Pepe Guinea
Hoy
he podido acompañar a mi buen amigo Paco en la despedida de su madre.
Tuve la suerte de compartir buenos ratos con ella, así que mi
acompañamiento era también un gesto de reconocimiento hacia todo el
cariño que pude recibir. Siempre me recibió con una sonrisa. La conocí
ya muy mayor y para mí ha sido y sigue siendo un ejemplo acerca de cómo
encarar la vida desde la adversidad. Fue una gran consejera en mis
inicios como horticultor. Con uno de sus brazos paralizados, que llevaba
recogido en un pañuelo sobre su vientre, manejaba la azada con la
destreza de un ninja. Con ella aprendí que, como decía aquel anuncio,
'la fuerza sin control no sirve de nada... La fuerza bruta de mis
treinta, no tenía nada que hacer contra su depurada técnica de toda una
vida y a sus ochentaytantos, cada golpe suyo valía por 10 míos. Ahora
sus restos reposan en el pequeño pueblo que la vio nacer y que desde
hace tiempo, también forma parte de mi historia. Aun con la
contradicción que me genera por tratarse de una pérdida, tengo que decir
que creo que ha sido la experiencia más 'bella' que he tenido en
relación a la muerte. Tan distante de la masificación de las ciudades,
de las cabinas numeradas donde parece que te diriges a una puerta de
embarque, del tratamiento aséptico donde todo ocurre a cierta distancia o
a través de una mampara... Caminando a través de la nieve de este
primer día de primavera, entre todos los que hemos podido echar una
mano, trasladamos su cuerpo hasta su destino final, donde tras
despedirnos, retomamos el camino de vuelta. Aunque bien se sabe que soy
un hombre pegado a una cámara, por respeto no me pareció oportuno llevarla. Desbordado por la autenticidad del momento, recurrí
a mi viejo móvil para ayudar a conservarlo en mi memoria. 'Tía Benina',
93 años de plantarle cara a la vida. Descansa en paz. Te lo mereces.
Vives en nuestro recuerdo. Allá donde vayas, espero que tengas acceso a
un pedazo de tierra donde puedas enseñar el arte de plantar patatas.
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