Jaime Richart
Las claves de la
vida están en manos de la mujer. El hombre gira en gran medida en torno a ellas
y depende de cómo las maneje la mujer. La maternidad es decisiva a casi todos
los efectos. Ser o no ser madre es una opción y al mismo tiempo un instrumento
poderoso en sus manos para orientar de uno u otro modo su vida y la de quien
contribuyó a ella. Porque hay que
decirlo: la aportación a la vida del hombre es tan cómoda como irrisoria en
comparación con la responsabilidad,
que abarca diversos aspectos, de la mujer. Determinarse a ser o a no ser madre,
decidir traer o no a un ser vivo al mundo, vivir por separado con su hijo, con
otro hombre o en común con quien para
esa nueva vida depositó apenas un grano de arena, son trances que no permiten
la más mínima comparación con la preocupación del hombre relacionada con su
eventual paternidad...
Partiendo de la
premisa anterior, lo que deseo destacar aquí son obviedades más o menos
veladas por la lentitud de todo proceso sociológico y antropológico, en unos
países más que en otros,
de la relación hombre-mujer. A la ya mencionada importancia de la mujer para
la generación de vida y la casi irrelevante aportación del hombre, se suma la inevitable
masculinización de la mujer y la feminización del hombre propio del
acercamiento de los sexos; acercaminto que, si en otros países sigue un curso
acompasado por una evolución tranquila, en España, como ocurre con otros muchos
problemas de la vida social, está siendo abrupto. La movilización de la mujer
constituida en fuerza social, como en otro tiempo las sufraguistas, no para
recuperar algo que nunca tuvo por la primariedad de las sociedades humanas en
las que nunca el hombre que detentaba el poderío la equiparó a él, sino para
alcanzar su mismo rango social que todavía en España, irrumpe retrasada en
éste y en otros aspectos respecto a la Comunidad occidental a que pertenece y
casi es materia de escándalo. Y así me lo parece, porque el propio movimiento
feminista encarnado en otros países por mujeres notables de otro tiempo, en
España se ha convertido casi en una causa sin tregua de mujeres contra hombres.
Pues a veces tal movimiento da la impresión de llevar el sello de una justa
venganza por los excesos del hombre hacia ella desde la noche de los tiempos,
amparado en leyes necias que le han reforzado la necia idea de creerse ónticamente
superior a la mujer.
Todo ello pese a
que puede perfectamente sostenerse, como hipótesis, la contraria...En primer lugar,
por lo dicho al principio: las claves de la vida están en posesión natural de
la mujer. Y en segundo lugar, porque la mujer está mejor dotada que el hombre
en todo. Es superior en intuición, en sagacidad, en pragmatismo y en
capacidad para la vida terrena sin necesidad de elucubrar, verbo propio de la
ensoñación. Razón por la cual el hombre, al no crear directamente vida, es
más propenso a crearla a través del genio...
Y así lo
entiendo, hasta el punto de que si la mujer hubiese “deseado” a lo largo de la
larga historia de la humanidad medirse al hombre de igual a igual, lo hubiese
conseguido hace mucho tiempo. Le bastaba educar astutamente a la prole con la
pedagogía conveniente para hacer de esa pedagogía el bastión de su poderío
frente a la tosca o bruta manera de tratarla el hombre. Y si no se resolvió a
ello, no creo que fuese tanto por su
debilidad física frente al hombre saciado, como por el refreno de los chamanes
de la tribu o del clan y luego, por las “verdades” difundidas por los clérigos. “Verdades” abstractas que
no pudieron ser otra cosa que meros baluartes, no sólo para reforzarse el
propio hombre una “autoridad” sobre la mujer basada exclusivamente
en su superioridad física y que por tanto ya no era suficiente, sino también para preoteger los eclesiásticos sus privilegios y canonjías de la censura de
la que con toda seguridad, sin esas “verdades” y prédicas, les
hubiera destinado la
mujer hasta desenmascararles y destronarles. En todo caso, si la mujer hubiese
tenido en otros tiempos un estatuto como el que tiene hoy en la sociedad
occidental, la historia de la humanidad se hubiera escrito de una manera
completamente diferente...
Hasta aquí mi teoría sobre
una hipótesis, que da paso a la siguiente. Porque aparte de lo dicho, me
parece necesario añadir también otra obviedad: que en España tampoco todos los
crímenes de una mujer cometidos por un hombre encajan en el género “violencia
de género”. Ni mucho menos. Unos pertenecen a la violencia humana sin
adjetivos. Otros traen su causa de hábitos, como el alcohol y la droga, que
desfiguran o desintegran la personalidad, otros son debidos al enfrentamiento y tensiones simplemente humanas
por razones varias, y otros, en fin, derivados del atraso social y moral de
la sociedad. Además, para nada se tiene en cuenta a menudo que en la llamada
“violencia de género” no es infrecuente que precede la violencia moral; esa
clase de violencia que consiste en frecuentes desprecios y humillaciones
privados o públicos de la mujer hacia el hombre en su relación de pareja; la
misma clase de violencia que provocan los demasiado ricos, los poderosos, los
abusos, las injusticias, etc, y desencadenan a su vez
reacciones sociales más o menos violentas. Y esto es así, aunque no sea manifiesto
en los momentos del crimen. A veces
no lo es hasta la instrucción del proceso penal, a veces hasta el juicio público criminal, y a
veces nunca. Naturalmente que no digo esto para justificar un crimen, pasional
o no, sino para hacer hincapié en que la verdad aparente inmediata
raras veces coincide (en éste ámbito pero también en todos) con la verdad
material. Lo mismo que pasa en la política y en la guerra, hechos conocidos
hasta entonces sólo en superficie, sólo después del tiempo delatores, investigadores
o desclasificación de documentos revelan mucho más aproximadamente lo que
realmente sucedió y cuál fue la causa de la causa... (¡cuántas guerras, por ejemplo, no son el resultado de la confabulación de los
poderosos que para su enriquecimiento presionan a los belicosos hasta
desencadenarlas!). Por otro lado,
las condenas largas o vitalicias
sirven de muy poco, y menos en sociedades inestables o en periodos
necesitados de profundas reformas. La sociedad y sus vicios cambian y avanzan o
no, por sí solas y por la maduración natural como la fruta en el árbol, no a
golpe de leyes y de nuestro deseo...
Ya sé que me he
granjeado la enemiga del feminismo español al uso, y que las feministas de
diseño me van a acribillar. Pero como también sé que como son muy
inteligentes y perspicaces, y saben que no hay verdades absolutas, han de
contar con otras teorías que, sin quitarles la razón, atemperen la suya. Pues
quizá estén llevando demasiado lejos sus reivindicaciones de género, y en lugar
de acortar en el tiempo el proceso de aproximación de los dos sexos, enconan con su
impaciencia la relación entre el hombre y la mujer. Y, por último, se corre el riesgo de que sin influir
significativamente en la aminoración de los casos que ellas llaman ‘violencia
de género” cuyo foco está en las raíces de siglos de prepotencia y de sexo
incontrolado, pueden no conseguir otra cosa que sustituir el fachendoso
machismo ibérico por un no menos repulsivo hembrismo también ibérico...
DdA, XV/4.048
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