Panorámica de Villarroquel.
Gracias a la aportación informativa suministrada por este redactor del periódico AstorgaRedacción. com, que hoy descubro en las redes sociales, a este Lazarillo le han entrado ganas de saber cómo suena el silencio de la memoria en esta localidad leonesa, regada por dos ríos que con las nieves y las últimas lluvias bajarán ahora con un caudal nutrido y rumoroso, similar al que pudieron escuchar las víctimas republicanas de la barbarie fascistas antes de su ejecución. Lo que cuenta Carrizo Valcarce espeluzna. En las aguas del Luna y el Omaña quedaron enterrados los gritos de aquellos que aún hoy permencen con la mordaza puesta sobre su memoria. En esa relación nominal de los mozos que han servidos solamente en el ejército Rojo están algunos de sus nombres.
Guillermo Carrizo
AstorgaRedacción.com
El pueblo de Villarroquel, en cuyas
inmediaciones se unen las aguas de los ríos Luna y Omaña, bien podría
considerarse la antesala de la Ribera del Órbigo. Hoy en día apenas
cuenta con 32 vecinos censados y la vida de los lugareños discurre en
una apacible calma, solo interrumpida levemente durante los meses de
verano, con el retorno de los emigrados. En los años treinta, la
localidad vivía tiempos de cierta pujanza y de explosión demográfica,
aunque sin llegar a rebasar nunca la cifra de 200 habitantes. Sin
embargo, el año 1936 marcaría un antes y un después para el vecindario.
Comenzaba una época de carestía, miedo y represalia.
Y es que desde el primer momento la
Ribera del Órbigo quedó en manos de los rebeldes, que mantuvieron a raya
a las poblaciones de la comarca mediante el terror. Grupos de
falangistas exaltados, procedentes de Benavides y Veguellina, requisaron
los pocos vehículos que encontraron en la Ribera - entre ellos la
camioneta del ti Juanón de Gavilanes de Órbigo - y comenzaron a realizar
rondas nocturnas por los pueblos del entorno, en busca de enemigos
políticos. Previamente se habían confeccionado una serie de listas, en
las que se catalogaba a los vecinos según su mayor afección o
desafección al Movimiento Nacional.
El rugido nocturno del motor de la
“camioneta de la muerte” sembró el pánico por toda la Ribera durante los
primeros compases de la Guerra. Un piquete armado se presentaba a
deshora en ciertas viviendas y se llevaba a las personas que aparecían
señaladas en las listas. Si no encontraban a quien buscaban, algún
familiar solía ocupar su lugar. Posteriormente, los que habían sido
apresados - la mayoría no superaba los 25 años - eran conducidos al Muro
de Villarroquel, un paredón de hormigón a orillas del río Luna. Allí,
sin trámite alguno, se les fusilaba, arrojándose luego los cadáveres al
agua. Las descargas nocturnas sobrecogían al vecindario de Villarroquel,
que tuvo que convivir durante la contienda con el sonido de la muerte.
En ocasiones, el enseñamiento alcanzó cotas intolerables, pues se llegó a
poner en práctica un macabro ritual mediante el cual se maniataba a dos
presos juntos, abriendo fuego solo contra uno (supuestamente para
ahorrar munición), provocando que el peso del muerto arrastrase a su
compañero bajo las gélidas aguas, ahogándolo.
Los asesinatos, que bien pudieron segar
la vida de docenas de personas, eran un secreto a voces. De hecho, la
corriente arrastraba los cadáveres río abajo, siendo rara la semana en
que no aparecía alguno en los pueblos de la Ribera baja. Cuando esto
sucedía, las autoridades locales enterraban rápida y discretamente los
cuerpos en los cementerios (en un recodo de tierra sin bendecir) y se
corría un tupido velo sobre el asunto, sin siquiera registrarse las
muertes en el Registro Civil.
La Guerra pasó y los asesinatos se
convirtieron en un tema tabú para los vecinos de Villarroquel y
alrededores. Sin embargo, el Muro allí permaneció, como un símbolo
siniestro de una oleada de terror sin precedentes. El olvido se cernió
sobre aquellos sucesos hasta hoy. Inexplicablemente, apenas unas pocas
publicaciones locales han citado al Muro como punto negro de la
represión en la provincia, sin aportar apenas datos y sin prestarle
mayor importancia.
En la actualidad, todo transcurre en
calma en Villarroquel. Tal vez demasiado, a causa de la despoblación de
la zona. Pero aún permanecen los ecos de aquellos sangrientos y trágicos
sucesos de 1936.
Lista negra del Ayuntamiento de Turcia.
DdA, XIV/3784
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