Hoy, sin embargo, el abuso y la opresión adoptan muy diversas formas y ya no son directos en la mayoría de los casos. El mal ya no lo encarna un individuo. Hoy, en países todavía inmaduros en la política y en tolerancia y por consiguiente también de convi­ven­cia como España, el abuso y la opresión llegan de la in­sensibili­dad so­cial, de la inconsciencia y de la debilidad de quie­nes ostentando el poder político permiten barbaridades. Lo que hacía decir a Einstein de que el mal del mundo no es tanto de los perversos sino de los que les consienten… barbaridades incrusta­das en las leyes. Como barbaridad es dejar casi exclusivamente en manos privadas iniciati­vas y precios odio­sos de las corpora­cio­nes, grandes empresas y mul­tinacionales multimillonarias que son dueñas de la energía, por ejemplo, o de empresas crea­das para adueñarse de miles de vivien­das de alquiler, por ejem­plo, aprove­chando leyes emanadas de una ideología de­plorable, deshumani­zada y depredadora como es la neo­liberal.
Pues una norma de 2009, fruto de la modificación de la ley de arrendamientos urbanos permite a los tribunales ejecutar los de­sahu­cios sin examinar la situación del inquilino ni el grado de des­igualdad entre arrendador y arrendado que era preceptivo para el juz­gador hasta esa fecha. Pues no es lo mismo que el arrenda­dor vi­va literalmente de la renta que le proporciona una vi­vienda ad­qui­rida quizá tras muchos años de esfuerzo y el arren­datario no le pa­gue, que una “firma” que se ha hecho dueña de mil pisos, y sin alma ni el más mínimo escrúpulo –pues su obje­tivo es ganar di­nero– expulse casi súbita­mente, con el visto bueno de un juez o un tribu­nal, a quien ha vivido gran parte de su vida en ese piso y no tiene tiempo material para rehacerla.
Una mujer de 65 años se ha suicidado en Madrid por el interés de una de esas empre­sas llamadas “socimis” que en Madrid po­seen 10.300 pisos, el 48% de las viviendas de alquiler en la capi­tal. Un juez condena a un año y nueve meses de prisión a un jo­ven por ro­bar un bocadillo para “enriquecerse”; decisión tan in­justa como ex­travagante de un juez que ha visto la ocasión de darse a conocer como excéntrico en los medios de comunica­ción.
Dos casos que son dos representaciones vivientes del estado de desvarío que vive este país y que, sumados al triste hecho de que cada vez abandonan más jóvenes los estu­dios, y a las mil conduc­tas disparatadas en todas las instituciones del estado; en un Se­nado inoperante; en unas Diputaciones que agravan el défi­cit; en un modo cazurro de tratar e interpretar la Constitu­ción y los pre­ceptos que contiene, etc, etc, por mucho que los op­timistas profe­sionales difundan y vendan a los cuatro vientos optimismo, este es­tado de ánimo, el optimismo, hoy día sólo pa­rece propio de igno­rantes y de ne­cios.
Cuando creíamos que España caminaba por senderos de justi­cia so­cial, que es tanto como decir de sensatez, de humanismo y de cor­dura, España, esa España de la bandera hasta en la sopa, esa Es­paña del bandolerismo, esa España del esperpento camina por un hilo de funambulista cada vez más fino. Y por todo ello yo, e ima­gino que muchos españoles, hemos ido pasando paulati­na­mente del despre­cio profundo hacia los abusadores, a un odio cer­val.

                DdA, XV/4.025