Félix Población
Sigo mensualmente con interés las colaboraciones que desde hace años publica en El viejo topo uno de sus más asiduos colaboradores, por lo documentados que suelen ser todos sus artículos y, especialmente, sus crónicas viajeras sobre aquellos países que nos quedan más distantes y acerca de los cuales nos suelen llegar informaciones manipuladas o tergiversadas a través de los medios convencionales de comunicación. Cumple además el autor con un requisito fundamental para hacer más amena esa lectura: su pulcro y en ocasiones brillante estilo narrativo.
Por
todo eso me ha parecido oportuno leer este libro del geógrafo e historiador Higinio Polo, que acaba de publicar
la editorial de la citada revista y en el que recoge veinte de sus artículos
viajeros bajo el título general Lugares adonde no
quiero regresar, tal como le dijo al autor un soldado norteamericano que
había combatido en Vietnam y que compartió con Polo sus recuerdos. Dado que ahora, sobre buena parte de Oriente
Medio, el país de ese soldado sigue llevando a cabo una política beligerante
que mezcla una vez más la soberbia con la ignorancia -de las que tanto participe el actual presidente Trump-, Polo tampoco quiere
regresar a ciertos lugares, entre los que cita la tristeza de Samarra, en la
orilla oriental del Tigris iraquí, o la pobreza de Basora. Tampoco quiene ver los
cascotes de la gran mezquita de Alepo en Siria, las ruinas de Palmira o la
melancolía de Beirut. Ni retornar a Babilonia, ni ver otra vez en qué se ha
convertido la ciudad siria de Bosra, ni transitar de nuevo por las calles de
Bagdad.
El itinerario del largo viaje al que nos invita Higinio Polo se inicia
con Las gabarras de Bangkok, en el
llamado País de las sonrisas, por
donde pasan treinta millones de turistas, ignorantes de su dura realidad y también en buena medida de la
lacra masiva que lo afecta: la prostitución y la explotación sexual. De aquí
pasa Polo a Los zocos de Alepo, para seguir con un sobresaliente artículo sobre
Beirut y otras ciudades libanesas como Trípoli, Biblos, Tiro y Sidón. Otros
capítulos nos hablan de Bombay, en el mar Arábigo; Cantón, sobre el río de las
Perlas, y Las noches de Hanoi, ciudad que tuvo desde el primer día, según Polo, el rostro
quemado de una mujer joven que atravesaba el puente de Long Biên.
Es muy
interesante la crónica que el autor dedica a Jerusalén, llena de lágrimas, porque
además de las derramadas por sus habitantes están las de los creyentes de
cualquier religión llorando por los excesos de otros. Polo nos narra asimismo El
silencio de Petra, Las cigarras de Hong Kong, sus impresiones y reflexiones
sobre Pekín, Sanghái, Singapur, Kuala Lumpur, Kioto y Teherán, con un capítulo
final para el itinerario siberiano que va de Krasnoyarsk a Irkutsk, con Lenin y
Chejov en la memoria, y el lago Baikal como máxima expresión de los
superlativo.
Es especialmente impresionante leer las páginas dedicadas a Las
ruinas de Babilonia, con toda la atrocidad que para la población iraquí, así como
para el gran patrimonio arqueológico de aquel país, representó el bloqueo primero y la
invasión impuestos por Estados Unidos. Seis años antes de esa invasión, ya
morían a causa de las sanciones a Iraq un niño de cada ocho sin apenas
cumplir un año. Anteriormente, sin bloqueo, la cifra estaba en uno de cada treinta. Aquello fue un programa genocida de sanciones, como lo calificó Dennis Halliday, responsable nombrado por la ONU de los programas humanitarios para Iraq, que presentó su dimisión como protesta. En 1997, según el secretario general de la ONU, la tercera parte de los niños iraquíes menores de cinco años padecía desnutrición.
En efecto, en estas crónicas se cuentan informaciones que no leemos en la mayoría de los periódicos occidentales. Por eso deben tener un sitio en nuestro atril.
En efecto, en estas crónicas se cuentan informaciones que no leemos en la mayoría de los periódicos occidentales. Por eso deben tener un sitio en nuestro atril.
*Lugares adonde no quiero regresar. Higinio Polo, editorial El viejo topo, 2018. 241 pags.
DdA, XIV/3889
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