Jaime Richart
Desde siempre un plebeyo humanista como yo ha tenido muchas razones para sentir desprecio por los poderosos; de la política, de la realeza, de las finanzas, de los bancos, de las multinacionales, de las energéticas, de la religión; lo que se entiende por Poder. Y no tanto por sufrirlo yo directamente sino porque me paso la –mi ya larga– vida presenciando en España cómo, por unas razones políticas o por otras, aunque las condiciones psicosociales hayan cambiado de manera sustancial, los poderosos de este país siguen abusando descaradamente de los débiles y ejercen una opresión sobre los débiles que recuerda otras épocas para olvidar. Han cambiado, en efecto, las condiciones, las circunstancias y los tiempos, pero ni el sufrimiento ni los sentimientos ni la condición humana varían por mucho progreso material que en teoría vaya habiendo para todos. Lo que varía son los modos de ejercer el abuso y la opresión, como varían en el mundo las prácticas de la tortura.
El sátrapa, el tirano y el dictador
oprimían directamente al pueblo y a los individuos. Y todo aquel que no
se sometiese o no se mostrase sumiso era torturado, eliminado o
destruido. Los ejecutores y sicarios del genocida real, virtual o en
potencia estaban en todas partes del espacio dominado por éste. No
había intermediarios en el ejercicio de la perversidad, pues los
ejecutores y sicarios eran simplemente su brazo armado.
Hoy, sin embargo, el abuso y la opresión
adoptan muy diversas formas y ya no son directos en la mayoría de los
casos. El mal ya no lo encarna un individuo. Hoy, en países todavía
inmaduros en la política y en tolerancia y por consiguiente también de
convivencia como España, el abuso y la opresión llegan de la
insensibilidad social, de la inconsciencia y de la debilidad de
quienes ostentando el poder político permiten barbaridades. Lo que
hacía decir a Einstein de que el mal del mundo no es tanto de los
perversos sino de los que les consienten… barbaridades incrustadas en
las leyes. Como barbaridad es dejar casi exclusivamente en manos
privadas iniciativas y precios odiosos de las corporaciones, grandes
empresas y multinacionales multimillonarias que son dueñas de la
energía, por ejemplo, o de empresas creadas para adueñarse de miles de
viviendas de alquiler, por ejemplo, aprovechando leyes emanadas de
una ideología deplorable, deshumanizada y depredadora como es la
neoliberal.
Pues una norma de 2009, fruto de la
modificación de la ley de arrendamientos urbanos permite a los
tribunales ejecutar los desahucios sin examinar la situación del
inquilino ni el grado de desigualdad entre arrendador y arrendado que
era preceptivo para el juzgador hasta esa fecha. Pues no es lo mismo
que el arrendador viva literalmente de la renta que le proporciona una
vivienda adquirida quizá tras muchos años de esfuerzo y el
arrendatario no le pague, que una “firma” que se ha hecho dueña de mil
pisos, y sin alma ni el más mínimo escrúpulo –pues su objetivo es
ganar dinero– expulse casi súbitamente, con el visto bueno de un juez o
un tribunal, a quien ha vivido gran parte de su vida en ese piso y no
tiene tiempo material para rehacerla.
Una mujer de 65 años se ha suicidado en
Madrid por el interés de una de esas empresas llamadas “socimis” que en
Madrid poseen 10.300 pisos, el 48% de las viviendas de alquiler en la
capital. Un juez condena a un año y nueve meses de prisión a un joven
por robar un bocadillo para “enriquecerse”; decisión tan injusta como
extravagante de un juez que ha visto la ocasión de darse a conocer como
excéntrico en los medios de comunicación.
Dos casos que son dos representaciones
vivientes del estado de desvarío que vive este país y que, sumados al
triste hecho de que cada vez abandonan más jóvenes los estudios, y a
las mil conductas disparatadas en todas las instituciones del estado;
en un Senado inoperante; en unas Diputaciones que agravan el déficit;
en un modo cazurro de tratar e interpretar la Constitución y los
preceptos que contiene, etc, etc, por mucho que los optimistas
profesionales difundan y vendan a los cuatro vientos optimismo, este
estado de ánimo, el optimismo, hoy día sólo parece propio de
ignorantes y de necios.
Cuando creíamos que España caminaba por
senderos de justicia social, que es tanto como decir de sensatez, de
humanismo y de cordura, España, esa España de la bandera hasta en la
sopa, esa España del bandolerismo, esa España del esperpento camina por
un hilo de funambulista cada vez más fino. Y por todo ello yo, e
imagino que muchos españoles, hemos ido pasando paulatinamente del
desprecio profundo hacia los abusadores, a un odio cerval.
DdA, XV/4.025
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