Hitler saluda a Himmler
Félix Población**
Felix Kersten no
sólo fue el fisioterapeuta del jefe de la SS y Reichsführer Heinrich Himmler
(1900-1945), sino una persona que además de cuidar de la salud de uno de los
máximos dirigentes de la Alemania nazi tuvo la oportunidad de dialogar muy a
fondo con su paciente sobre cuestiones de muy diverso tipo, tal como se
consigna en las páginas de este libro, editado por Christer Bergström y Arno
Kersten, hijo del médico nacido en Tartu, la actual Estonia.
Debía ser Kersten
un profesional muy reputado porque, además de Himmler, el príncipe consorte
Enrique de los Países Bajos y el conde Ciano, yerno de Mussolini, estaban entre
sus clientes. Fue en 1939 cuando Félix Kersten empezó a aliviar los frecuentes
dolores crónicos de estómago que afectaban al Reichsführer. La confidencialidad
que comportaba el tratamiento le permitió a Kersten la posibilidad de salvar de
la muerte a miles de personas e incluso de impedir la voladura de los campos de
concentración que ordenó Hitler antes del término de la guerra. Siendo la
primera vez que las memorias del fisioterapeuta se publican íntegramente en
castellano, es indudable el valor e interés que tienen estas casi quinientas
páginas, acompañadas de imágenes y documentos, algo que se comprueba a medida
que se avanza en la lectura de la obra, donde se desvelan no pocos de los
impactantes secretos del Tercer Reich.
Gracias a estas
memorias nos enteramos, por ejemplo, de que también Rudolf Hess, lugarteniente
de Hitler, fue paciente de Karsten, o del odio del protagonista a los homosexuales,
a los que quería erradicar por todos los medios posibles, por ser en su opinión
un quiste peligroso en la población sana.
También hay en el diario un apartado para las ideas que Himmler tenía sobre el
Gran Imperio Alemán, con la caída de Rusia bajo la jurisdicción de ese futuro
imperio.
FRANCO, EL SIMIO ESPAÑOL
Aunque todo un
capítulo lleva el epígrafe de Los judíos, la verdad es que en el cuarto
se habla de muchos más asuntos. Himmler elogia el papel de la Inquisición en
Holanda y al rey Felipe II por saber gobernar un imperio mundial. Es en este
capítulo también donde Himmler califica a Franco de simio español por no
querer abandonar su neutralidad, pues cuando Franco comenzó su guerra civil
-dice literalmente-, juró fidelidad eterna al Führer y a Mussolini. A
pesar de eso, el Reichsführer, que culpa a la iglesia española de que el
dictador español sea neutral, tiene fe en la victoria y, cuando se consiga, ahorcaremos
al desgraciado de Franco y sus obispos y cardenales.
El jefe de las SS
culpa a los judíos de haber amasado grandes fortunas desde hace cientos de
años, mediante métodos de trabajo absolutamente repulsivos, por lo que el
propósito es dedicarse a recuperar lo que nos han robado. Para ello
llega a decir Himmler que para los nazis hay tres formas de vida, humanos,
animales y judíos, siendo preciso erradicar los últimos para que los primeros
dos puedan vivir. En este mismo capítulo Karsten hace una breve y
detallada descripción del carácter y personalidad de Himmler, del que dice que
se creía una reencarnación del rey Enrique I de Alemania, a quien consideraba
el personaje más importante de la historia. El Reichsführer calculaba
totalmente en serio que en 120 años todo el pueblo alemán volvería ser de pura
raza germánica.
Kersten en el centro, con Himmler y oto militar nazi
Son especialmente
reseñables las ideas que Heinrich Himmler tiene sobre la iglesia católica, a la
que califica como una sociedad de accionistas que ha perdurado durante dos mil
años, donde los socios mayoritarios reciben la mayor parte de los beneficios sin
ofrecer nada a cambio. La genialidad de su rentabilidad -entiende- se
fundamenta en la necesidad de mantener todo el capital reunido y en posesión de
los socios mayoritarios. Es hablando de este tema cuando Himmler dedica
los máximos elogios a Hitler, al que estima como una persona no solo necesaria
para luchar contra la Iglesia, sino como un ser que, en tiempos de crisis,
había bajado a la tierra para asumir una forma humana y enseñar cómo se
superaba la crisis, al igual que el caballero del Grial, Parsifal. En ese
mismo capítulo, el Reichsführer se despacha también a gusto contra los juristas
y se tocan otros asuntos, con uno que me parece nuevamente indicativo de su
devoción por el gran líder del nazismo: la tumba de Hitler.
Ese mausoleo
estaría en la Königsplatz de Berlín, en un alto edificio de trescientos
cincuenta metros, que se construiría al término de la guerra y cuya
planificación se había iniciado en 1938 con un presupuesto de cincuenta mil
millones de marcos. Para juzgar su espaciosidad basta decir que en interior
tendrían cabida hasta trescientas mil personas. El sarcófago de Adolf Hitler,
creador del Gran Imperio Alemán, estaría en el sótano, sería de oro, y su
ubicación se ubicaría en una sala abovedada en cuyos muros estarían inscritos
los nombres de todos sus colaboradores. Este edificio -en
palabras de Himmler- será la sede de la auténtica religión que echará raíces
en todos los corazones alemanes.
LA SÍFILIS DE HITLER Y LOS
MATRIMONIOS DOBLES
Un punto muy
interesante de estas memorias es el relativo a la posible enfermedad venérea
del Führer, que ha sido motivo siempre de investigación y debate. La sífilis
podría haber sido la causa de la ceguera temporal que afectó a Hitler cuando
fue tratado en un hospital militar en 1918. El documento médico del tratamiento
a que fue sometido desapareció en la década de los años veinte, pero Himmler
pone en manos de Karsten otro informe que llega hasta los tiempos en que
recibió ese tratamiento en Pasewalk y en donde se dice que el Führer, siendo
soldado, contrajo la sífilis, y que la ceguera temporal se debió a no haber
sido tratada adecuadamente la enfermedad.
En el informe que
Karsten pudo leer y que en las memorias de este constituye el primer testimonio
de alguien que pudo examinar el diagnóstico médico de Pasewalk después de que
el documento desapareciera, se constataba que la sífilis había empeorado en
1937. Cinco años más tarde se presentaron síntomas cada vez más claros de
parálisis progresiva (relacionada con la neurosífilis, tercer estadio de la
sífilis), con rigidez general y rigidez en las pupilas, así como trastornos en
el habla. Por el informe, firmado por los doctores Karl Brandt y Theodor
Morell, quedaba claro que Adolf Hitler padecía impotencia en avanzado estado.
La teoría de la ceguera provocada por la sífilis y muchos de los otros síntomas
físicos y psicológicos del Führer responden a esa enfermedad, como los ataques
de rabia descontrolados y paranoicos, el temblor de manos y piernas, etc.
En el capítulo
sexto del libro se habla de la futura y nueva Europa, del Reich europeo, con
Núremberg como capital, y también de la normativa lingüística del continente,
con el alemán como lengua oficial, pero algo que interesará sobre todo al
lector será el punto en que Himmler habla de los matrimonios dobles, un
proyecto que Hitler tenía en su agenda para cuando finalizara la guerra.
Se trataba de
cambiar las leyes matrimoniales y permitir ese tipo de matrimonios. Ese derecho
se otorgará, sin anular los matrimonios ya existentes, a quienes se hayan
distinguido en el combate. De ellos se puede esperar -afirma el
Reichsfürher- que tengan hijos de la mejor calidad humana. Al mismo tiempo
se podrán recoger las experiencias de cómo funciona un matrimonio doble y sacar
conclusiones antes de tomar la decisión de anular todos los matrimonios y
legalizar los matrimonios dobles para todos. Himmler llega a afirmar que
hay que anular el modelo actual de matrimonio, que es obra satánica
perpetrada por la iglesia católica, puesto que un hombre no puede limitarse a
tener una sola esposa a lo largo de una vida entera. En este mismo punto
alude el jefe de las SS en alguna ocasión a su programa Lebensborn, una serie
de clínicas fundadas por Himmler al objeto de fomentar la raza aria entre
mujeres que respondieran a esa condición y tuvieran hijos extramatrimoniales.
Ya en las últimas
páginas del libro, cuando quedaba ya menos de un año para la caída del Tercer
Reich, a Himmler se le notaba apesadumbrado, pesimista y muy preocupado por la
salud de su jefe. Kersten le recomienda que Hitler debería ser internado en un
hospital mental, a ser posible en una clínica para tratamientos nerviosos. Es
en la conversación que tienen una noche ambos, después de la cena, cuando
Himmler da la razón a su médico en algo que va a tener una gran repercusión en
la salvación de muchas vidas. El Fürher pretendió el exterminio total de los
judíos con la voladura de los campos de concentración, pero la opinión de
Karsten pesará en el Reichsfürher para que no se cumpla esa orden y esa última
acción de barbarie.
En esa charla
habla Himmler de la sangre judía de Hitler, pues tanto su abuela materna como
su padre eran medio judíos. El padre se llamaba Alois Hiedler, que paso a
apellidarse Hitler, y tuvo tres esposas, con una de las cuales (Clara Pölzl)
tuvo a Adolf. La versión de Himmler, según anota el editor, coincide con la de
Hans Frank, un abogado cercano a Hitler durante su encarcelamiento en Núremberg
después de la primera gran guerra. Cierto que hoy en día la mayoría de los
historiadores cuestionan la teoría de la ascendencia judía del Fürher.
El último capítulo
de las memorias de Felix Karsten está dedicado a Los campos de la muerte, con
el comunicado firmado el 12 de marzo de 1945 por el líder de la SS, en el que se
deja constancia del importante papel jugado por su médico:
Por el presente
confirmo que he llegado a los siguientes acuerdos con el consejero de medicina
Kersten, de Estocolmo:
1. No haré
efectiva la orden de hacer volar los campos de concentración con todos los
prisioneros cuando se acerquen las tropas aliadas. También se parará
inmediatamente la ejecución de prisioneros.
2. Cuando las
fuerzas aliadas se acerquen a los campos de concentración, se izarán banderas
blancas para garantizar una entrega ordenada a los aliados.
3. Todas las
ejecuciones de judíos cesarán y serán prohibidas. Los judíos tendrán el mismo
estatus que el resto de los internos.
4. Los campos de
concentración no serán evacuados, sino que los internos se quedarán en donde
están, y todos los prisioneros recibirán alimentos de Suecia.
Según especifica
el editor a pie de página, este es un documento indudablemente histórico que
permitió salvar la vida a un total de ochocientas mil personas, entre las que
había sesenta y tres mil judíos. El jefe del Archivo del Holocausto Yad Vashem
en Israel, el doctor Shamuel Krakoski, confirmó la existencia de este acuerdo
entre Heinrich Himmler y Felix Karsten, gracias muy posiblemente a los efectos
terapéuticos que las curas del médico procuraron al jefe de las SS y Reichsführer.
*Las confesiones de Himmler. Diario inédito de su
médico personal, por Arno Karsten. Ed. Pasado/Presente, Barcelona, 2017
*Artículo publicado en el número de junio (2018) de El viejo topo.
DdA, XIV/3870
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