Sólo
los necios engreidos, fatuos y egoístas desprendidos del espíritu de la
sociedad pueden ser optimistas y cantores de su buena fortuna,
ignorando o deseando ignorar todo sufrimiento ajeno y todo cuanto de
dramático tiene lugar en todo momento en su sociedad y en la sociedad
humana toda. Y en algunos casos sólo personajes diabólicos y estúpidos,
como la maldita Christine Lagard, gerente del FMI puede ser capaz de
reclamar a los países, urbi et orbe,
que se recorten las prestaciones y se retrase la edad de jubilación
ante “el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”. Es decir, que
los ancianos deben morirse cuanto antes para evitar el colapso de la
economía global. No se le ocurrió hacer un llamamiento a los miles de
polticos ladrones contrastatados como tales en España, o a los miles de
multimillonarios europeos y mundiales que burlando sus obligaciones
tributarias y multiplicando con ello constantemente su riqueza, cierran
el paso a un mayor equilibrio económico de la sociedad y a una
aminoración de las disparidades socioecómicas que persiguen los fondos
de cohesión de la Europa Comunitaria.
No se le ocurre a esta
incompetente por la deformación que acarrea su especialidad al ver sólo
ortodoxia en la economía del neoliberalismo, otras posibilidades para
afrontar el delicado futuro de la humanidad. Por ejemplo, el
decrecimiento económico. Por ejemplo, la renuncia a la fabricación
indiscriminada y sin previos destinatarios de la maquinaria de todo
tipo. Por ejemplo, dejar de producir lo irreciclable. Por ejemplo,
potenciar la sinergia para detener el deterioro imparable de la
Naturaleza, de los océanos, de los montes, de los ríos, de los mares,
etc. No. Para personajes canallescos como ella, seres indeseables, esos
personajes antisociales que esquilman y copan la riqueza en el mundo a
costa de miles de millones de seres humanos, están bien donde están
porque contribuyen al “progreso” tal como ella lo entiende y también al
desarrollo feliz de ella y de los que viven como ella sin más desvelos
que los que su miserable función le proporciona. Como si las materias
primas y los recursos no monetarios fuesen infinitos y como si el
derecho de los necios engreidos, fatuos y egoístas desprendidos del
espíritu de la sociedad, fuese respetable o sagrado.
Parece
lógico que un empresario, un espíritu creativo, el científico de un
laboratorio o una madre sin recursos para su hijo sean inmunes al
desaliento y se dejen impulsar por un optimismo y la esperanza
inagotables. Pero se da la paradoja de que los necios engreídos, fatuos y
egoístas desprendidos del espíritu de la sociedad a que me refiero son,
justo, esos individuos que sin aportar nada creativo o significativo a
la sociedad se retroalimentan de su optimismo y se lo exigen a los
demás. Y si los demás no responden a la exigencia, les tildan de
derrotistas y frustrados. Me refiero a esos especímenes ajenos a la
idea de que el éxito y el fracaso dependen de diversos factores más allá
del mérito personal. Pues el éxito y fracaso dependen de la época en
que vivimos, del país en que hemos nacido, de la familia a que
pertenecemos, de la educación y enseñanza recibidas, de las capacidades
de las que nos ha dotado o no la naturaleza y de la ocasión de
demostrarlas. Y en último término, pero en muy en último término, de
nuestra perseverancia y de nuestra voluntad para lograr un objetivo...
si es que, además, lo tenemos claro y no es resultado del oportunismo.
Pero
es que, además, “ser” positivo o negativo, optimista o pesimista,
esperanzado o desesperado depende de la salud o de los achaques de la
salud, de cómo hayamos dormido la pasada noche, de cómo nos vaya ese
día, de los contratiempos que nos hayan o no sobrevenido, de los
aplausos o abucheos escuchados de quienes nos rodean... Pero sobre todo,
de la mucha, poca o nula conciencia social que tengamos, que significa
la consciencia viva de “el otro”, y por tanto del nivel de lucidez o
estupidez de nuestra miserable condición...
DdA, XV/4.014
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