Lo dice hoy Manuel Vicent en su columna dominical de contraportada del diario El País y se ha venido repitiendo inútilmente a lo largo de los últimos diez años, al menos, desde la aprobación de la Ley de Memoria Histórica. El nuevo gobierno de Pedro Sánchez ha de plantearse de inmediato al desalojo de los restos del dictador Franco del Valle de los Caídos para que la
democracia española quede por fin liberada de la humillación de
parecer que está tutelada por el poder subliminal que emana de esa
tumba, porque mientras los despojos del dictador permanezcan glorificados en el
Valle de los Caídos y en cambio decenas de miles de fusilados durante
la guerra duerman su tragedia en las cunetas, la conciencia nacional
seguirá estando también podrida. Hemos vivido más de cuatro décadas con la conciencia nacional podrida, y ya está bien.
Manuel Vicent
Tiene que ser ahora, sin mirar atrás, de una vez por todas. Si el nuevo
Gobierno socialista, que tanta ilusión parece haber despertado, necesita
un acto simbólico, de gran impacto moral para iniciar su andadura, aquí
está. No es costoso, solo requiere coraje. Desalojen los huesos del
dictador Franco del panteón faraónico del Valle de los Caídos donde
permanecen amparados bajo una cruz desmesurada, que lejos de generar un
sentimiento religioso, proyecta una sombra cainita sobre el inconsciente
colectivo de los españoles y entréguenlos a su familia para que
obtengan una sepultura privada, de forma que pasen al olvido eterno. La
democracia española debe quedar por fin liberada de la humillación de
parecer que está tutelada por el poder subliminal que emana de esa
tumba. Mientras los despojos del dictador permanezcan glorificados en el
Valle de los Caídos y en cambio decenas de miles de fusilados durante
la guerra duerman su tragedia en las cunetas, la conciencia nacional
seguirá estando también podrida. Si durante sus Gobiernos con mayoría
absoluta los socialistas no nos libraron de tan insoportable escarnio
por falta de arrestos y exceso de componendas, el nuevo Gobierno
socialista debe demostrar que está dispuesto a despejar el horizonte del
futuro político dejando que el viento de la historia se lleve por
delante el odio que genera ese panteón y que su siniestra memoria se
diluya para siempre en el aroma de las jaras. A estas alturas sería
realmente escandaloso seguir con el miedo reverencial que hasta ahora
han despertado los despojos del dictador como si su tumba fuera la olla
de hormigón que guarda una barra de uranio capaz de liberar una carga
radioactiva incontrolada. Atrévase, presidente. La solución no necesita
presupuesto. No va a pasar nada de nada. Franco sí o Franco no, al final
esta es la cuestión.
DdA, XIV/3873
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