lunes, 26 de noviembre de 2018

ANTONIO MACHADO EN SEGOVIA, EL HIMNO A LA REPÚBLICA DE SU HERMANO MANUEL Y LAS CARTAS A GUIOMAR

Habitación del poeta

Félix Población

Visité la casa-museo de Antonio Machado en Segovia en varias ocasiones, cuando vivía en Madrid, y tenía ganas de repetir la experiencia desde hace años, por lo que decidí hacerlo recientemente, muchos años después. Dejo al margen de esta crónica la sobresaturación turística que en una fechas de puente festivo soporta Segovia y la codicia desmedida de algunos restaurantes, incapaces de atenerse a un baremo equilibrado calidad/precio, acorde con el predicamento gastronómico del que goza o gozaba la ciudad, sin reparar en que la codicia suele romper el saco. Para la próxima, antes que permitir el asalto a la puerta del local de un vendedor de presuntas delicias gastronómicas, mejor será disfrutar de un buen bocata a la primorosa vera del Eresma o del Clamores, si el tiempo lo permite:

Dos ríos tiene Segovia,
el Eresma y el Clamores,
con sus huertos que compiten
 en holganzas y en primores"

 Cocina de la pensión de doña Luisa

Dejando aparte estas incidencias, fue nuevamente una inmersión muy intensa y evocadora visitar la posada del poeta, en la que residió desde finales de 1919 hasta 1932. Pocas casas-museo en España podrán ofrecer al viajero un aspecto tan fidedigno de las pensiones de aquella época. Adentrarse en sus estancias, andar sobre el viejo piso de madera, comprobar la antigüedad del tendido eléctrico, la gastada memoria del mobiliario de la época, el brillo de balaustre de la escalera, la maciza solidez de las contraventanas, el tacto de los pomos de las puertas, tocar casi los techos o asomarse a los patios interiores con parras y perales constituye una identificación muy en fondo y forma con la recoleta y modesta atmósfera doméstica que respiró don Antonio durante su larga estancia en la ciudad, antes de residir en Madrid. 

La sobria habitación de don Antonio se encuentra al final del pasillo, con su agumanil y su maleta viajera. Una escogida  documentación  en las estancias anteriores glosa algunos pasajes de  su vida. Sólo echaremos en falta la memoria de sus versos para que la visita deje en nosotros un poso melancólico de honda empatía con quien tantas veces reprodujo con la lectura la emoción de sus poemas a lo largo de distintas edades. No hay celda de franciscano ni de cartujo que nos de una idea de austeridad y desolación como nos da este cuarto, dirá Francisco de Cossío del que ocupaba don Antonio. Solo habiendo tratado al poeta puede ser verosímil este escenario de vida e inspiración. 

Miguel Ángel Bonhome, con quien compartí una adolescencia machadiana -prolongada con toda una vida de amistad-, le puso nombre a la décima (Calle de los Desamparados) y estos versos a la monacal celda de don Antonio, con uno de apertura de fray Luis de León:

Ni envidioso, ni enviadiado,
aquí vivió el buen Machado
con humildad franciscana.
La cama, la palangana
y el espejito gastado
que le vió día tras día.
En esa mesa partía,
como el santo en la montaña,
la voz más honda de España
el pan y la Poesía.

Junto a la cama de hierro (el lecho donde yazgo) está la estufa de petróleo que le regalara su hermano Manuel para caldear las frías y largas noches del invierno segoviano.

 

Aparte de diversas fotografías con sus colegas y alumnos del  Instituto General y Técnico de la ciudad, del que fue catedrático de francés y también subdirector, entre los documentos encontramos la portada de uno de los periódicos que se publicaban por entonces, La Tierra de Segovia, donde se da cuenta a toda plana, en el número del 2 diciembre de 1919, del recibimiento que se le tributó. Bien llegado seas, emisario del arte, a esta vieja ciudad artística y legendaria, leemos en la entradilla de la página. Los conocidos poemas Retrato y A un olmo seco complementan los otros dos artículos que exaltan la personalidad de don Antonio.

En el otro periódico de la ciudad, El adelantado de Segovia, la salutación no es menos generosa en elogios: Ayer llegó a esta población, con objeto de posesionarse de su cátedra de Francés en el Instituto General y Técnico, para la que recientemente fue nombrado, el vigoroso y culto poeta Antonio Machado, que en hermosas estrofas ha sabido cantar las grandezas de Castilla, de la que es un ferviente enamorado. Enviámosle nuestro más afectuoso saludo, y mucho celebramos que encuentre grata su estancia en esta vieja ciudad castellana, donde seguramente hallará motivos de inspiración el genial poeta". 

Es previsible que al cumplirse el año que viene el centenario de la llegada del poeta andaluz a la ciudad, Segovia lo celebre con una serie de actos conmemorativos, de los que el mismo Adelantado de Segovia nos de noticia.

 Machado presidió en Segovia la proclamación de la República

En otra de la vitrinas de esta casa-museo propiedad de la Real Academia de Historia y Arte San Quirce, encontramos también la portada de ese mismo periódico  en la que se hace referencia a otro hecho fundamental en la vida del autor de Campos de Castilla: la proclamación de la segunda República, por cuyo advenimiento ya se había comprometido con la Agrupación al Servicio de la República en un mítin celebrado en el teatro Juan Bravo el 14 de febrero de 1931, en el que intervinieron con él Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón. Dos meses después, Machado estuvo a la cabeza de la manifestación que recorrió la ciudad -según leemos en el citado periódico- y en el balcón del Ayuntamiento desde el que se izó la bandera tricolor. La banda de música -se dice en el diario- interpretó desde el kiosco de la Plaza Mayor La Marsellesa, que fue oída con respeto por todos. Seis años más tarde, el poeta recordará en plena guerra ese día en un artículo publicado en La Voz de España en 1937: 

Fue un día profundamente alegre —muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro más alegre—, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños. (…) Mi amigo Antonio Ballesteros y yo izamos en el Ayuntamiento la bandera tricolor. Se cantó La Marsellesa, sonaron los compases del Himno de Riego. La internacional no había sonado todavía. Era muy legítimo nuestro regocijo. La República había venido por sus cabales, de un modo perfecto, como resultado de unas elecciones. Todo un régimen caía sin sangre, para asombro del mundo. Ni siquiera el crimen profético de un loco que hubiera eliminado a un traidor turbó la paz de aquellas horas. La República salía de las urnas acabada y perfecta, como Minerva de la cabeza de Júpiter.

Y también hará Machado entonces el balance de aquel sexenio: Desde aquel día —no sé si vivido o soñado— hasta el día de hoy, en que vivimos demasiado despiertos y nada soñadores, han transcurrido seis años repletos de realidades que pudieran estar en la memoria de todos. Sobre esos seis años escribirán los historiadores del porvenir muchos miles de páginas, algunas de las cuales, acaso, merecerán leerse. Entre tanto, yo los resumiría con unas pocas palabras. Unos cuantos hombres honrados, que llegaban al poder sin haberlo deseado, acaso sin haberlo esperado siquiera, pero obedientes a la voluntad progresiva de la nación, tuvieron la insólita y genial ocurrencia de legislar atenidos a normas estrictamente morales, de gobernar en el sentido esencial de la historia, que es el del porvenir. Para estos hombres eran sagradas las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo; contra ellas no se podía gobernar, porque el satisfacerlas era precisamente la más honda razón de ser de todo gobierno. Y estos hombres, nada revolucionarios, llenos de respeto, mesura y tolerancia, ni atropellaron ningún derecho ni desertaron de ninguno de sus deberes. Tal fue, a grandes rasgos, la segunda gloriosa República española, que terminó, a mi juicio, con la disolución de las Cortes Constituyentes. Destaquemos este claro nombre representativo: Manuel Azaña.



A instancias de la Junta de Ampliación de Estudios de la Institución Libre de Enseñanza, se creó en Segovia la Universidad Popular, una actividad pionera en España de la que fue director honorario el poeta en 1926. Su objetivo se centraba en la educación de los obreros segovianos que no había tenido acceso a la enseñanza. Junto al comedor de la vivienda hay una pequeña dependencia con volúmenes de la biblioteca circulante que recuerda a esa institución, en la que se publicó la revista Manantial (siete números entre 1928 y 1929), con la colaboración de don Antonio, algunos escritores de la generación del 98 y otros  modernistas y vanguardistas. En la habitación podemos encontrar unos cuantos documentos relacionados con las inolvidables y entusiastas Misiones Pegagógicas republicanas, de cuyo patronato formó parte, y algún objeto singular como una grabadora y reproductora de discos Fonivox, utilizada tanto para grabar canciones y romances populares como para escuchar música clásica. La Universidad Popular fue algo en lo que el poeta trabajó de un modo intenso y entusiasta.



Me extrañó ver, en una de las paredes en un rincón del pasillo que conduce al sobrio dormitorio, un cuadro que enmarca el texto de un himno a la República Española, bajo el que leemos entre paréntesis (Letra de A. Machado. Música de O. Esplá). Tenía entendido que la letra de ese himno no fue obra de Antonio sino de su hermano Manuel, por lo que sería conveniente hacerlo constar, aunque en algunos medios se haya publicado que lo escribió Antonio. Se trata del llamado Canto rural a la República Española, que se estrenó el 26 de abril de 1931 en el Ateneo de Madrid y fue desechado por Manuel Azaña a favor del Himno de Riego, obra del general gijonés Evaristo San Miguel. (Para más detalles, léase el detallado artículo de Víctor Sánchez Martín: La polifonía hímnica de la segunda República y el himno de Riego. Himnos, culturas, políticas y construcción nacional).


La despedida en Barcelona de las Brigadas Internacionales que vinieron a defender la segunda República contra el fascismo, y de la que recientemente se ha cumplido el octogésimo aniversario,  tiene también su testimonio en esta casa-museo, pues el poeta sevillano intervino como es sabido en esa despedida junto a Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Juan Gil Albert, Miguel Hernández, José Herera Petere, Pablo Neruda, Juan Paredes, Pérez Infante, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaza y Lorenzo Varela. Aquel 9 de octubre de 1938 dijo don Antonio a los combatientes de 53 naciones: Mis queridos amigos, camaradas, hermanos: la verdadera España, que es la España fiel al gobierno de la República, no podrá olvidaros jamás y vuestos nombres han quedado grabados en su alma; ella sabe que haber merecido vuestro apoyo, vuestra ayuda generosa y desinteresada, es uno de los más altos títulos de gloria de que puede enorgullecerse.

Junto a las conocidas imágenes de su joven esposa soriana, Leonor, fallecida a temprana edad después de aquel ilusionado viaje a París al poco de casarse, no podían faltar también fotografías de Guiomar, a la que el poeta conoció en Segovia el 2 de junio de 1928, en una cita que tuvo por escenario el Gran Hotel Comercio. En medio del camino de mi vida, dirá el poeta en su Cancionero apócrifo parafraseando a Dante, pasome el pecho la flecha de un amor intempestivo

Durante mucho tiempo se pensó que sus Canciones a Guiomar, publicadas un año después, aludían a un personaje imaginario, casi becqueriano, pero Guiomar era en carne y hueso Pilar de Valderrama, "una mujer  morena, de tipo semítico, con grandes ojos pasionales y toda ella con un exceso de ardor que se desfoga en el arte" (según la describe Rafael Cansinos Assens). El secreto no se desveló hasta 1950 en que Concha Espina lo contó en un libro, preservando la identidad de Guiomar, que Pilar aclaró en Sí, soy Guiomar, unas memorias publicadas en 1981, dos años después de la muerte de la autora y de las que en la casa-museo hay varias ediciones. 

Fueron doscientas o incluso algunas más las cartas que Machado escribió a Pilar, una mujer casada, con tres hijos, que cuando conoció al poeta soportaba una crisis matrimonial después de que la amante de su esposo se suicidase. Pilar se presentó en Segovia con una carta de presentación firmada por la hermana del actor Ricardo Calvo, amigo del poeta, y Machado acudió al hotel donde pernoctaba para saludarla. Según Valderrama, su sentimiento amoroso fue repentino, pero también la condición de que la suya no pasaría de ser una relación de amistad. De todas las cartas escritas por el poeta desde su modesta posada, sólo se conservan 36 que la destinataria salvó del fuego. El contenido tiene visibles alteraciones, ya sea por amputaciones, borraduras o manipulaciones refinadas, según escribe Francisco Morales Lemos (Las cartas de Antonio Machado a Pilar de Valderrama). Algunas misivas soprenden por el juvenil talante sentimental que muestra el poeta en ocasiones, del que también fue partícipe Miguel de Unamuno, confidente de esta tardía historia amorosa.

Así, contando la alegría que siente al ver a Guiomar en Segovia, escribe: "El corazón me salta en el pecho, realmente loco, y no hallo manera de sujetarlo", y rebate así que el pudor deba ahogar tal sentimiento: "Yo proclamo con Miguel de Unamuno, la santidad del impudor, del cinismo sentimental. Lo que se siente debe decirse, gritarse, verterse»". Don Antonio tenía 52 años y Guiomar 38. El primero parece incapaz de contener el sentimiento que le embarga 


En la carta que lleva el número 33 rememora la noche en que se conocieron, al tiempo que se refiere a algunos problemas de salud y a una nueva depresión del espíritu, cada vez más larga y grave. Dice temer más a la vejez que a la muerte y afirma que la República le está defraudando un poco, como también le ocurre a Pilar. Glosa igualmente la actitud de Cataluña ante el Estado, motivo por el que un Ayuntamiento catalán quiso quitarle a una calle el nombre de Antonio Machado no hace mucho: 

La cuestión de Cataluña, sobre todo, es muy desagradable. En esto no me doy por sorprendido, porque el mismo día que supe el golpe de mano de los catalanes lo dije: «Los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán los que se la lleven». Y, en efecto, contra esta República, donde no faltan hombres de buena fe, milita Cataluña. Creo con Don Miguel de Unamuno que el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y, en lo tocante a enseñanza, algo verdaderamente intolerable. Creo, sin embargo, que todavía cabe una reacción a favor de España, que no conceda a Cataluña sino lo justo: una moderada autonomía, y nada más.

Uno de los poemas del poeta andaluz que de siempre más me ha conmovido, con el nombre de Guiomar en uno de los versos, es el soneto que lleva por título De mar a mar entre los dos la guerra. Lo escribió durante el atroz conflicto armado, cuando Antonio Machado se encontraba en Valencia y Pilar Valderrama en Galicia. Fue publicado en la revista Hora de España (Barcelona), en junio de 1938:

De mar a mar entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre,
miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú, asomada, Guiomar , a un finisterre,
miras hacia otro mar, la mar de España
que Camoens cantara, tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia te acompaña.
A mi me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte.
y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama,
y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
 
que ha sentido del hacha el corte frío.

La última carta de Machado dirigida a José Bergamín

Entre los últimos documentos que llevan la firma del poeta de  Soledades no podía faltar, en un lugar que tan sugestivamente enmarca su vida de profesor provinciano, la última carta escrita desde su exilio en Colliure, dirigida a su amigo el escritor José Bergamín, unas semanas antes de su muerte. ¿En qué pensaba don Antonio cuando, al final de la misiva, le dice a su destinatario: En estos días cambiaremos de residencia. Ya se lo haré saber telegráficamente. La carta lleva fecha del 7 de febrero, quince días antes de que Machado fallezca con unos versos abandonados en el bolsillo de su abrigo (Estos días azules, este sol de la infancia), por lo que pareciera que la salud de don Antonio no ofrecía síntomas suficientes de gravedad cuando escribió a su amigo como para esperar un próximo fallecimiento. Que se vendan camisetas con esos versos estampados, en la recepción de la casa-museo, no deja de parecerme una frivolidad en medio de las penosas circunstancias en que fueron escritos.

 

Finalmente, no puede faltar en esta visita a la pensión de la calle de los Desamparados, muy cerca de la catedral y la distintiva personalidad de la Plaza Mayor segoviana donde se encontraba el café Castilla al que acudía al poeta, un recuerdo para doña Luisa Torrego, la patrona de don Antonio a la que pagaba 3,50 pesetas diarias -que después pasarían a ser 5-  y que tuvo una muy larga vida, hasta el punto de mostrarnos la habitación del poeta en un reportaje para Televisión Española en el que alude a los muchos papeles rotos por su huésped como posibilidad de que si se los hubiera dejado ella andaría por ahí paseando en coche. Ciertamente, la etapa creadora de don Antonio en Segovia fue muy intensa. De esa modesta posada salieron sus muchas colboraciones a los periódicos y revistas de Madrid, adonde solía ir los fines de semana, algunas de las obras de teatro escritas con su hermano Manuel y sus heterónimos Abel Martín y Juan de Mairena. 


Quizá la longevidad de doña Luisa, muy visitada por académicos y escritores en sus últimos años, hizo posible que hoy podamos entrar en su posada, a través del jardín en el que hay una copia del busto del poeta realizado por Emiliano Barral,  casi como si don Antonio hubiera salido de paseo por las amenas inmediaciones del monasterio de El Parral y estuviera a punto de regresar, a última hora de la tarde, con algún verso entre los labios al que prestara ritmo y cadencia con sus dedos:

En Segovia una tarde de paseo
por la ribera que el Eresma baña...

                    DdA, XV/4.021                   

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