Félix Población
Todos parecemos encantados con Internet, pero también conviene cada vez más reflexionar
sobre el uso y abuso que se hace de esta primordial herramienta de nuestro
tiempo, que se traduce en crecientes horas de conexión cada día y se ha hecho con
cada vez más espacio de nuestra vida pública y privada, afectando incluso a quienes -como el que suscribe- crecimos y crecemos leyendo libros, página a página y con el lapicero a mano.
Sergio Legaz analiza esos usos y abusos en
su libro Sal de la Máquina (Libros de Acción, 2017). Para él, no se trata de
herramientas de emancipación –uno de los mitos ligados a sus inicios-, sino de
entretenimiento. El discurso público no se ha beneficiado con el sistema. Dice
este autor que en la inmediatez perdemos profundidad de análisis, capacidad de comprensión
y de relación, posibilidad de crítica y debate. El hecho de que las personas
adultas pasen en Europa entre cuatro y ocho horas diarias conectadas a
Internet, empieza a preocupar a la medicina, a la psicología y a la filosofía,
hasta el punto de que nadie asegura que los filósofos del siglo XXII vayan a
seguir siendo homo sapiens.
Es muy
recomendable leer en el último número de El Salto (papel) el tema de portada
que abre una de las mejores publicaciones que se editan actualmente en España. Bajo el titular
La religión del “me gusta”, Pablo
Elordoy desarrolla en Soliloquios en
la era de la máquina las opiniones de autores como Ed Finn (La búsqueda del
algoritmo, Alpha Decay, 2018), en donde sostiene que el fetichismo en torno al
algoritmo –al que califica como máquina cultural para la interpretación del
mundo-, puede arrastrarnos hacia una edad oscura en la que la fe en el software
funcione igual que la fe en las catedrales. Es imprescindible para Finn que
seamos colaboradores de la máquina, antes que convertirnos en sus adoradores o, peor aún,
en sus mascotas.
En
Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos (Paidós, 2018),
Adam Alter da una explicación desde la mercadotecnia y la psicología a los
problemas generados por el abuso de estas herramientas. Hace diez años,
Facebook dio un paso decisivo que revolucionó el modo de relacionarse de sus más
de 2.000 millones de usuarios. Invento el clic “Me gusta”que genera en nosotros
pequeñas chispas de autoplacer. Eso nos lleva a pulsar hasta más de 2.000 veces
al día nuestros dispositivos móviles. En 2008, eso era entretenido, pero ahora puede ser y ser adictivo, según explica Adler.
Tiempo de cerrar
sesión (Time to log off) es una plataforma británica que plantea la
desintoxicación digital, por la devastadora pérdida de tiempo vital que se
invierte en mirar una pantalla (secuestrar la mirada). Para esta plataforma, el carácter negativo de
uno los unicornios de nuestra época es la multitarea. Según el neurocientífico Earl
Miller, cuando las personas está realizando múltiples tareas, están cambiando
en realidad de una a otra, y cada vez que lo hacen la consecuencia es un coste
cognitivo. Para Miller, la multitarea es sinónimo de falta de eficiencia.
La dependencia de los dispositivos de Internet es inherente cada vez más a una creciente
cantidad de empleos. No nos pagan por escribir mensajes en las redes sociales –escribe
Humberto Beck-, pero necesitamos participar en ellas para mantener nuestra vida
laboral. La escritora Remedios Zafra explicaba en una entrevista publicada
también en El Salto que la celeridad de lo que sucede en nuestras pantallas nos
aísla del tiempo y esa celeridad solo puede apoyarse en ideas preconcebidas,
puesto que solo la disponibilidad de tiempo para detenernos y pensar, para
enfrentar la inercia de las cosas, puede favorecer un verdadero ejercicio de
conciencia.
Otro punto a
considerar es la responsabilidad de las grandes multinacionales tecnológicas y
su capacidad de modular discursos y moldear subjetividades. En cada oleada de
renovación tecnológica –según Eloy Fernández Porta-, hay algún elemento humano
que se pierde, acaso para siempre. Las sociedades del conocimiento no han
resuelto hasta ahora las demandas de mayor democracia, incluso en aquellos
países donde las redes sociales y las apps de mensajería protagonizaron o al menos coadyuvaron a movimientos de
protesta. Sin embargo, en esas sociedades no abundan los esfuerzos por
esclarecer cómo Internet está pariendo una nueva época. Hay que aprender a
vivir con La Máquina, no “para ella”, hay que entenderla y no adorarla.
Páginas
adelante se nos habla, en este mismo número de agosto de El Salto (16), de las
investigaciones llevadas a cabo desde la psicología de los comportamientos
potencialmente adictivos en el uso de aplicaciones y juegos. Cada vez que
recibimos un retuit, un like o tenemos un nuevo seguidor, una pequeña cantidad
de dopamina está siendo liberada en el centro de placer del cerebro, placer que
a lo largo de un tiempo es aprendido
por el propio cerebro, que cada vez requerirá más de ese vínculo, hasta el
punto de desarrollar comportamientos potencialmente problemáticos. Si pasamos
una hora y media pendiente de notificaciones de WhatsApp, nuestra mente
esperará su dosis de notificaciones cada cierto tiempo, según han estudiado
Daria Kuss y Oklatz López Fernández, del Departamento de Psicología de la
Universidad de Nottingham Trent.
DdA, XIV/3921
1 comentario:
Creo que al final la causa, o quizá consecuencia, porque creo que es algo que se retroalimenta, es la droga del ego, de la que el capitalismo se está aprovechando para mantenernos en nuestras burbujas individuales convirtiéndonos en enjambre; juntos pero solos.
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