Joaquín Pérez Azaústre
diariocórdoba.com
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En el metro de Barcelona un tipo
empuja a otro por la escalera y después le revienta la cabeza a
correazos y patadas. En la frontera de México con EEUU, en Arizona, la
Patrulla Fronteriza estatal no solo impide de manera continua el trabajo
humanitario de la organización No Más Muertes, sino que destroza los
bidones de agua y las provisiones que sus miembros dejan allí, junto con
las mantas para protegerse del frío helador y nocturno del desierto,
para los inmigrantes ilegales. Hace falta tener mala baba o estar al
servicio de un jefe miserable --o ambas cosas-- para, como ha denunciado
la organización en su informe Interferencia a la Ayuda Humanitaria.
Muerte y Desaparición en la Frontera de los EEUU con México, «cortar,
pisotear, golpear, verter y confiscar» las botellas de agua que dejan en
el desierto. Derramar el agua sobre la arena es una manera más refinada
y cruel, pero igualmente salvaje, de tirar por las escaleras a alguien,
patearle la cara y golpearle con la hebilla del cinturón en la frente
hasta dejarlo inerte en el andén. Son dos noticias recientes de idéntica
factura, con la misma fractura sacudida al leerlas. Barcelona y
Arizona: esa imagen, derramar el agua en una duna, entre los matorrales.
Se trata de grabaciones con cámaras ocultas que demuestran cómo los
agentes fronterizos patean --una vez más-- los grandes recipientes de
agua que han dejado allí los voluntarios. Según el informe, entre 2012 y
2015 No Más Muertes distribuyó unos 120.000 litros, de los que fueron
destruidos 13.400. Afortunadamente, el resto sí pudieron ser usados.
Milicias civiles, cazadores, rancheros y miembros de la Patrulla
Fronteriza. Demasiadas botas. Así vivimos, entre la indigestión de
repugnancia y la sordera habitual del día líquido. En los últimos veinte
años se han encontrado restos de 7.000 inmigrantes en el desierto entre
EEUU y México. Muchos deshidratados. Está pasando ahí, a un golpe de
clic. La realidad. Esta carnicería de la sed.
DdA, XIV/3754
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