Xuan Cándano
Se celebraban elecciones autonómicas,
pero el domingo en Andalucía se votó contra el independentismo catalán,
contra la Catalunya con y. Acertaron las derechas convirtiendo a
la autonomía más poblada del Estado en un simple escenario electoral
para otra batalla entre el nacionalismo catalán y el español, que en el Sur arrasa.
El Procés ha sido un tsunami
que se ha llevado todo por delante en España a los 40 años de una
Constitución que ya no supone concordia y consenso. Amenaza incluso a la
Monarquía, que desde el discurso de octubre de 2017 ya no puede
presumir de su papel de árbitro y ha perdido credibilidad, no solo en
Cataluña, sino entre buena parte de la opinión pública española.
Es cierto que hay otros factores que
explican la aparición fulgurante de la extrema derecha de Vox y el
avance conservador. Pero el polvorín catalán, con los líderes
independentistas presos y algunos en huelga de hambre, se ha unido en
España a las consecuencias que perviven de la crisis económica (
desigualdad, precariedad, salarios de miseria, éxodo juvenil….) y a la
crisis de legilitimidad de la democracia, todo ello provocado por un
capitalismo desbocado y salvaje que se ha convertido en una amenaza
mundial. Un cóctel que con el problema territorial español desatado en
Cataluña, el único sin resolver de ltodo el Estado.
España llegó tarde a la ola de populismo reaccionario que encabeza Trump enos que provocaron la guerra civil, ha formado en España esa tormenta perfecta que ha estallado en Andalucia y que puede acabar extendiéndose a el
mundo, como tantas otras veces en la historia. Pero cuando llegó,
quizás porque Marx tenía razón cuando decía que en los pueblos
meridionales “no hay más que un paso de la decepción a la cólera”, lo
hizo de forma arrolladora, porque una docena de diputados de Vox en Andalucía supone una verdadera conmoción.
Y es el único partido que puede cantar victoria, porque todos los demás
salieron escaldados de la cita con las urnas, incluido Ciudadanos, que
no logró el “sorpasso” sobre el PP.
Vox irrumpe espectacularmente porque robó votos a las derechas, sobre todo al PP, al que atrae hacia sus posiciones extremistas,
pero también a las izquierdas, como lleva tiempo ocurriendo en Europa
con otros partidos neofascistas, que crecen en los cinturones urbanos y
en los antiguos feudos del movimiento obrero, cuya desaparición es el
fenómeno social más relevante en el último medio siglo.
El populismo neofascista ocupa el espacio que dejan las izquierdas porque éstas han desaparecido,
se las ha tragado la historia. La izquierda no está en crisis,
simplemente ha muerto. Es un cadáver que no fue enterrado con dignidad
tras la caída del muro de Berlín y ahora parece una visión
fantasmagórica, como la de las minas cerradas también por defunción
justamente ahora. Toda una metáfora, porque la rebelión de los
proletarios empezó en esos talleres bajo tierra.
En los años 80, durante una
entrevista, Gustavo Bueno me dijo que la izquierda había muerto de éxito
porque había logrado sus grandes objetivos históricos: la jornada de 8
horas y el sufragio universal. Podría ser. Lo obvio es que ya no da respuestas a los trabajadores y los desfavorecidos,
que dejaron de ser los actores de los cambios de las recetas de Marx.
Como las preguntas son otras, la izquierda se ha quedado sin respuestas,
no supo dársela a la globalización y las que le quedan en el manual no
son de este mundo, sino de aquel otro de los ejércitos de obreros
invadiendo las fábricas humeantes. Ahora las factorías que quedan son el
reino declinante de la aristocracia obrera y los nuevos explotados son
licenciados que no llegan a mileuristas trabajando con un ordenador en
su casa o en la barra de un bar. Para los que la izquierda no está ni se
le espera, porque es, en el mejor de los casos, un eco lejano de épica y
combate. Y en el peor, unos cuadros políticos y sindicales
burocratizados y desprestigiados, a menudo contaminados por la
corrupción y el clientelismo. Como en Andalucía o Asturias.
Eso es algo que no supo o no quiso ver Podemos, que interpretó mal el mensaje de las plazas del 15-M,
que no pedían un partido político más como alternativa a la corrupción
institucional y la crisis económica. Y mucho menos un partido clásico de
las viejas izquierdas, de corte leninista, por mucha pureza y
entusiasmo que se añadiera al invento.
Primero pereció el comunismo ante el
consumismo ( y por su desprecio a las libertades). Luego la
socialdemocracia, abrazada al neoliberalismo y salpicada por la
corrupción y el clientelismo. Cuando la izquierda cayó en el “que
inventen ellos”, tan español, se cavó su propia fosa, porque las derechas no tienen nada que inventar, solo mantener el estatus quo. Por eso se quedaron sin adversario.
Atlántica XXII/ DdA, XV/4.027
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