
Pablo Sierra del Sol
Lo que más escama la piel no es ver cómo una crisis política se
convierte en un problema judicial a nivel internacional a fuerza de
decretar órdenes de detención y prisión preventiva para unos cargos
públicos que, aunque lo habían prometido a sus votantes en el programa
con el que se presentaron a les elecciones de 2015, no tuvieron el valor
de firmar oficialmente la declaración unilateral de independencia de
Catalunya que votaron en el Parlament. Legalmente, todo fue un paripé,
como se quejaba la CUP tras lo ocurrido el pasado 10 de octubre. Hubo
un par de leyes que se saltaban todo un ordenamiento jurídico para
sostener con pinzas lo que no se atrevieron a refrendar de forma
oficial. Y ya está. La independencia fue humo. La DUI se perdió entre
mucha frase grandilocuente, mucha pirotecnia simbólica, mucho “nosotros
somos nosotros”, como escribía hace un par de días Guillem Martínez en
CTXT en otra de sus magistrales crónicas.
Llenar las cárceles españolas de políticos catalanes ni resuelve el
problema del encaje de Catalunya ni acaba con el sentimiento
independentista. Produce justamente el efecto contrario. Rompe aún más
España. La caza de Llarena y el resto de profesionales de la justicia
que están participando en esta locura sirve, además, para comprobar cómo
el Partido Popular ha terminado de reventar la separación de poderes en
España, curiosamente, durante la legislatura en la que los populares
cuentan con menos fuerza en votos y escaños desde 1989, cuando empezó el
auge de una derecha que se ha dedicado a vaciar las arcas públicas con
una mano y, con la otra, a cargarse la convivencia pactada en la
Transición (un pacto en el que Alianza Popular participó de forma
discreta y a regañadientes). Cada vez que ha necesitado una cortina de
humo para tapar sus vergüenzas, el PP ha agitado el avispero de
Catalunya. Los mismos que consiguieron apartar de la carrera judicial a
Elpidio Silva y Baltasar Garzón, los jueces que les investigaban, y que
no saben nada de la Caja B, de Eme punto Rajoy, de la Gürtel, Púnica,
Lezo o Pokémon están diciendo estos días que nadie puede estar por
encima de las leyes del Estado.
Ser consciente de que la justicia española está controlada por uno de los partidos más corruptos de Europa es lo que realmente escama la piel –e irrita los ojos y seca la garganta, como si fuera una alergia de primavera que ha llegado para quedarse–, porque ahora han caído Puigdemont y varios de sus consellers, pero mañana puede ser alguien que ni siquiera haya amagado con quebrantar la ley sino que haya hecho uso de su libertad para expresar algo que incomoda. Pienso en otro periodista, o tuitero, o rapero, o artista, o activista, o manifestante, o migrante sin permiso de residencia, o quien sea que se atreva a salirse de ese baldosín minúsculo en el que PP nos está obligando a vivir.
Ser consciente de que la justicia española está controlada por uno de los partidos más corruptos de Europa es lo que realmente escama la piel –e irrita los ojos y seca la garganta, como si fuera una alergia de primavera que ha llegado para quedarse–, porque ahora han caído Puigdemont y varios de sus consellers, pero mañana puede ser alguien que ni siquiera haya amagado con quebrantar la ley sino que haya hecho uso de su libertad para expresar algo que incomoda. Pienso en otro periodista, o tuitero, o rapero, o artista, o activista, o manifestante, o migrante sin permiso de residencia, o quien sea que se atreva a salirse de ese baldosín minúsculo en el que PP nos está obligando a vivir.
DdA, XIV/3804
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