Tengo
una edad más cercana al fin de la vida que de la andropausia, y no creo
en absoluto que la respuesta esté en la inveterada marginación de la
mujer en asuntos de cultura y pensamiento. Aunque bien es verdad que esa
marginación ha podido influir notablemente en sus inclinaciones
mentales. Pero en el mundo occidental, hace más de un siglo que la mujer
se incorporó al quehacer y preocupaciones del hombre. Por lo que si
hubiese sido aquella la causa de su aparente incapacidad, más bien
deberíamos llamarla pereza...
Aunque
este es un asunto espinoso en España, porque en España sí que la causa
de la mujer como género ha despertado prácticamente hace medio siglo,
tras otros intentos fallidos como consecuencia de las convulsiones
históricas recurrentes que sufre ese país, por eso mismo el asunto
vuelve a moverme reflexión. Sobre todo teniendo en cuenta que en el
sistema de la extinta Unión Soviética, la mujer tenía la exacta
consideración que el hombre y en él no existían las trabas profundas
habidas en occidente, especialmente en España y en los países de habla
hispana.
Por
consiguiente, los factores cultura, pensamiento y conocimiento vedados
por la cultura a la mujer, no se me ocurre que sean la causa de no haber
creado sistemas filosóficos ni haber fundado religiones, ni doctrinas,
ni sectas. Yo creo a mis años (y al decir “yo creo” he de aclarar que
mis “creencias” siempre han de ser provisionales dada la propensión de
la personalidad reflexiva a peregrinar por las esferas del pensamiento),
la razón verdadera de no haber fundado ni filosofías ni doctrinas ni
religiones está en la naturaleza, en el alma y en el espíritu de la
mujer: lo que el filósofo llamaría su “ontología”, en su propio ser.
La
mujer crea vida por la gestación y la maternidad. Al no ser capaz de
crearla, el hombre la “imita” a través de la creatividad, que no es más
que un sucedáneo y un alivio para su incapacidad de “creación” de vida. Y
la creatividad, frustrada su capacidad de crear, va ligada a la
imaginación, a la cábala, a la fabulación y a la ensoñación. Lo que no
significa que estas aptitudes, habilidades o contingencias no estén en
la psique de la mujer. Pero están mucho más atenuadas. Y en ello sí que
ha de influir notablemente la ausencia más o menos obligada de los
aspectos culturales y los roles de macho y hembra que encierra la
aventura humana. Porque la mujer difícilmente fantasea después de la
niñez, de la pubertad y de la adolescencia. Hasta ayer al menos, la
mujer mantiene los pies firmemente en el suelo y solamente huye de la
realidad por los vapores del amor o por la ausencia del amor buscando a
Dios o algo similar...
En
todo caso, y por las suspicacias que mis preguntas pudieran suscitar,
me veo precisado a aclarar antes de terminar, que la profundidad de
ambas preguntas nada tiene que ver con la insinuación de la supuesta
incapacidad de la mujer para crear sistemas filosóficos o religiones
que, si bien se examina no son más que embrollos y fuente éstas últimas
de hitos sangrientos en la historia. Más bien tienen que ver con la
sospecha de que la mujer encierra una verdadera sabiduría de la que
nunca se ha hablado. Lo que me lleva en cualquier caso a la dictaminar,
aunque solo sea para mí mismo y tras sesudas reflexiones durante muchos
años, que cuando a la mujer, como género, se le ha pasado por la cabeza
crear un sistema filosófico o fundar una religión, ha llegado ella su
vez a la conclusión de que no valía la pena...
Si
esta mi conclusión convertida aquí en tesina provisional fuese
equivocada, me sospecho que habrán de pasar todavía muchas décadas hasta
descubrirlo. Y aun así las ideas o la ciencia que la refuten también
estarán sujetas a otras razones científicas que a su vez la contradigan.
Y así sucesivamente. Pues nada hay bajo el sol que, salvo el sol y su
luz, merezcan rotundamente el nombre de “verdad”...
DdA, XIV/3875
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