sábado, 28 de abril de 2018

RAMÓN FRANCO CONTÓ EN UN RELATO EL DUELO FRATRICIDA QUE TRAJO LA TERCERA REPÚBLICA

Félix Población

Del hermano menor de Francisco Franco, Ramón Franco (1896-1938), se conoce sobre todo su hazaña a bordo del Plus Ultra, el avión con el que voló junto a otros tres tripulantes entre España y América en enero de 1926 y por cuyo éxito fue muy celebrado y popular en su tiempo. Son también de resaltar las extrañas circunstancias de su muerte, cuando a bordo de un hidroavión del bando golpista -al que acabaría apoyando como teniente coronel- y durante una misión de bombardeo desapareció en un vuelo sobre el Mediterráneo a finales de 1938. Su hermana Pilar llegó a decir que fue víctima de un atentado, sin que nunca se pudiera llegar a demostrar.
Lo que se suele desconocer del menor de los Franco son sus inquietudes literarias, de las que dejó constancia cuando formó parte, durante la segunda República, de la nómina de escritores revolucionarios decepcionados con la moderación del régimen y colaboradores de una publicación llamada La Novela Proletaria (LNP). Se editó ésta entre abril de 1932 y los primeros meses del año siguiente, con un total de veintidós números. Entre las firmas figuraban Ángel Samblancat, Eduardo Barriobero, Rodrigo Soriano, Hildegart Rodríguez, César Falcón (padre de Lidia Falcón), los anarquistas Mauro Bajatierra y Eduardo de Guzmán, y el sindicalista Ángel Pestaña.
Según Gonzalo Santonja, que revisó en su día La novela revolucionaria de quiosco entre 1905 y 1939, el propósito de esta literatura perseguía sobre todo la propaganda ideológica para formar una Alianza de Izquierdas, por lo que es patente la endeble calidad de algunos de los relatos ofrecidos al módico precio de treinta céntimos ejemplar. El de Ramón Franco, titulado Abel mató a Caín, está entre esos textos, si bien su asunto y desarrollo argumental dejan en un segundo término la destreza literaria del autor para centrar nuestra atención en su contenido.
La edición debió contar en su día con un prólogo de Martínez Carrasco, en el que se glosa el desarrollo de la historia, dándonos una primera idea de hasta qué punto los dos hermanos protagonistas de la misma son un trasunto de las personalidades de Ramón y Francisco, tal como el primero las juzgaba: mientras Ramón (Abel) se siente un servidor del pueblo y un defensor de la fraternidad humana, Francisco (Caín) apoya las castas y privilegios, y es enemigo de la igualdad social.
Los padres y el hogar en el que ambos nacen se ajustan al perfil de los Franco según los conocemos. Laico y descreído el progenitor y católica hasta la ñoñez su esposa. Parecidas diferencias se dan entre sus hijos varones, aunque los dos elijan la carrera militar, si bien con diferencias en su trayectoria. Abel nunca se sintió a gusto vestido de uniforme, “pues en aquellos tiempos de gran inmoralidad, alcanzaban la primacía los hijos de profesores y caciques militares”. Caín, en cambio, tuvo la fortuna de hacer méritos en las guerras coloniales y llegar pronto, sediento de ambición, al grado de oficial, “escalando rápidamente las vanidosas cumbres de la milicia”.

Cuenta Ramón Franco que Abel dio curso a sus ansias de aventura e hizo grandes viajes con éxito creciente, hasta el punto de que “su nombre interesó a las multitudes y sus rebeldías fueron populares”, según le ocurrió al propio autor, que dedica a continuaciónun par de páginas a proclamar el odio de Abel a la religión católica. Esta fue una constante entre los escritores de LNP, no en vano siete de ellos -colaboradores de la publicación satírica Fray Lazo- formaron parte de la efímera organización Izquierda Republicana Anticlerical.
En el relato se juzga al gobierno republicano insensible a las necesidades del pueblo y el autor llega a escribir que mientras “se inventaban complots para perseguir a los hombres izquierdistas y destruir las organizaciones obreras combatientes, la conspiración borbónico-religiosa encontraba casi libre su camino. Los diputados, hechos a malgastar el tiempo en debates de hueca garrulería, continuaban encerrados en aquella torre de marfil donde los confinó su apartamiento del sentir público”. Entre tanto, Caín era buscado y halagado por todos los enemigos de la República, siendo considerado por su capacidad militar el único hombre capaz de derribar el régimen.
En esta novelita muy corta no falta la referencia a un fallido golpe de Estado, como lo fue de hecho el del general Sanjurjo en 1932, “fruto de políticos aviesos, desertores de todos los campos y traidores a todas las ideas, que fomentaban y explotaban en secreto las funestas ambiciones y la vanidad insana de tartarinescos generales”. Critica la debilidad del gobierno para sancionar duramente a los cabecillas de la fracasada conspiración, a quienes se juzgó en un proceso interminable y estéril que hacía predecir no sólo la repetición del hecho, sino que pudiera volver a suceder “con mejor éxito si se sabía explotar la miseria y el hambre de las masas proletarias.”
De Abel se nos cuenta que pasó meses de prisión por sus rebeldía, sin que se nos especifique por qué razones, pero que bien podrían tener su equivalente años después en la huelga revolucionaria de 1934 durante el bienio negro, bajo el gobierno conservador, cuando gran número de implicados llenaron las cárceles. Este episodio viene a coincidir en la ficción con el golpe de Estado encabezado por Caín, que al modo decimonónico del general Pavía pretende asaltar el Congreso. El enfrentamiento con Abel, al mando de las banderas revolucionarias, se resuelve en un duelo entre los dos que acaba con la vida de Caín, haciendo posible “una esplendorosa Tercera República, aurora fecunda de una Humanidad mejor”.
El relato concluye con el triunfo de la revolución, imprescindible para instituir un nuevo régimen, “sin la cual siguen siendo una misma cosa lo pasado y lo presente”. El autor califica de santo el crimen de Abel porque, “al derramar la sangre de su hermano en aras populares, consuma el sacrificio en homenaje al amor humano, el más grande vigoroso y exceso que conocen los hombres. Y este amor humano es el que se impone trágicamente al egoísmo estrecho del amor familiar en el instante en que Caín, moderno Atila, pisoteaba con los cascos de su corcel la Soberanía popular.”
Con toda seguridad, uno de los lectores de Abel mató a Caín fue Francisco Franco, que después de la guerra escribió la réplica ideológicamente autobiográfica bajo el título de Raza y el seudónimo de Juan de Andrade. Aunque la novela se llevó al cine en 1942, ninguna de las dos obras literarias obtendrán, en opinión de Santonja, la calificación de mediocres.

*Artículo publicado en El Salto

DdA, XIV/3833 

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