Como sostiene este interesante artículo publicado hoy en El Salto, se está haciendo realidad, años tras año, el sueño de los doctrinarios liberales, que en España puede tener tanto en Casado como en Rivera, juntitos o por separado, un porvenir esperanzador: gobiernos autoritarios en los Estados y neoliberalismo en el centro. Uno y otro líder de esa derecha en flor autoritaria se han copiado al viajar a la frontera de las concertinas, al sur, siempre al sur, para darse un baño de populismo integral a la búsqueda del voto que esperan recolectar haciendo de una cuestión de Estado -como lo fue en su día el terrorismo, en el caso de la derecha de Fraga- un manadero electoralista. En esta estrategia, Pablo Casado ha superado demagógicamente a su gemelo naranja con el más flagrante, cínico y repulsivo de los montajes mediáticos: estrechar la mano de los inmigrantes recién llegados e instalados en Algeciras. Se conoce que don Pablo quiere que esa gente se vaya del país bien saludada y no baleada, como ocurrió en algún caso en una playa ceutí durante el ministerio de su actual secretario de Interior y Libertades en el Partido Popular. A este Lazarillo le gustaría saber cómo se montó ese saludo por los asesores de quien pretende así aspirar a La Moncloa . ¿Se lo imaginan?
Olmo Calvo
Víctor Prieto Rodríguez
En estos días, con la atención puesta en las vallas de Ceuta y
Melilla, se hace especialmente urgente afirmar que el problema de los
migrantes que llegan a Europa es, en realidad, el problema de la
política migratoria de la Unión Europea. Es indispensable hacerlo porque
este cambio de perspectiva traslada el foco de atención desde las
fronteras al corazón mismo de la Europa realmente existente.
El ejercicio es arduo, pues implica desandar el camino seguido por el
sistema de poder europeo para convertir su propio naufragio en 2008 en
un problema de seguridad. Para entenderlo -sin perderse en la sucesión
infinita de acontecimientos que amenazan con establecer una causalidad
definitiva de la Historia- habría que pensarlo justamente así: como un
impulso centrífugo de todas las tensiones existentes hacia los márgenes.
Sin embargo, el déficit de narratividad en este sentido es
apabullante. Por eso propongo, en su lugar, una imagen móvil, un gif en
el que nuestros ojos realizan, una y otra vez, la parábola que va del
centro (Troika, BCE, Bundesbank... Alemania) a las periferias de Lesbos,
Lampedusa o El Tarajal. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Esta debería
ser la pregunta a responder por cualquiera que pretenda enfrentarse a
Salvini, Pegida o Le Pen sin caer en la asimilación acrítica de que los
problemas actuales de la Unión Europea se resuelven con más Europa.
Hay, en las respuestas al drama de la inmigración, un vacío
discursivo que conecte de manera clara las profundas y regresivas
transformaciones de los últimos años con el repliegue identitario
experimentado en toda Europa. Falta esa indispensable herramienta
política que permita meter en el mismo saco al viejo poder europeo y a
sus hijos bastardos, los xenófobos que construyen hoy en día el
antagonismo hegemónico.
Pablo Casado y Albert Rivera han entendido bien lo que pasa. Han ido a
la frontera de Ceuta a abrazar a los guardias civiles porque estos se
encuentran en la primera línea del frente. La otra, la retaguardia, está
en Bruselas, bien protegida de los asaltos, firme en sus postulados
neoliberales. El sueño de los doctrinarios liberales se hace realidad:
gobiernos autoritarios en los Estados y neoliberalismo en el centro.
Soberanía compartida en la UE.
Con la crisis de 2008, pudieron
evidenciarse los desajustes existentes entre las instancias de
representación (política, discursiva, etc.) y nuestras circunstancias
concretas en vías de precarización. Cabía esperar entonces que ante ese
desajuste emergiera, desnuda, una realidad más real y, como consecuencia
de ello, más justa. Pero de la caída de un sistema representacional
sólido (la Europa de la postguerra lo era, incluso durante su agonía
crediticia) no nace la luz, sino un mundo de sombras en vías de
reorganización jerárquica.
Ciertamente, no estamos todavía en el momento de consolidación de esa
nueva arquitectura del poder europeo. Hará falta mucho más que un
dispositivo securitario hacia fuera (política migratoria) y hacia dentro
(política antiterrorista). Hará falta un modelo de sociedad que no se
deje a nadie por el camino, lo que implica otorgar a cada uno (Estado,
grupo, individuo) un papel en el sistema. Desmantelado el modelo de la
ciudadanía-construida-desde-el-Estado, la identidad se abre paso, pero
esta es contraria, por definición, a la cooperación y solidaridad entre
los no idénticos... O no.
Desmantelado el sistema de la ciudadanía-desde-el-Estado, es preciso
repensar la identidad como frontera (pues hoy todos somos frontera), la
identidad como el lugar desde el que se lucha por una ciudadanía desde
abajo, popular, arraigada en el territorio, los barrios, la nueva
ciudad. De esta vinculación entre los que se saben iguales (no
idénticos), de su “hacer política de lo concreto”, ha de surgir la
materia que llene de contenido específico el vacío creciente del derecho
formal. Y en esta búsqueda no cabe oponer a la voluntad de pertenencia a
una común humanidad la conciencia de sí de una colectividad particular.
Pues solo desde esta última se accede a la primera.
DdA, XIV/3917
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