DdA, XV/4.018
jueves, 22 de noviembre de 2018
LA DEMOCRACIA: O SE PERFECCIONA O SE ENVILECE CON EL TIEMPO
Jaime Richart
Ya no hay
dudas. Hemos esperado demasiados años confiando en que la metamorfosis se
consolidase; confiando en que España acabase el complejo proceso de
transformación de una dictadura que duró cuarenta
años, en una democracia convencional que, tras otros cuarenta años, ha
terminado mostrándose fallida... Sí, fallida. Porque todas las naciones del mundo están organizadas de alguna manera para ser eso, una
nación, para tener una bandera, un
gobierno, unos dirigentes. Pero cuando son unos cuantos oportunistas que se
apoderan del poder político tras el que se parapetan los
verdaderos dueños del país, las grandes fortunas, los
bancos y los financieros, todos dueños del dinero, ese país, aunque no sufra la persecución criminal de un dictador y no sea por tanto una
tiranía, tampoco es una democracia o es
una democracia frustrada...
Todas las
naciones están más o menos organizadas y mejor o
peor organizadas, pero no responden a la forma de Estado que dicen tener, y a
menudo tampoco a lo que creen parecer. Son los demás países los que juzgan el nivel de
aceptación o de rechazo del sistema
implantado en una nación concreta. Por principio, no hay
nación en el mundo que no se califique
a sí misma de democrática. Y en realidad todas lo son. Unas son
democracias populares y otras son democracias de clase. Todas quieren pasar el
filtro, es decir, la prueba concluyente de la
separación de poderes del Estado, que es
el requisito sine qua non definitorio
de un sistema como democracia y por antonomasia como democracia burguesa.
Pero dejando
al margen a las primeras (las de partido único),
ninguna de las segundas, las democracias burguesas, las comunes, están acabadas de la noche a la mañana. Pues no lo son,
porque no basta con gritar desde un texto que así
lo ha
proclamado solemnemente: ¡Ya llegó la democracia!, ¡Ya estamos en una
democracia! No. Cada democracia se perfecciona con el paso del tiempo o se va
envileciendo. Y ese perfeccionamiento pasa necesariamente por el esfuerzo de
los que ostentan alguna forma de poder: dirigentes políticos, dirigentes económicos, poder
judicial y periodismo, por mantener firme y en alta tensión esa separación de
poderes. El envilecimiento llega por sí
solo...
Pues bien,
en España, tras cuarenta años, o no ha llegado a instituirse o a afianzarse
siquiera la separación efectiva de los poderes del
Estado, o cada día que pasa se va poniendo de
manifiesto una marcada involución. Lo que
significa que si en algún periodo del proceso hubo
separación real, rápidamente va el pueblo
descubriendo que los tres poderes del Estado están
entremezclados y contaminados entre sí.
Como el
poder legislativo no juzga y el judicial no legisla, la mezcla se produce por
interferencias continuas entre ambos, pero sobre todo por la injerencia del
legislativo o el ejecutivo en el poder judicial. Esto ya es novedad, es una
constatación sin atenuantes, que es lo que
se desvela ahora. Véase que digo se desvela y no que
se produce ahora.
Lo cierto es que en estos cuarenta años la impresión de la
ciudadanía siempre fue esa mixtificación que ha acabado reconociéndose como politización de la
justicia: la más grave lacra de una democracia
hasta el extremo de desfigurarla totalmente y acabar siendo “eso”, no una democracia sino un aparato político al servicio directo de los intereses
financieros, bancarios y económicos, con
todas las consecuencias e implicaciones que ello lleva consigo en materia de
recorte de libertades y de esclavización de la
ciudadanía...
Sabíamos desde el principio que la
Constitución era un cocinado a la carta de
los franquistas que sucedían al dictador. Sabíamos que los franquistas habían cumplido los designios del dictador al restaurar
la monarquía metida en el paquete
constitucional que los millones de electores, asustados, aprobaban en 1978 ante
la amenaza velada en otro caso de un nuevo golpe de Estado militar. Pero la
prensa callaba. Sabíamos años después que los franquistas se estaban quedando con el
dinero llegado de la UE en forma de fondos de cohesión destinados a disminuir las disparidades socioeconómicas. Y la prensa volvía a callar. Sólo veinte años después, cuando la infección llegó a
ser casi una septicemia sociopolítica, ha
empezado a tirar la prensa del hilo y a sacar del cajón multitud de indicios y pruebas que había ido acumulando para luego ir troceando las
noticias, más por necesidades de Caja que por
imperativo deontológico...
Sabíamos que el poder de los
gobiernos se entrometían en las decisiones judiciales
de envergadura, porque los jueces, intercalados, eran del mismo partido o del
mismo parecer que el de los gobiernos. La figura del Fiscal del Estado elegido
por el gobierno de turno legitimaba el chanchullo. Pero llegó un momento en que
ya no era posible contener tanta basura y empezó el
aluvión de
noticias espantosas sobre delitos económicos, sobre
prevaricaciones, malversaciones, espionajes y demás
actuaciones mafiosas... que han llegado hasta ayer.
Aún quedaba una baza: la justicia
buena, la que resplandeciese triunfante sobre los jueces al servicio de la
causa de sus colegas franquistas. Pero la justicia “buena”, los jueces
“buenos” han sido depurados enseguida por los jueces
franquistas, y la justicia en general ha ido de mal en peor debido a que los
puestos clave y los ultracuerpos del franquismo, lo mismo que el periodismo
dominante o tibio, se han confabulado para cerrar el paso a un vaciado del
contenedor de la basura que es esa Constitución
pergeñada a la
medida ideológica de todos los actores políticos, financieros, religiosos, judiciales y mediáticos...
La España
institucional, pues, se ha convertido, de momento sólo, en un ring descomunal donde todos pelean contra
todos y parte de los contendientes pelean sucio permanentemente. Y seguirán peleando sin cuartel en unas condiciones
lamentables en las que no se sabe quien gobierna de verdad y quién juzga de verdad. Eso, después de saber quién manda de
verdad en la sombra que son siempre los mismos: el poder financiero, el
bancario y el empresarial, que son los que mecen la cuna de las elecciones y de
los elegidos.
Total que
España parece a punto de bajarse del ring para echarse todos al monte, y desde
allí acabar peleando en otro sitio: en
un muladar; en ese muladar nacional donde pasan buena parte de su historia los
salteadores de caminos, los proxenetas de la política y los
rufianes del periodismo y de la judicatura. Lo que no es difícil pronosticar es que el combate tumultuario
resultante no habrá de terminar precisamente en tablas...
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