miércoles, 31 de octubre de 2018

OCHENTA AÑOS DESPUÉS DE LA MARCHA DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

El pasado domingo se conmemoró en Barcelona el octogésimo aniversario de la partida de esa ciudad y de España de las Brigadas Internacionaless(BB.II.), aquellos luchadores de hasta medio centenar de países que desde el otoño de 1936 vinieron al nuestro en guerra para colaborar en la defensa de la segunda República contra el fascismo.  En  este DdA hemos dedicado en bastantes ocasiones artículos a algunos de ellos, entre los que este Lazarillo recordará siempre a Gerhard Hoffmann, a quien tuve el honor de conocer en el pueblecito austriaco donde residía. La conmemoración del pasado domingo en el distrito de Horta-Guinardó, cuentan quienes estuvieron, contó con una nutrida y emocionada sistencia, aunque apenas tuviera resonancia mediática. Tampoco ha sido mucha la información recibida estos días atrás del congreso internacional convocado por la Universidad de Castilla-La Mancha sobre la Guerra Civil celebrado en Albacete.


La misma noche del día del recuerdo en Barcelona de la marcha de los Brigadistas Internacionales, en el país más grande de América Latina (Brasil) vencía holgadamente en las urnas un militar en la reserva, favorable a la tortura y candidato de la extrema derecha, probablemente para que recapacitemos más a fondo en el valor de aquellos hombres y mujeres que vinieron a España para defender la democracia y la libertad meses antes de que el nazi-fascismo provocara la guerra más atroz en la historia de la humanidad. A modo de homenaje a las BB.II., republicamos este artículo que apareció en este diario y en Público el 18 de enero de 2012. También se recoge en el libro del autor que acaba de publicar la editorial El viejo topo: La memoria nombrada.


Ilustración de Mikel Casal

Félix Población

Con motivo de la entrega del archivo fotográfico del brigadista polaco Emilio Rosenstein al Centro Documental de la Memoria Histórica, resulta oportuno revisar el papel protagonizado por el contingente de voluntarios internacionalistas de esa nacionalidad en la guerra de España. Rosenstein, que se alistó con el seudónimo de Emilio Vedin para evitar que su familia judía sufriera en Varsovia posibles represalias –cumplidas luego fatalmente con la ocupación nazi–, fue capitán médico del batallón Dombrowski de la XI Brigada, adscrito luego a la XII, y también un entusiasta lector del Quijote, como algunos otros de sus compañeros.

Buena parte de los luchadores polacos que viajaron a España se incorporaron al conflicto desde los países en que residían como trabajadores emigrantes. Los que vivían en Polonia debieron viajar antes a Checoslovaquia como turistas, pues desde su patria les estaba prohibido ingresar en las brigadas, algo que sí era factible desde el país vecino por el apoyo de su Gobierno a la República española. También merece ser consignado que el número de polacos reclutados rondó los 5.000, según Piotr Sawicki, historiador de la Universidad de Wroclaw, cifra sólo rebasada por la de los voluntarios franceses y similar a la de los contingentes italiano y austro-germano.

Entre las fotografías realizadas por Rosenstein durante la contienda y que su hija Yvonne ha tenido la amabilidad de mostrarme para documentar este artículo, hay bastantes en las que aparecen los combatientes del batallón Dombrowski. Este batallón fue uno de los primeros en participar junto a su brigada en la defensa de Madrid y estaba compuesto por ciudadanos polacos y húngaros, con mayoría de los primeros. Las imágenes, por lo tanto, captan escenarios propios del frente madrileño, ya sea en las horas de recreo o de refriega, bien con los soldados en formación, sobre las trincheras o bañándose desnudos en los ríos. Las hay que ofrecen también perspectivas de la vida en el interior de la capital, así como detalles de las intervenciones quirúrgicas realizadas por Rosenstein y sus colegas.


Una novela del escritor Stanislaw Ryszard Dobrowolski, cuyo título original en castellano es Esperanza, se basa en los avatares de un brigadista polaco en la guerra de España, al que implica en una aventura quijotesca, término que, en principio, cuando los internacionalistas de ese país lo escucharon por primera vez en un acto oficial que ensalzaba su participación, no les resultó agradable. Sin embargo, a pesar de ser donkiszotowski una expresión asociada a empresa tan vana y poco razonable como la de pelear contra molinos de viento, muchos de aquellos voluntarios acabarían por emplearlo en sus memorias en el sentido que Miguel de Unamuno dio a tal personaje, empeñado en luchar por la libertad frente a la opresión y consciente de que una derrota no era motivo para acallar su fe en la victoria final, habida cuenta lo justo de la causa. Precisamente, una de las fotografías de Rosenstein es la del monumento a Don Quijote en la Plaza de España de Madrid, sobre el que se perfila la silueta de dos brigadistas.


En consonancia acaso con ese ánimo quijotesco y la combatividad y hasta la temeridad de estos combatientes, reconocida por la historiografía, fue muy alto el número de bajas mortales entre los polacos. Sawicki lo cifra en 3.200, frente a las entre 13 y 15.000 registradas en el global de los 35.000 brigadistas en lucha. Hace constar asimismo que los voluntarios polacos (880) fueron de los últimos en retirarse de los frentes, con los austrogermanos. Eso ocurrió a finales del mes de enero de 1939, pero ninguno de ellos pudo regresar a su país, pues la legislación vigente en Polonia penalizaba con la privación de ciudadanía su participación en un conflicto armado junto a un Ejército extranjero. Recluidos en los campos de concentración franceses con los exiliados españoles, iniciaron una larga diáspora a través del norte de África y Oriente Próximo hasta llegar a la Unión Soviética. Desde aquí fueron trasladados a su país para formar parte del Partido Obrero Polaco. Algunos obtuvieron altas graduaciones militares en la nueva República Popular de Polonia, pero otros padecieron las purgas internas, pese a no ser ese país el que más sufrió las depuraciones estalinistas. Un conocido filme de Andrzej Wajda, El hombre de mármol, refleja certeramente alguna de esas penalidades, que no acabaron ahí, pues con Lech Walesa se les privó de su pensión militar –alegando que no habían combatido por Polonia sino por la Internacional Comunista–, algo que luego intentó también el Gobierno conservador del fallecido Lech Kaczinsky.

Más de 3.000 de esos luchadores murieron por defender la II República española del nazi-fascismo que arrasaría después su propio país. Se les llamó “voluntarios de la libertad” y también podrían ser calificados de quijotes, según la acepción de quienes “anteponen sus ideales a su conveniencia y obran desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que consideran justa, sin conseguirlo”. Creyeron al pie de la letra en las elocuentes palabras que Cervantes puso en la voz de Alonso Quijano, con cuyo altruista protagonismo literario se identificaron hasta el último aliento: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Léase también@ Fascismo, por Felipe Alcaraz

                      DdA, XV/3999                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario