Leonardo Boff
La campaña electoral de Jair
Bolsonaro a la presidencia de la República se caracterizó por la
predicación de mucho odio y la exaltación de la violencia, hasta el
punto de tener como héroe a uno de los más perversos torturadores,
Brilhante Ustra, y de admirar la figura de Hitler. Profirió amenazas a
los opositores: que no tendrían otra alternativa que la prisión o el
exilio. Predicó el odio a los homoafetivos, a los negros y negras, y a
los indígenas. El Movimiento de los Sin Tierra y de los Sin Techo serían
considerados terroristas y tratados como tales. Los quilombolas no
servirían ni para la reproducción. Fue ofensa tras ofensa a varios
grupos de personas y minorías políticas. Tal vez mostró la mayor falta
de humanidad cuando dijo a las madres, llorosas, que buscaban cuerpos y
huesos de sus seres queridos, desaparecidos por los órganos de control y
represión de la dictadura militar: “son los perros los que buscan
huesos”, así dijo Bolsonaro.
Ese fue el discurso de la campaña.
Otro está siendo su discurso como presidente electo, dentro de un cierto
rito oficial. Aun así continúa con las tergiversaciones y con un
lenguaje tosco, fuera de la civilidad democrática. Todo culminó con la
salida de 8.500 médicos cubanos que atendían a las poblaciones más
remotas de nuestro país. Fue una protesta del gobierno cubano ante las
acusaciones de Bolsonaro a Cuba, pues es un obsesivo anticomunista.
La
atmósfera tóxica creada por la campaña electoral acabó por gestar una
cultura de violencia en sus seguidores, que lo exaltaban como “mito”.
Varios LGTB especialmente los homoafectivos, negros e indígenas han
sufrido ya violencia. Ha habido hasta muertes gratuitas a los gritos de
“Viva Bolsonaro”.
¿Qué es lo que indica este fenómeno de
violencia? Bolsonaro, mediante metáforas poderosas, como por ejemplo
contra la corrupción, el anti-Petismo, el comunismo, el tema de la
seguridad pública, el de la familia y el lema fundamental “Brasil por
encima de todo” (tomado del nazismo “Deutschland über alles”) y “Dios por encima de todos”, consiguió desentrañar la dimensión perversa presente en la “cordialidad del brasileño”.
Esta
expresión “cordialidad del brasileño” creada por el escritor Ribeiro
Couto y consagrada por Sérgio Buarque de Holanda (cf. el Cap. V de
Raíces de Brasil, de 1936) está bien explicada por él y puede
significar, por un lado, bondad y trato amable, pero también rencor y
odio, por el otro. Ambas dimensiones provienen del mismo corazón del que
se deriva “cordialidad”. Sérgio Buarque precisa: “la enemistad puede
ser tan cordial como la amistad, ya que una y otra nacen del corazón”
(p. 107). Bolsonaro y sus más cercanos seguidores hábilmente supieron
sacar a la luz este otro lado sombrío de nuestra cordialidad. Reprimió
el lado luminoso y dejó que el lado maligno inundara la conciencia de
miles de personas.
Este lado nefasto estaba escondido y reprimido
en el alma del brasileño. Siempre hubo odio y maldad frente a los
antiguos esclavos negros cuyos descendientes son el 55,4% de nuestra
población actual. Esto lo mostró brillantemente Jessé Souza en su ya
famoso libro “La elite del atraso: de la esclavitud al Lava-Jato”
(2018). Pero era por parte de los representantes antiguos y actuales de
la Casa Grande. La mayoría de la prensa empresarial y conservadora y
particularmente los medios sociales de Internet universalizaron esa
comprensión negativa.
Aconsejo al lector/a que vuelva a leer mi artículo del 5/11/18: “La dimensión perversa de la ‘cordialidad’ brasilera”. En él, con más recursos teóricos, trato de hacer inteligible este lado sombrío de nuestra tradición cultural.
¿Cuál
es el dato específico de la actual hostilidad, el lado negativo de
nuestra cordialidad? Es el hecho de que este lado negativo, que existía
desde siempre, se siente ahora legitimado por la más alta instancia
política del país, por Jair Bolsonaro. Él despertó ese lado dia-bólico y
reprimió el lado sim-bólico, y muchas personas de nuestro pueblo que le
dieron la victoria electoral.
No nos sirve de nada que el futuro
presidente condene los eventuales actos de violencia, pues se
desacreditaría totalmente si los tolerase. Pero convengamos: él fue
quien creó las condiciones psicosociales para que la violencia
irrumpiera. Él está en el origen e, históricamente, debe ser
responsabilizado por haber despertado ese odio y esa violencia, que
continúa en las redes sociales, en los twitters, blogs y facebooks.
Ninguna
sociedad se sostiene sobre esa dimensión inhumana de nuestra humanidad.
Para contener ese impulso negativo que está en todos nosotros, existen
la civilización, las religiones, los preceptos éticos, los contratos
sociales, la constitución, las leyes y el autocontrol. Existen también
los órganos que velan por el orden y la contención de las formas
criminales de la cordialidad.
Necesitamos urgentemente
personas-síntesis, capaces de apaciguar los demonios, y de hacer que
prevalezcan los ángeles buenos que nos protejan y nos indiquen los
caminos de la convivencia pacífica. No será Bolsonaro la persona
indicada. Pero las sombras existen… porque hay luz. Y ésta es la que
debe triunfar y hacer dichosa nuestra convivencia en este hermoso e
inmenso país.
DdA, XV/4.018
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