Andrés Sorel
El siglo XIX fue el de los textos teóricos y políticos, que alentaban revoluciones de las mayorías, oprimidas,
contra terratenientes, poderes religiosos y desarrollo de un
capitalismo opresor y cada vez más poderoso. Explotados, tratados sin
piedad, incluso niños, no quedaba otra salida que desatar la violencia
contra la violencia institucional en el trabajo y en las formas de vida. Marxismo, anarquismo,
socialismo revolucionario y en las colonias violentas insurrecciones
contra los grandes nacionalismos opresores.
Ahora nos encontramos en
el siglo XXI. Y salvo excepciones, echamos de menos textos teóricos y
de confrontación que no sean "pactados" "acomodados" "políticamente
correctos" contra el nuevo capitalismo, que tras dos guerras mundiales
tuvo que ceder en beneficios sociales y mejores formas de vida a una
clase media cada vez más numerosa y a los trabajadores, tras decenas de
años de acciones reivindicativas y revoluciones más o menos frustradas. Y
hemos llegado a una aceptación del neocapitalismo que impone cada vez
más condiciones leoninas en las sociedades más desarrolladas. Al tiempo
que explicita sus teorías sobre el mercado y la globalización, conceptos
trampa de sus economistas y teóricos mayoritarios para acentuar sus
recortes sociales y explotaciones económicas cada vez más salvajes, al
tiempo que con términos como los de "la sociedad del bienestar" busca
alienar no solo a las mayorías, que además, gracias a la televisión y
otros medios comunicativos, se muestran cada vez más pasivas, sino
también "encadenar" a organizaciones políticas y sindicales, a sus
fines.
Se habla de vez en
cuando de los genocidios fascistas, aunque algunos de los que así se
expresan son herederos y benefactores de aquellos, e incluso de los
campos de exterminio alemanes como si hubiera sido un problema de solo
un puñado de asesinos. Pero en los últimos decenios nadie asimila esa
realidad que como todas las guerras tiene una razón de ser de dominio
económico, con los miles y miles de ciudadanos de distintos países del
mundo, víctimas de las masacres y salvajes contiendas desatadas por el
capitalismo para apoderarse de sus mercados y las materias primas de los
pueblos.
A los incinerados en los
hornos crematorios cuyas cenizas se repartían por los cielos donde
efectivamente "no se yacía estrecho" suceden hoy las que en las aguas de
los mares encuentran otra tumba tan amplia como aquella, y los que
pierden la vida también en travesías del desierto, campos de refugiados,
y los que más suerte tienen, en prostíbulos, trabajos casi esclavistas.
Huyen de los bombardeos y destrucciones de sus ciudades, de las
hambrunas y faltas de condiciones higiénicas y atenciones médicas, de
sus aldeas o guetos miserables.
Y en los países
desarrollados, como España, se acentúa cada vez más otra explotación
inicua y salvaje desatada por un puñado de corruptos multimillonarios
que van conduciendo, cada vez más, a la mayor parte de la población casi
a sueldos de miseria y condiciones laborales leoninas. Y pensando en
los textos y acciones del siglo XIX, cuando contemplamos a los
dirigentes -
siempre existen excepciones, pero son los que menos pueden influir-
sindicales o políticos, reunirse una y cien veces con los oligarcas para
pedir que los salarios de los trabajadores suban un 1 o 2% y las
pensiones ni esa cifra siquiera, al tiempo que banqueros, empresarios, e
incluso algunos políticos cada año no dudan en incrementar sus salarios
en más del 40%. Pero los "defensores" de la clase obrera, que así se
denominan, cumplen su misión como buenos colaboradores burocráticos del
poder.
Dirigentes que debían
alentar las luchas y rebeliones contra este neocapitalismo salvaje y
parecen encontrarse muy satisfechos en su labor "revolucionaria" que no
deja de ser remunerada por quienes consideran que así se salvaguarda el
orden social y se respeta la Ley. También los miles de funcionarios del
nazismo y el fascismo, dentro de su "banalidad del mal" justificaban su
trabajo sin querer saber nada de las consecuencias que alcanzaba. Por
eso escribía en 1944 Adorno: "Toda responsabilidad concreta desaparece
en la representación abstracta de la injusticia universal".
El grito y la insumisión
del pasado, hoy, en el siglo XXI, está necesitando de una reencarnación
de análisis y proyectos políticos que cambien esta pesadilla que
atormenta, aunque muchos no sean conscientes de ello, a la mayor parte
de la población. Mientras, televisiones, periódicos y revistas no dudan
en mostrar cotidianamente su "inocente culpabilidad" informando, como
ejemplo de la sociedad del bienestar, de las lujosas viviendas bien
protegidas por guardias de seguridad, vacaciones en paraísos fiscales,
suntuosas fiestas, relaciones y conquistas amatorias, atuendos y joyas
de gran valor de aquellos que dominan la cultura del ocio: 1 solo de
ellos puede ingresar beneficios equivalentes a lo que ganen al año más
de 100.000 personas.
DdA, XIV/3748
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