizado una vez por cada traslado ejecutado, hasta cinco veces, lo que explica el “alarmante aumento” en estos años. Cada vez que un niño se computa alguien recibe un presupuesto por salvarlo.
Si las pruebas biométricas confirman, tras medirles los huesos y los dientes, que no pasan de cumplir 16 años. Si han venido huyendo de una guerra que Europa reconozca como tal, y lo demuestran. Si sufrieron torturas y las marcas son visibles como para confirmarlo Si han sido vendidos como esclavos, usados por las mafias, maltratados, y hay pruebas evidentes de estos hechos, a lo mejor el sistema les acepta y no son deportados de inmediato.
El ministro del interior, Grande-Marlaska, habla de “repatriación” extensible a los mas jóvenes. Dice esto rápido y luego se deleita en “la ampliación del presupuesto para MENA”. El presupuesto se amplía, es necesario. No se puede ocultar más bajo la alfombra que los dichosos que pasan al sistema duermen sobre esterillas en el suelo, que se hacinan en los centros de Melilla, de Ceuta, de Madrid, de Andalucía, de Barcelona. Que por cada educador toca a 50, que las colas de comida son tan largas que prefieren salir, vender su ropa y comprarse una hamburguesa del Macdonald para volver cuando su turno aún no ha pasado. Pero el presupuesto no se cierra, no se dicen las cifras y se teme que se acabe antes siquiera de empezar.
Mientras tanto se hacen fugitivos, abandonan los recursos, y se escapan, duermen fuera, al raso, sobreviven como gatos ferales por los parques. Nadie les busca, el discurso oficial se ha reducido a “es que son así, hay que aceptarlo”. Son así por que nadie les escucha. Porque denuncian y queda en un silencio. Por que solo ellos se estremecen cuando oyen amenazar con La Purísima, con el volver al centro de Hortaleza.
Podemos fingir que nunca ha habido violencia en los centros de menores. Que un empleado en un centro fronterizo no apuñaló tres veces a un chaval y fue encubierto por la administración. Que no hemos devuelto a varias niñas, perfectamente integradas, de un centro de Palencia hasta Marruecos, porque la agencia que las gestionaba argumentase que aquello “no es rentable”. Que no ha muerto ninguno bajo nuestra tutela, la de España, digo, en algún cuarto sórdido en Melilla, por ejemplo, con un pie amputado por las ruedas del camión en el que intentaba encaramarse. Que no hubo de ser PRODEIN quien se ocupase de comunicar las muertes a sus padres, Palazón dando la cara una vez más, mientras el consejero de Melilla, Daniel Ventura, que le escupe cuando puede, declaraba sin verguenza: “No voy a recibir a los padres del fallecido porque para que vengan a llevarse un cadáver que hubieran venido antes a por su hijo” después de llamar al chico drogadicto. (Está acostumbrado a “gestionarlo”, pasa dos veces al año como mínimo). Podemos simular que cuando alguien se preocupa de ellos no se le castiga. Fue hace poco en Almería, las tres personas encargadas de la Educación Social, horrorizadas por lo que estaban viendo, grabaron un video en el que se veía como algunos menores eran atados, cabeza abajo, de pies y manos, a las camas, y pedían auxilio. Ellos querían denunciar, y fueron denunciados, “por exponer la intimidad de los menores en detrimento de su honor”. Ni una palabra que decir de las torturas. Buscad, los que estáis leyendo. Buscad lo que estoy diciendo, pero buscadlo en un diario regional, en una columna pequeña de sucesos, detrás del ultimo gol de Messi, debajo de la publicidad de un coche nuevo. No esperéis hallarlo en las portadas. Los niños de nadie, no son niños.
El 5 de Noviembre celebraron el Seminario Internacional de Cooperación Policial y Social en materia de Menores Extranjeros No Acompañados, España insistía en deportarlos, María von Bredow, experta en derechos de infancia y tráfico y trata de menores, tuvo que recordarnos muy bajito “en Suecia a los menores de edad no se los devuelve” que un mes y 28 años antes, firmamos la Convención de Derechos de la Infancia. Por pudor, en Suecia, esperan a deportarlos con 18 años.
Los niños del mar vienen adultos. Más del 80% ha trabajado y vienen pensando en trabajar. Traen responsabilidades a su espalda: hermanos, madres enfermas, deudas grandes… No saben qué hacer en los colegios, no saben qué hacer en los silencios, no saben jugar, o no se acuerdan. Desconfían. Desconfían y lloran a escondidas. Niños prematuramente ancianos, interpretando El Señor de las Moscas sin leerlo. Juguetes rabiosos, carne de fracaso.
Las gentes de bien, que se preocupan, cuando tienen cuatro, cinco años, van perdiendo el interés según avanzan. ¿Cuándo dejan de merecerse la ternura?¿A los 12? ¿A los 13? ¿A los 14? No los quiere nadie por sus barrios. Cada vez que se abre un centro, la polémica. Coslada, Somosierra, el Pais Vasco, Melilla, Ceuta, Extremadura, La Rioja… Se habla de inseguridad, de malos hábitos, de ruidos, de violencia, de la sarna… Sarna, en este siglo, en estas calles. ¿Cuándo se acaba la infancia para un MENA? ¿Cuando habla con mis hijos en un parque? Niños que dan pena en la distancia.
El desprecio se nota, ellos lo notan. Huyen de los ojos que los juzgan. Como huiría yo estando en su caso. A veces, si la suerte se dispone a jugar a su favor, tan solo un poco: Un buen centro, educadores preocupados, trabajadoras sociales que se esfuerzan a pesar de los sueldos y las horas, alguna organización realmente seria que no los ve como un talón bancario desde Europa, profesores conscientes de su oficio, médicos que entienden su pasado, un poco de humanidad y confianza capaz de no marcarles para siempre como carne de presidio prematura, la cosa sale bien, y ellos se esfuerzan, y estudian y crecen en silencio, guardando el secreto ignominioso de haber sido los hijos de la nada. Niños escupidos por el mar, sobre la arena, como pequeños restos de un naufragio.

                   DdA, XV/4.040                   

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