Extraordinario el trabajo documental llevado a cabo por este historiador francés (1970) especializado en el nazismo, que nos informa de la vida y obra de ochenta jóvenes intelectuales (filólogos, juristas, filósofos, economistas, historiadores), capaces de culminar unas excelentes carreras académicas y ser a posteriori responsables de los órganos represivos del Tercer Reich.: “Eran apuestos, brillantes, inteligentes y cultivados. Fueron responsables de la muerte de varios cientos de miles de personas”, escribe el autor en las primeras líneas de este libro.
Ingrao, Ch. (2017). Creer y destruir. Los intelectuales y la máquina de guerra de las SS. Barcelona: Acantilado.
Henrique Hervés Sayar
Hace apenas dos años, el economista Paul Krugman aprovechaba su columna en el New York Times para
expresar airadamente su incomprensión, extensible a toda la élite
liberal estadounidense, por la victoria de Donald Trump en las
elecciones presidenciales norteamericanas. El triunfo del candidato de
discurso reaccionario, racista y misógino -posfascista, si así lo
queremos calificar-, sólo podía ser el resultado de la ignorancia y
adocenamiento de buena parte del electorado: “Ha quedado claro que
hay un gran número de personas -blancos que viven principalmente en
áreas rurales- que no comparten nuestra idea de lo que es América. Para
ellos, se trata de sangre y suelo, de patriarcado tradicional y
jerarquía racial” (Kruggman, 2016).En definitiva, la ignorancia de esos a los que despectivamente los cultos urbanitas estadounidenses pueden referirse como hillbillies, rednecks o white trash, explicaría su adhesión al populismo trumpista. Puede parecer una simple anécdota, y probablemente su autor se haya arrepentido, pero pone de relieve la forma de pensar y expresarse de sectores significativos de la intelectualidad progresista, cuya reivindicación de la causa de las llamadas mayorías sociales contrasta con el desprecio elitista por las actitudes, formas de sociabilidad y opciones políticas de una parte importante de tales mayorías. Al mismo tiempo, cultura, inteligencia y formación les pondrían a salvo de caer en los mismos errores. Pues depende…
Por desgracia, no podemos esperar que estas cualidades sean un freno a la abyección. Así lo enseña el historiador francés Christian Ingrao (n. 1970), especializado en el estudio del nazismo y de la violencia de guerra, en su obra Croire et détruire (2012), traducida al castellano en el 2017 de la mano de la editorial barcelonesa Acantilado. Esta investigación se centra en un grupo selecto: ochenta jóvenes intelectuales (historiadores, filólogos, juristas, filósofos, economistas) que formaron parte de los órganos represivos del Tercer Reich, singularmente del Servicio de Seguridad (SD) de las SS, al tiempo que desarrollaban unas más que notables carreras académicas. Como resume en las primeras líneas del libro: “Eran apuestos, brillantes, inteligentes y cultivados. Fueron responsables de la muerte de varios cientos de miles de personas” (Ingrao, 2017: 9). En el grupo analizado no encontraremos a las grandes lumbreras de la cultura alemana asociadas, de uno u otro modo, al régimen nazi, como Carl Schmidt, Ernst Jünger o Martin Heidegger. Pero lo cierto es que se trata de una muestra mucho más representativa de la contribución intelectual y fáctica de la élite académica a la utopía racista nazi. Produjeron un discurso dogmático y lo aplicaron sobre el terreno mandando los Einsatzgruppen (grupos de acción) que exterminaron a los judíos en el Este. En cierto modo, el estudio de Ingrao podría inscribirse en una línea de investigación reciente que destaca el protagonismo de las élites tradicionales alemanas en la barbarie hitleriana, como fue el caso del cuerpo de oficiales de la Wehrmacht (Wette, 2010). Como señala Michael Mann (2006: 13), la circunscripción social [universo social] de los movimientos totalitarios “disfrutó de relaciones particularmente próximas al icono sagrado del fascismo, la nación-estado” (Mann, 2006: 13). Así pasó con la academia alemana.



Aún cuando muchos ingresan en el partido y en las SS a partir de 1933, terminados los estudios, siempre fueron activistas comprometidos y no meros oportunistas: pusieron sus conocimientos al servicio de los fines del NSDAP y contribuyeron a la nazificación del saber, intensificada tras la nombramiento de Hitler como canciller del Reich. Este proceso tiene una doble dimensión: por una parte, el control de los centros de producción científica (universidades, fundaciones, centros de investigación); por la otra, la creciente visibilidad del sistema de creencias nazi en la producción científica (tesis, publicaciones).
Desde sus puestos en el entramado, complejo y a veces indescifrable, del Servicio de Seguridad (SD) tuvieron un papel fundamental en la organización de la represión político-social, lo que incluía, dada la naturaleza del nazismo, la identificación, seguimiento y estudio de los enemigos de la Volksgemeinschaft alemana. Tras el estallido de la guerra, les correspondió el diseño de un programa radical de transformación de los territorios ocupados en la Europa del Este. El llamado Generalplan Ost, reformulado en varias ocasiones, pretendía materializar la utopia racial nazi: la colonización del Este mediante el reasentamiento de alemanes étnicos (Volkdeutsche), el desarrollo de una economía basada en las actividades agropecuarias y la explotación de los recursos naturales, acompañados de la explotación en condiciones de servidumbre de mano de obra eslava y de la determinación de las poblaciones que habría que extirpar (H. Ehlich las cifró en más de 22.000.000 de judíos y eslavos). En suma, les correspondía organizar eficientemente la violencia extirpadora y legitimarla. Desde su punto de vista –la percepción del genocida-, Alemania libraba una guerra defensiva a muerte en la que estaba en juego su misma existencia. En palabras de uno de los miembros del Einsatzgruppe C, implicado en la matanza Babi Yar (1941): “Mis camaradas se baten literalmente por la existencia de nuestro pueblo. Hacen al enemigo lo que éste les haría a ellos[…] Como consideramos que esta es una guerra judía, los judíos son los que tienen soportar el primer embate” (Ingrao, 2017: 336-337). Este discurso legitimador permitió que “a pesar de la dimensión traumática de la experiencia genocida, no hubo nunca ruptura del consentimiento de estos hombres a la matanza” (Ingrao, 2017: 536)
Ante la derrota, muy pocos decidieron seguir la lucha hasta el final y varios más estuvieron entre los que recomendaban un cese de hostilidades. El suicidio, frecuente entre los dirigentes nazis más veteranos, fue muy raro entre estos intelectuales. La inmensa mayoría trataron de preservar cierta esperanza en el futuro. Cuando fueron sometidos a juicio optaron por diversas estrategias: la negación, la ocultación o la justificación de sus acciones. Ninguno se arrepintió.
Probablemente, la mayoría coincidirían con Max Aue, el culto SS-Obersturmbannführer de ficción creado por Jonathan Littel: “No defiendo la Befehlnotstand, el sometimiento a las órdenes que tanto gusta a nuestros buenos abogados alemenes. Lo que hice, lo hice con plento convencimiento de causa, convencido de que era mi deber y de que era necesario hacerlo, por desagradable y triste que fuera. También consiste en eso la guerra total: lo civil ya no existe[…]”(Littel, 2007: 26). Tengamos cuidado con los intelectuales: lo que sueñan puede convertirse a veces en realidad.
REFERENCIAS BILIOGRÁFICAS:
Ingrao, Ch. (2017). Creer y destruir. Los intelectuales e la máquina de guerra de las SS. Barcelona: Acantilado.
Krugman, P. (2016, 8 de noviembre). Our Unknown Country, The New York Times
Littel, J. (2007): Las benévolas. Barcelona: Círculo de Lectores.
Mann, M. (2006). Fascistas. Valencia: PUV.
Núñez Seixas, X.M. (1994).El nacionalismo
radical alemán y la cuestión de las minorías nacionales durante la
República de Weimar (1919-1933). Studia Historica-Historia Contemporánea, XII, 259-285.
Wette, W. (2010). Wehrmacht. Los crímenes del ejército alemán. Barcelona: Crítica.
De re historiografica - DdA, XV/3980
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