El hilo que debe tensar la muerte de
Laura Luelmo no es el justiciero de pacotilla de las derechas ávidas de
uniformes y botas. El hilo es el de la violencia hacia las mujeres y el
de las desigualdades grandes y pequeñas que forman el ecosistema que la
favorece.
Enrique del Teso
La Voz de Asturias
Se
viene insistiendo estos días en la bajeza moral de quienes aprovechan
una muerte violenta para sacar ventaja en pendencias políticas. A ello
iremos después. Primero hay que decir que tan bajo es utilizar el
impacto emocional de un cadáver injusto para emborronar debates como
dejar que ese impacto emocional nos haga callar por un mal entendido
duelo. Esta semana sí hay que hablar. Y hay que repasar razones con la
intensidad con que los niños calcan las letras, como si quisieran
agujerear el cuaderno en cada trazo. El edificio de desigualdad entre
hombres y mujeres ruge como cuando braman los glaciares al agrietarse y
romperse. Es una quiebra lenta, pero integral. El frente de la
desigualdad está activo ante el cadáver de Laura Luelmo y ante los
cambiadores de bebés en el baño femenino, ante los órganos directivos
sin mujeres y ante el pavoneo bobo de parroquianos con las camareras.
La
Iglesia lo llama ideología de género y dice que socava la familia y la
sociedad. Y se equivoca en parte. El impulso de que hombres y mujeres
sean iguales no es una ideología. La ideología de género es lo que se
está derrumbando, porque no hay más ideología de género que el machismo,
el que anida en la Iglesia, sin ir más lejos. Pero acierta en que esa
lucha socava aspectos de la sociedad.
La desigualdad de género no es un hecho aislado que pudiera cambiar
dejando inalterado el orden social. Los distintos movimientos
feministas, desde el movimiento MeToo a las manifestaciones del Día de la Mujer, son la agitación más amplia, más sentida y más clara en sus planteamientos de las que hay en nuestras sociedades. Inés Arrimadas sintió que la huelga
feminista del 8 de marzo iba contra el capitalismo. Es una simpleza
monumental (lo que ella representa sólo se puede expresar con
simplezas), pero no es totalmente inmotivado. La agitación feminista es
la protesta más articulada que compromete el orden social creado por la
crisis de 2008.
En el crimen de Laura Luelmo hay
componentes de delincuencia común, pero es evidente que no hubiera
muerto si no fuera mujer y que la agresión sexual fue el detonante del
drama. La condición de mujer es un factor estadístico de pobreza,
desigualdad salarial, trato prejuicioso, inseguridad y muerte. Este
crimen nos recuerda todo esto. El feminismo
viene siendo caricaturizado asociándose con lo más estúpido o
excéntrico que alguien pueda soltar en una red social (como si
estuviéramos cortos en memeces en otras causas) o directamente
tergiversando o exagerando cualquier cosa juiciosa que se diga sobre la
igualdad entre hombres y mujeres. No consigo comprender qué tiene de
radical el llamado feminismo radical, por mucho que Campofrío delire que el feminismo es más intocable que la Monarquía
(¿por qué en el grupo de ofendiditos no vi ningún alzacuellos? Qué
raro; ofenderlos a ellos es lo único que castiga el código penal). El
feminismo denuncia cosas que suceden realmente. Los males a los que
lleva el exceso feminista son imaginaciones y falsedades. Esto es lo
fundamental. Cuando un movimiento o un conjunto de personas protestan y
se expresan, lo hagan con mejor o peor cabeza, nunca podemos olvidar
cuál es la causa justa. Si lo radical está sólo en las formas, entonces
lo que falla es la recepción.
El feminismo parece más radical y más
cargante cuanto más pequeños sean los detalles sobre los que se
proyecta. Y tiene su explicación. La manifestación mayor del machismo es
el crimen, se trate de violencia doméstica o del complemento de una
agresión sexual, como en el caso de Luelmo. Esto es lo más grave, pero
ética y conductualmente lo menos conflictivo. Es fácil tener las ideas
claras sobre un crimen machista y no compromete gran cosa. Yo nunca maté
a ninguna mujer. Ser coherente con la repulsa me resulta fácil, no
tengo propósito de matar a nadie. A medida que descendemos a aspectos
menores de la desigualdad, vamos calando en la vida cotidiana y llegamos
a un punto en el que puede que la atención debida a mis hijos o a mi
padre haya sido desigual con mi mujer o mi hermana. A medida que vamos a
los detalles, el feminismo empieza a darme patadas en la espinilla,
porque aparece algo pegajoso que no aparecía en las grandes cosas: el
compromiso. Y ahí es donde empieza a parecer excesivo el feminismo, en
ese punto en el que empieza a comprometer y a cuestionar la conducta.
Los aspectos grandes y los pequeños de la desigualdad forman un magma en
el que florecen todas las ignominias, desde el comentario faltón y
baboso, al perjuicio salarial y al crimen. Como dije, todos los frentes
están ahora abiertos, los que conducen al caso repugnante de Laura
Luelmo y los que conducen a que una mujer no pueda ir sola al cine o
ponerse la ropa que le dé la gana.
Y sí, vivimos la miseria de quienes se revuelcan en la muerte intentando rebañar alguna hebra útil. El PP
siempre lleva un tupper a estas tragedias a ver si puede llevar algo
para casa, alguna bajeza que echar a la cara de sus adversarios o alguna
bilis desbocada con la que respaldar sus leyes extremistas y
contrastadamente inútiles. Las nuevas derechas (digo nuevas en sentido
cronológico; están más vistas que el tebeo) siguen ese patrón de
aprovechar cada pulsión emocional para trasladar a la sociedad su ideal
de orden uniformado. Pero en realidad es a ellos a quien corresponde
justificarse. El señor Abascal está contra el aborto, contra cualquier
ley de violencia de género y a favor de la pena de muerte. Juntando los
tres principios, parece que sólo le interesa la seguridad de las mujeres
cuando aún no han nacido o ya están muertas. ¿El cadáver de Laura
Luelmo hará más urgente esa ley que añora que proteja a sus hijos de las
denuncias falsas de cualquier desaprensiva? Abascal sólo es un poco más
bruto de lo normal. El terremoto de MeToo
llenó las tribunas de gente inquieta por la indefensión de los varones.
Nadie cita casos, ni da datos. Pero la urgencia que suscitan las
docenas de cadáveres de mujeres que tenemos cada año es la protección de
los varones que pudieran ver su reputación mancillada. En algunos
ámbitos elevados americanos parece cuajar la necia regla Pence. Tres
evangelistas, Graham, Shea y Barro, discurrieron que sólo la presencia
de la esposa pone a salvo al varón de comportamientos desviados y de
injurias depravadas. El actual vicepresidente dice atenerse a esa regla y
por eso lleva su nombre. Si yo fuera un imbécil que llevara años
acosando o diciendo graciosadas faltonas a las alumnas también estaría
aterrorizado de que ahora les diera por hablar. Pero esta regla sigue
otro convencimiento machista bien representado políticamente: son ellas
las que tienen que ponerse a salvo. Si no se cuidan, el varón sólo
ejerce su naturaleza. No merece la pena ningún razonamiento.
También procede un recuerdo para el señor
Ricardo González. En su voto particular en el juicio de la Manada,
siguió el principio pintoresco de que la violencia de una situación se
decide por la cara y movimientos de la víctima, no por la conducta
intimidatoria o amenazante del agresor. Si te muestra una pistola pero
no pones cara de miedo o disgusto, no está claro que haya violencia. Si
eres mujer, claro. ¿Necesitaría el tal Ricardo un análisis minucioso de
la expresión del cadáver o quizás una autopsia sofisticada para decidir
que los hechos que condujeron a su muerte no fueron consentidos?
El hilo que debe tensar la muerte de
Laura Luelmo no es el justiciero de pacotilla de las derechas ávidas de
uniformes y botas. El hilo es el de la violencia hacia las mujeres y el
de las desigualdades grandes y pequeñas que forman el ecosistema que la
favorece. Esto no terminó. Oiremos más barbaridades. El feminismo está
activo en todos los frentes y el machismo y el post-machismo aúllan.
DdA, XV/4.043
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