Ediciones Pasado&Presente acaba de publicar la última obra del historiador y profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Madrid
Fernando Hernández Sánchez. El autor nos ha enviado la presentación de este libro de más de 400 páginas, La frontera salvaje. Un frente sombrío de combate contra Franco (1944-1950), que este jueve se va a presentar en Barcelona. Se infiere de esa presentación, y después de haber leído con gusto el primer capítulo (Liberación incompleta, 1944-1945), que nos encontramos ante una
obra de indudable interés que nos ayudará a comprender mucho mejor algunos
de los procesos claves de esa etapa convulsa de nuestra historia, cuando
la frontera pirenaica se convirtió en un territorio salvaje -según reza el título-, en una geografía
de la indefinición, metáfora de un mundo en desintegración a lo largo de un lustro. Esa frontera fue un cauce abierto en todas las direcciones para los flujos humanos, empujados por la resaca posbélica a trochas y senderos por donde hacer camino: refugiados, traficantes, furtivos, espías, guerrilleros, fugitivos de la miseria, etc. En una primera parte el autor nos habla del periodo comprendido entre la liberación de Francia y los orígenes de la guerra fría (1944-1947). Se trata de unos tiempos de desbordamiento, expectativa y esperanza, pero también de lucha subterránea, traición y desengaño, según Hernández Sánchez.La segunda parte estudia la declinante situación de los comunistas españoles en Francia, tomados como ejemplo de la oposición antifranquista más activa, en un contexto internacional crecientemente hostil que les obligó a una doble clandestinidad. "Con la ilegalización del PCE en Francia comenzó un tiempo nuevo de lucha sorda y logros a largo plazo, en el que la táctica obviaría el choque frontal y pasaría por infiltrarse en los intersticios legales del régimen franquista para hacer saltar sus costuras, una gerra de posiciones cuyos resultados, paciente y penosam,ente acumulados, tardarían aún dos décadas en cristalizar", escribe el autor al final de las conslusiones.
"Los vencidos son como un montón de cenizas, que el destino sopla y dispersa". Esta frase de Victor Hugo encabeza uno de los capítulos de este libro, que cobra actualidad ante el penumbroso horizonte de "la democracia liberal". Lazarillo
"Los vencidos son como un montón de cenizas, que el destino sopla y dispersa". Esta frase de Victor Hugo encabeza uno de los capítulos de este libro, que cobra actualidad ante el penumbroso horizonte de "la democracia liberal". Lazarillo

Fernando Hernández Sánchez
Cualquier persona que haya vivido o sido educada en la época de la
dictadura será seguramente capaz de recitar de memoria el texto del
último parte de guerra evocando, incluso, la voz engolada del inefable
Fernando Fernández de Córdoba y las fanfarrias de Radio Nacional: “En el
día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo…” Pero, a pesar de lo
aseverado con brutal y castrense solemnidad al final del comunicado que
anunciaba la Victoria –no la paz, como señaló Fernando Fernán Gómez en Las bicicletas son para el verano-, Franco no pudo dar verdaderamente por terminada la guerra hasta finales de 1947.
No fueron años seguros los que precedieron a este, especialmente
desde 1944. Desde que Stalingrado, en el este, la operación Torch en el
norte de África y el desembarco en Sicilia anunciaran el comienzo del
fin para sus viejos mentores del Eje, Franco no pudo dar por
estabilizada su situación, mucho menos tras los funestos augurios que
emanaban de las cenizas humeantes del bunker de la cancillería de Berlín
o del siniestro bamboleo de la corte mussoliniana bajo la marquesina de
la gasolinera de la piazzale Loreto de Milán.
La historia conocida sobre ese periodo habla de los años de la
autarquía, del cordón sanitario internacional respondido con el inefable
e ibérico desprecio del “Si ellos tienen ONU…”, de las maniobras
monárquicas en la oscuridad… La documentación primaria, sin embargo, va
demostrando que el franquismo contaba con más bazas de las que se
conocían, con más confidencias en las cancillerías que le otorgaban, si
no tranquilidad, si una expectante confianza en su futuro: el indirecto y
determinante apoyo británico; el soterrado trabajo de zapa de los
funcionarios del Quay d´Orsay y de los escalones departamentales de la
administración francesa; las filtraciones interesadas de los servicios
de inteligencia occidentales (la OSS americana y los Renseignements
Généraux galos); la perfecta conciencia de que la URSS no tenía interés
prioritario en la Península, una vez repartidas las áreas de influencia
en Postdam y que, para pasmo, sus satélites buscaban el contacto
comercial con España por agentes interpuestos…
Todo ello proporcionó a la dictadura la seguridad necesaria para,
superados los primeros temores de la postguerra mundial, embestir con
toda su potencia represora contra los rudimentariamente reconstituidos
núcleos de oposición interna. La caída general de 1947, en la que el PCE
quedó absolutamente desarticulado para más de una década, fue el
epítome que, esta vez, daría sentido definitivo a la vieja aspiración
del 1 de abril de 1939. Ahora sí, la guerra había terminado.
DdA, XV/4.039
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