martes, 16 de enero de 2018

PABLO GARCÍA BAENA Y SU RUMOR OCULTO

Lazarillo

Echo de menos no haber escrito lo que entonces le propuse a mi compañero de reportajes sobre las culturas de España a finales de los setenta. El poeta y escritor Javier Villán, periodista y amigo, estuvo de acuerdo en que, al margen de nuestras crónicas y entrevistas por aquella naciente España autonómica, deberíamos anotar la intrahistoria de aquel año y pico de viajes por las nacionalidades y regiones del país, entonces en flor de rescate. De haber cumplido ese propósito, tendría ahora una mejor documentación personal para ilustrar los recuerdos que se han ido difuminando en mi memoria. Entre ellos está el del poeta cordobés del grupo Cántico, Pablo García Baena, que acaba de fallecer a los 96 años de edad, y del que solo guardo una borrosa imagen de su afable cordialidad durante la larga conversación que mantuvimos con él. Apenas había leído este Lazarillo en aquellos años unos cuantos poemas de este autor, pero sí me había aprendido por razones sentimentales uno perteneciente al primero de sus libros, Rumor oculto, cuya publicación data de mediados de los cuarenta, esto es, de cuando el poeta era un joven veinteañero. Recuerdo haber recitado ante su autor los primeros versos, e instarme él a continuar, sin que ahora tenga constancia de que pudiera llegar hasta el último verso. Poco más ha quedado en mi memoria de aquel encuentro de hace casi cuarenta años. Por fortuna, hoy en día, sigo sin poder sustaerme a la emoción que comporta volver a recitarlo:


Sólo tu amor y el agua....Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.
Sólo tu amor y el agua.....El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.
Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.
Lo puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.
La noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba.....
Sólo tu amor y el agua... 

DdA, XIV/3747

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