Félix Población
Pocos son los datos biográficos que tenemos disponibles de este periodista y escritor uzbeko, natural de Tokmak, Kiguistán (1954), que un día se vio obligado al exilio por sus inaceptables tendencia democráticas y que, después de residir en Rusia, Francia y Alemania, acabó viviendo en el Reino Unido y trabajando en la BBC, al frente de los servicios informativos para Asia Central.
De Ismailov está previsto publicar en España, con la novela que ahora ha publicado Acantilado y por parte de esta misma editorial, La vía del tren, escrita en 2006, que con Un poeta y Bin Laden (2012). Son los tres libros que hasta ahora ha escrito este autor uzbeko. El que hoy comento atrapará al lector desde el escritor nos pone en antecedentes acerca de las circunstancias y el marco histórico en que se desarrolla el relato: Entre 1949 y 1989, en un polígono llamado Semipalátinsk (consultad Wikipedia), se realizaron un total de 468 pruebas nucleares, de las cuales 125 fueron explosiones atmosféricas y 343 subterráneas. La potencia total de esas explosiones [...] supera dos mil quinientas veces la potencia de la bomba lanzada por los estadounidenses en Hiroshima en 1945.
La historia que se nos cuenta, con un estilo muy sobrio y una capacidad descriptiva notable -no exenta de poética expresividad-, discurre bajo la sombra del miedo que embarga al pequeño Yerzhán ante esas misteriosas explosiones, mientraa crece su vida en una remota aldea de la línea ferroviaria de Kazajistán oriental, entre el amor naciente y la música creciente en sus manos de Wunderkind (niño prodigio). Todo en un entorno geográfico desolador del que se nos dibuja con buen trazo literario la depauperada existencia de los diversos personajes que componen el ámbito familiar de Yerzhán, con sus costumbres, peculiaridades, leyendas y supersticiones.
Se trata de una novela corta sobresaliente, que con sólo poco más de cien páginas refleja por un lado, como telón de fondo, una deshumanizada versión intrahistórica de la llamada Guerra Fría en un rincón perdido de la antigua Unión Soviética y, por otro, incluso en un contexto ambiental y social tan adverso, la potencia vivificadora de los valores humanos y humanísticos con los que poder enfrentarse a lo peor. A Hamid Ismailov únicamente le ha faltado especificar cuál de esas dazas húngaras de Brahams fue la que Yerzhán tocó en el tren para llamar la atención del escritor viajero y prestarle escucha a la en verdad prodigiosa historia que nos narrra. Nos hubiera gustado iniciar la lectura del libro con una concreta de esas danzas.
DdA, XV/3978
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