DdA, XV/3980
sábado, 13 de octubre de 2018
UNA SOCIEDAD NUEVA PUGNA POR ROMPER CON LOS PRESUPUESTOS IDEOLÓGICOS Y MORALES DEL FRANQUISMO
Jaime Richart
Después de la guerra
civil española,
la última de las guerras civiles de Europa Vieja, y después de ajusticiar los
vencedores a decenas de miles de sus enemigos, 55 años después, en 1994, en un
país africano, Ruanda, mayoritariamente cristiano, con un 62% de población católica,
un 18% protestante y 1% musulmán, la tribu de los hutus cometió genocidio
sobre otra minoritaria, los tutsis, en el que decenas de sacerdotes, religiosos
y monjas participaron activamente en las matanzas. El gobierno hegemónico de
la tribu de los hutus eliminó al 75% de la tribu de los tutsis. Los discursos
de odio hacia los tutsis fueron una gran arma de propaganda. (Recogido de
Wikipedia).
Refiero ahora esta historia relativamente
reciente porque España, tan diferente en todo lo más negativo en esta materia
de las demás naciones europeas, me trae a la cabeza ese otro trance africano
que si no, naturalmente, parecido en crueldad y barbarie, sí me parece similar
a él por la índole de la enemiga, por el abuso persistente y por la prepotencia
de ciertos seres humanos que en el mundo civilizado están
en vía
de extinción. Sobre todo, por la similitud en el manejo del odio en España por
los grupos sociales que predominan y abusan de otras partes de la misma sociedad,
y además impunemente.
Me refiero, naturalmente, a un nutrido grupo
humano que algunos llaman casta, es decir, grupo que forma una clase especial y
tiende a permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc., (de la
tercera acepción de la RAE). Me refiero,
en España, a esos herederos de glorias nacionales pasadas; a esos legatarios de
títulos nobiliarios adjudicados in illo tempore por la máxima crueldad de sus
titulares originarios; a aquellos instructores de la Causa General Roja instruida
por el Ministerio de Justicia de la dictadura;
a esos beneficiarios directos de ésta por vía ordinariamente familiar; a
esos que vienen detentando poder de hecho desde los tiempos del franquismo,
ellos y sus hijos o nietos, transmitiendo las esencias del dictador con todo el
cortejo de catolicismo apabullante, de horror al comunismo, de altanería y
fanfarronería ancestral propias de todos los abusadores sociales de la
historia; a esos generadores de odio que me recuerdan los sucesos de Ruanda
hace solamente 24 años.
Pues bien, todos ellos, hijos o nietos de los
vencedores en la guerra civil y franquistas acérrimos, se concertaron inmediatamente
después de morir en la cama el dictador para formar una tribu integrada por los
jerifaltes y mandamases del franquismo a cuyo frente estaba un ministro que
había desfilado por más de un
ministerio, agrupándose y organizándose
rápidamente en todos los estamentos del Estado residual. El objetivo sería
configurar en adelante un modelo de Estado a la medida de la voluntad del
tirano y de acuerdo con la ley de sucesión que había
promulgado. España en modo alguno podría ser una República, necesariamente
habría de ser un reino cuyo monarca debería ser, el que fue.
En efecto, esos miembros de la tribu estaban
en todas las instituciones: desde el ejército hasta la justicia, desde las diversas
clases de policías hasta la Iglesia nacional, desde los medios de comunicación
abiertamente afines hasta los medios nuevos con cabeceras nuevas pero
dirigidas, a la luz o a la sombra, por adictos al régimen anterior. Y poco ha
variado el esquema hasta hoy. Y así, la perpetuación del franquismo maquillado
la logran mediante una Constitución pactada a su vez entre dos grupos de
individuos. Uno compuesto por los miembros destacados de la tribu, y otro
grupo formado por neopolíticos en parte ingenuos con esa ingenuidad propia de
los voluntariosos pero sin determinación, con esa inteligencia teórica propia
de los ilusos y de los pacifistas a ultranza, con esa actitud propia de lo que
posteriormente justo los adversarios llaman “buenismo”. Así, ambos grupos, el
segundo atraído, seducido o abducido por el primero, se avinieron a redactar
un texto constitucional cocinado por siete personas llegadas de la nada y
elegidas por cualquiera (el ministro en cuestión), menos por el pueblo. Y entre
unas cosas y otras, un ejército con mandos más autoritarios si cabe que el
mismísimo tirano, amenazando desde distintos puntos de la sociedad con un golpe
de Estado se encargaría de vigilar el proceso constitucional. De ese modo, el
pueblo se encontraría entre la espada y la pared: o refrendaba dando su voto
el texto, con la monarquía, las Autonomías, un Senado inoperante y decorativo,
una Justicia abotargada por las ideas destiladas por el ordenamiento jurídico
dictatorial y unas Diputaciones que alojaban a los custodios del plan, en el
paquete, etc, o topaba con la
espeluznante idea de una nueva dictadura militar si no aprobaba el texto...
Desde entonces hasta hoy, todo ha sido un camino
intermitente de desarrollo económico y social, por un lado, e involutivo, por
el otro; un desarrollo propiciado por la Unión Europea a la que España
inmediatamente se adhirió, pero atravesado por el despojo metódico de las
arcas públicas por parte de numerosos individuos pertenecientes al partido que
con distintas siglas pero con el mismo espíritu franquista y expoliador, siguen dominadores en la Justicia, en el
Senado, en las Diputaciones, en las policías y en los medios de comunicación predominantes... Una ley, la de Memoria Histórica, por otra parte,
promovida por un líder voluntarioso que intentó restañar la profunda herida
dejada por la persistencia en las cunetas de miles de ajusticiados por los
franquistas después de la guerra civil, ha terminado siendo un brindis al sol
manejada por los miembros de la tribu que desde 1978 mantienen el poder de
hecho.
Así las cosas ¿quién pone el
cascabel al gato, para remontar una situación que amenaza prolongarse por
tiempo indefinido o perpetuarse?
Los hutus no cejan en su empeño de seguir el
sendero abierto por un militar que acaparó el
poder político
durante cuarenta años, para proseguir sus designios con la obstinada idea de
una nación a la fuerza artificial y con la interesada idea de predominio de su
ralea en la política, en la justicia, en la iglesia, en los medios, en la
enseñanza, en las policías para, después de haber estado saqueando las arcas públicas durante 43 años. Enfrentados a los tutsis, que aunque no
minoritarios como los de Ruanda sí tan débiles
como ellos en todos los centros neurálgicos de la sociedad; una sociedad nueva
que, como es natural, pugna por romper con todos los presupuestos morales e
ideológicos del franquismo, que tiene la necesidad vital de una dignidad que se
le sigue negando, así como de una justicia social y ordinaria tan lejos de las
libertades y de la justicia del resto de los países de la Unión Europea como
cercana a la atmósfera política irrespirable que aún llega del franquismo casi
medio siglo después...
DdA, XV/3980
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