
El Ateneo Obrero y el grupo Eleuterio Quintanilla rinden homenaje a Juana Lobo, profesora de adultos y «un referente» para los inmigrantes que falleció el pasado octubre, a los 66 años
Eugenia García
La llamaban 'mamá África'
por su compromiso con los inmigrantes, para quienes era «un referente»
tal que los senegaleses la premiaron con ese cariñoso apodo. Pero Juana Lobo,
fallecida el pasado mes de octubre tras una enfermedad que combatió con
una «enorme entereza», también lo era para sus compañeros del grupo
Eleuterio Quintanilla, que recordarán a esta maestra ejemplar con un
homenaje el próximo jueves en el Ateneo Obrero de Gijón.
Nacida en un pueblo cercano a Posada de Llanes, Juana era la segunda de diez hermanos, la primera mujer y, por tanto, terminó convirtiéndose en «la segunda madre» de todos ellos.
Eso le hizo desarrollar dotes que después utilizó brillantemente en la
enseñanza, que comenzó a ejercer tras estudiar Magisterio en Oviedo. Muy
pronto se marchó a Barcelona, donde durante años
trabajó en la Escola Freire de personas adultas. Estableció un fuerte
vínculo con la inmigración que llegaba, primero, de distintas regiones
de España como Extremadura, Andalucía o Aragón y de países de África
después.
Regresó a Asturias hace aproximadamente veinte años y aterrizó en Gijón. Desde que llegó hasta que la enfermedad la retiró ejerció la docencia en el centro de adultos de La Calzada, donde incorporó muchas de las metodologías innovadoras que había conocido en la Escola Freire y otros colectivos pedagógicos. Trajo consigo, además, una voracidad lectora como su compañero Juan Nicieza confiesa
no haber conocido nunca y una memoria prodigiosa. Combinadas ambas, su
sabiduría resultaba de un valor incalculable para el grupo Eleuterio Quintanilla.
«No paraba de leer y sobre algunos asuntos, como el Holocausto, lo
sabía absolutamente todo», recuerdan. Sus conocimientos fueron
«fundamentales» para la elaboración de la exposición y posterior guía
didáctica sobre la Shoah 'Pensad que esto ha sucedido'.
Personificaba
además la virtud de la generosidad y se volcaba con sus alumnos hasta
tal punto que ella, que nunca condujo, estudió el código de circulación
sólo para enseñarlo y se empeñó en un proyecto de preparación para el
examen teórico de conducir que ayudó a distinguir entre carreteras y
vías a inmigrantes que prácticamente no hablaban castellano. Su método
recibió incluso un premio nacional de innovación educativa y a La
Calzada llegó gente de todas partes de Asturias, e incluso de otras
comunidades, para sacarse el carnet con Juana Lobo.
A la hora de comer, su casa siempre estaba abierta.
De manera «callada y discreta» ayudó a mucha gente, especialmente a
mujeres senegalesas en las que reconocía una especial fragilidad y con
cuyas historias vitales se implicaba profundamente. Su empeño era que
fuesen a clase, que aprendieran a leer en español, que vivieran en Gijón
de manera intensa y no se relegasen a criar hijos en su casa, sino que
desarrollaran su vida autónoma. La primera vez que la internaron en el
hospital, su compañera de habitación se sorprendió de la cantidad de
senegaleses que inundaron el cuarto. «¿Es de una ONG?», preguntó.
Alguien respondió: «No. Ella es la ONG». Mamá África.
El Comercio/ DdA, XV/4.012
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