Una
de las jubiladas que se manifestaba hace dos días frente al Congreso de
los Diputados en Madrid afirmó rotundamente ante las cámaras que “ellos”, los jubilados, no llevaban banderas ni siglas ni tenían partido, presumiendo de que ese movimiento era apolítico.
Uno de los manifiestos del Movimiento Feminista sobre la huelga del 8
de mayo se reivindica como ajeno a los partidos y se queja amargamente
de que algunos grupos quieran introducir en el llamamiento de la huelga
consignas políticas. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina
Cifuentes afirmó que la huelga era un arma política y que no debía ser
usada por las mujeres que, per se, deben ser apolíticas. En el mismo o parecido sentido se manifestó Inés Arrimadas.
La vicepresidenta del Partido Feminista, Marta Nogueroles, al ser
invitada por el Ayuntamiento de Carabanchel para dar una charla fue
advertida por la responsable municipal, por supuesto perteneciente a un
partido, de que no debía hablar del Partido Feminista porque solo se
trataba de un acto para informar e impulsar la huelga del 8 de marzo. En
Canarias, la coordinadora del Partido Feminista, María Jesús Fernández,
sostiene una verdadera batalla con las organizadoras de la Red
Feminista de las islas porque no la dejan hablar en la manifestación del
8 de marzo ni permiten que las militantes del PFE ostenten símbolos o
pancartas del partido, ya que no permiten la participación de
ninguno, convirtiendo la manifestación del 8 de marzo en un acto
exclusivo de la Red, como si la manifestación y la calle fueran
propiedad privada de esas señoras.
En las comisiones que organizan los múltiples actos feministas se
mantiene una perpetua discusión sobre si se pueden o no exhibir las
pancartas y los símbolos de los partidos políticos.
Estos son solo algunos de los ejemplos de la politicofobia que
acomete a nuestro país y que se están repitiendo diariamente en las
actividades sociales. Las asociaciones y organizaciones populares tienen a gala no estar “politizadas”,
como si eso fuera posible, para mostrarse puras e incontaminadas. Los
participantes en el 15-M, cuyas manifestaciones y asambleas parecieron
conmocionar el país, se jactaron de ser apolíticos y por tanto de no
estar contaminados con el mal del partidismo. Cuando se convirtieron en
Podemos muchos de los que entonces estaban en las calles han escrito
quejándose amargamente.
Ahíta estoy de oír las mismas manifestaciones de pureza antipolítica y
crítica y persecución de lo “político” tanto en las asambleas
feministas como en las de otras organizaciones.
Resulta altamente preocupante que se estén difundiendo continuamente
mensajes por las redes sociales anatemizando a los partidos políticos, a
los diputados, a los concejales y demás representantes que han sido
votados en las sucesivas elecciones. Se les critica por los
ingresos que perciben y los privilegios de que disfrutan, exigen que se
les rebajen los sueldos, que se les quite la pensión de jubilación y los
coches oficiales, y que se eliminen el Senado y las Diputaciones,
y en ese esperpéntico análisis concluyen que con estos ahorros se
cubrirían todas las carencias económicas del Estado: sanidad, educación,
pensiones, etc.
Resulta todavía más sorprendente que en tales mensajes nunca se hable
de los miles de millones que hemos entregado a la banca y a las cajas
de ahorros, de las primas escandalosas que perciben los consejeros de
esas entidades que han sido financiadas con dinero público, ni siquiera
cuando algunos están siendo juzgados por su escandalosa conducta al
autoatribuirse sueldos, primas, indemnizaciones y jubilaciones, que
suman cientos de millones de euros.
Mientras reiteran la denuncia del despilfarro que nos suponen
nuestras instituciones políticas nunca mencionan los presupuestos
militares, que este año han aumentado un 38%, ni la cuota que pagamos a
la OTAN. Supongo que la mayoría de la población no sabe que las
maniobras que las fuerzas de la Organización Atlántica realizó desde
septiembre de 2016 a marzo de 2017, en nuestro Mediterráneo, de
Gibraltar a Murcia, las más importantes después de la II Guerra Mundial,
significaron el mayor coste militar del mundo, con 30.000 efectivos
desplegados en este pobre Mare Nostrum tan vejado. No puedo imaginar el
destrozo ambiental que ocasionaron en los fondos marinos y en las costas
terrestres. Un dato: el coste de un solo día de maniobras de la OTAN es igual al presupuesto de sanidad de todo un año en España.
Lean al teniente Gonzalo Segura en este mismo periódico y conocerán
los terroríficos despilfarros y latrocinios que se realizan en nuestro
ejército, una de cuyas chuscas historias consiste en haber fabricado un
submarino que nos costó 800 millones de dólares y que no puede moverse
ni subir del fondo del mar porque pesa demasiado, y cuya reparación
costará 1.500 millones de dólares más.
Pero esta campaña no es producto de la desinformación popular. En esta operación no hay nada inocente. Al
Capital le conviene desprestigiar a los políticos y correr una tupida
cortina sobre el esquilmo a que está sometiendo a las clases
trabajadoras para financiar sus transacciones financieras y sus guerras
imperialistas. Es el absoluto triunfo del complejo militar
industrial que hace más de medio siglo señaló Eisenhower. Libertad total
para explotar y requisar los recursos del mundo sin oposición política.
Ciertamente este no es un fenómeno único español. Los movimientos
populistas que crecen y crecen en toda Europa presumen de no creer en
la representatividad de las Cámaras sino de reunirse en asambleas donde
tomarán decisiones que llevarán a sus países hacia la libertad y el
bienestar.
En las elecciones italianas el Movimiento 5 Estrellas –y buena moda
esta de ponerles nombres insulsos y sin definición a las formaciones
políticas- que tiene una gran aceptación en Italia y millones de
votantes, ha sido creado e impulsado basándose en la crítica a los
partidos políticos. No ha desanimado a sus electores que en la pasada
legislatura haya sido imposible impulsar una coalición
progresista porque los “puros” estrellados se negaron a pactar con
ningún otro partido, permitiendo con ello nuevamente el
protagonismo de Berlusconi, ni que la alcaldesa de Roma, perteneciente a
esta formación, se haya mostrado como una absoluta inepta en el
gobierno de la ciudad.
Pero ahí están los movimientos y proclamas populistas de Hungría,
Polonia, Austria, Francia, Alemania, Grecia, que quieren acabar con las
instituciones políticas recuperadas después de la II Guerra Mundial y
que están permitiendo el resurgir de las organizaciones fascistas y
nazis. En España, que consiguió algunas de las libertades y
organizaciones democráticas después de la muerte de Franco y que conoce
bien el horror de la dictadura, no se han reproducido los partidos
fascistas, como tampoco en Portugal. Pero el germen está ahí, en
difundir el desprestigio, el desprecio y hasta el odio a los partidos
políticos -hay que añadir a los sindicatos- y contra las convocatorias
electorales, la designación de candidatos, la labor parlamentaria etc.
etc.
Resulta muy preocupante observar la ignorancia de las
generaciones educadas después de la dictadura respecto tanto a nuestra
historia reciente como a los fundamentos más elementales de la política.
Al parecer la escuela no es más que la guardería de los niños y los
institutos el almacén de los adolescentes. Porque los y las profesoras
no parecen haber instruido a nuestra ciudadanía en los principios
democráticos, en la necesidad de respetar y sostener nuestro entramado
legislativo y partidista en contraposición al peligro del fascismo.
Nuestros conciudadanos no conocen la campaña que organizó Mussolini y
su partido fascista contra la democracia representativa y que fue
fundamental para inducir a los italianos a aplaudir su dictadura. Nadie
debe haber leído los discursos de José Antonio Primo de Rivera contra la
II República afirmando que el único destino que tenían las urnas era
ser destruidas. El 15-M propugnó la abstención en las elecciones de
aquel año y el Partido Popular ganó con mayoría absoluta y tuvimos que
soportar cuatro años más el gobierno de Esperanza Aguirre.
La peor consecuencia de esta campaña sin duda orquestada,
organizada y alimentada por la derecha es que iguala a todos los
partidos. Es común la frase: “todos son iguales”. Para el
sentir popular son igualmente despreciables los que han detentado el
poder desde el final de la Guerra Civil hasta hoy y sus herederos,
Alianza Popular, ahora Partido Popular, ahogados en un mar de corrupción
y que se han dedicado a explotar al pueblo, y los nuevos cachorros de
la derecha de Ciudadanos, como Izquierda Unida que ha sacrificado a sus mejores hombres y mujeres en la lucha contra los horrores del fascismo y que continúa la misma batalla con total heroísmo. Igualándolos a todos la derecha se encubre y enmascara.
Muchos de los pensionistas que protestaban estos días ante
los parlamentos y ayuntamientos de nuestras ciudades habían votado al PP.
Nadie le preguntó a quien había votado la virtuosa jubilada que
declaraba en la televisión que no había partidos detrás del movimiento
de los enfurecidos manifestantes.
La ciudadanía española en vez de defender con uñas y dientes las
organizaciones políticas que nos han sacado del horror de la dictadura, a
pesar de todas sus carencias, cuya conquista costó la libertad y la
vida a varias generaciones de sus antepasados, apoya extrañas
misceláneas de grupos formados de aluvión con gentes de todas las
procedencias, de nombres estúpidos, sin concreción en los programas ni
en los objetivos, sin una definición que permita situarlos claramente en
las opciones políticas existentes. Y que cuando alcanzan algunos cargos
representativos muestran su incompetencia y sus vacilaciones
ideológicas, cuando no claramente reaccionarias y antifeministas, y que
se dedican a discutir y a pelearse entre las diferentes tendencias sin
resolver los problemas para lo que fueron elegidos.
El desprestigio de la política se está extendiendo en nuestro
país. Ciertamente algunos partidos y algunos dirigentes han hecho todo
lo posible para que tal intoxicación social se haya producido, con la
corrupción y la venalidad que han protagonizado, pero la manera
en que se ha impregnado la conciencia ciudadana de que lo puro y lo
sano es no tener partido, no hacer campaña política, no defender un
programa de gobierno, sólo lleva a apoyar a los consorcios y grupos
económicos que pretenden gobernar sin oposición ni elecciones, que es lo
que le conviene al Capital. Ya sabemos, o deberíamos saber, que el
fascismo es el brazo armado del Capital.
Y también deberíamos saber que el desprestigio general de la política y de los partidos únicamente beneficia a la derecha.
DdA, XIV/3784
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