Jaime Richart
España, esa
nación de naciones que sus habituales cancerberos se niegan a reconocer como
tal en la práctica aunque ambiguamente en leyes y constituciones, en planes
de enseñanza y en círculos mediáticos, va camino del precipicio de la historia
a estrellarse contra el vacío de su identidad...
Tantos
avatares a lo largo de los siglos sin comprender los propietarios virtuales de
sus haciendas que existe una variedad de sensibilidades y de mentalidades a lo
largo y ancho de la península y de sus islas algunas de ellas incompatibles
entre sí, no pueden explicar lo que nos pasa. Los diferentes tipos de Estado que han ido
circulando por la historia se empeñan en reducir a sus más de quinientos mil
kilómetros cuadrados a una única sociedad, a una sociedad políticamente única.
La centrifugan primero y luego persisten en homogeneizarla sin éxito sólo porque
la lengua predominante, hablada por 570 millones en el mundo, creen que basta por el número aunque carezca del
peso específico necesario para el
desarrollo de la ciencia y de la tecnología o de otras virtudes públicas que no
tiene; o porque una religión radicalmente controvertida en estos tiempos por
su manera de entenderse y de aplicarse se ha impuesto a lo largo de los
siglos en el ejercicio de una virtual teocracia santificada por reyes y
dictadores. Y sin embargo, sí explica en cambio todo eso su permanente
inestabilidad social, política y moral con cortos períodos de calma más o
menos forzada cercana a la languidez y a la pasividad.
Desde luego
España lo que sí me parece muy claro es que nunca será una monarquía señorial
y tranquila como el resto de monarquías europeas. Pero tampoco será una república
aglutinadora de historia y de suficiente fuerza centrípeta como la de Francia.
Ni siquiera como la de Italia. España es incapaz de dar por conclusa alguna
vez su manera de ser y de estar en el concierto de las naciones.
Algo parecido
a lo que ocurre con Inglaterra respecto a las Islas británicas. Con la abismal
diferencia de que la lengua inglesa se ha impuesto al mundo por su sobriedad,
su fácil asimilación y su proyección cientítica. Con la diferencia de que su
iglesia se ha mantenido dentro de los límites naturales y no se ha empeñado en
predominar fuera de sus confines. Con la diferencia de que su tolerancia en lo
sociológico ha ido siendo considerable a partir de la segunda guerra mundial
y a medida que evoluciona el mundo. Lo que ha propiciado la independencia de
Irlanda y permitido las intentonas de independencia de Escocia y los
referendums en ese territorio que aclaran oficialmente preferencias, sin dar
permanente pie a la cábala o la conjetura que tanto interesa a medios de
comunicación y a empresas demoscópicas en España. Con la diferencia, en
fin, de que el carácter inglés no es proclive a ejercer excesiva presión
directa en sus dominios más tiempo del preciso ni dado a apretar demasiado
nunca las cuerdas de la intransigencia radical. Razón ésta por la cual
mientras el espíritu de la Pérfida Albion prosigue en sus antiguas colonias,
España no mantiene relaciones políticas especialmente gratas con los países de
los que hasta hace no mucho más de dos siglos fuera su dueña y señora...
DdA, XIV/3772
No hay comentarios:
Publicar un comentario