Jaime Richart
Antes de que
se presente en la península ibérica el cataclismo silencioso que significaría
la súbita falta de agua "suficiente" provocado por el cambio
climático, la sociedad española y los poderes públicos debieran prepararse con
anticipación y fanfarrias para aminorar los efectos de esa carencia que cada se
perfila con más claridad en el horizonte... Está muy bien no provocar la
alarma social, pero urge modificar los patrones de conducta en este asunto a
cualquier precio.
Pues es ya más que evidente que no estamos
ante un simple ciclo atmosférico más, ni ante una sequía de coyuntura. Ni en el mundo ni en España.
Nos encontramos ante una tendencia global de la disminución severa de la pluviometría
en el planeta y en cada rincón del mismo, con progresión y
consecuencias diferentes según la latitud. Lo que genera una desecación implacable en las zonas del sur, puede ocasionar una atmósfera incluso interesante que es la
suavización de los rigores del invierno en las del norte. En todo caso, en cada
uno de los puntos de la tierra se ocasionan unos efectos diferentes en
intensidad, pero convergentes en la ya previsible disminución severa de la
pluviometría.
Sea como fuere, lo que está claro es que un
país como el nuestro no puede seguir consumiendo agua a los niveles a los que
viene estando acostumbrado. Y sin embargo se da la paradoja de que en la medida
que aumenta la amenaza de desecación, en España cada vez se consume y se
despilfarra más agua.
No quiero recurrir a datos, porque los números
y las estadísticas sirven para la aplicación de las medidas concretas a
adoptar cuando la idea generatriz ha fructificado. Pero en este caso, ante
tantas y tan significativas evidencias como éstas, me parecen irrelevantes.
Todos podemos calcular aproximadamente el volumen de consumo de agua en una
población estanca multiplicada por otra contingente proveniente del turismo.
Pues bien, si de aquí a abril no llueve, no llueve lo suficiente, el panorama
que ahora es preocupante será dramático.
El estilo de vida español y
la escasa sensibilidad en el uso del agua, sobre todo en las grandes ciudades,
por un lado, y la proverbial indolencia del español asociada a la improvisación,
por otro, hacen temer una situación incontrolable de la noche a la mañana.
Nos disciplinaron para usar el cinturón de
seguridad, nos disciplinaron para reciclar los desperdicios, nos conminan a mil
cosas, muchas de las cuales son soterradamente hasta ofensivas..., pero no para
usar el agua en un país donde, sobre todo de una década a esta parte, está saliendo
adelante casi de milagro cada año hidrológico. Pues si al consumo ordinario y
directo de agua sumamos la imprescindible para la energía hidráulica y a esto
añadimos la renuencia del gobierno español a potenciar la energía solar, el
resultado de todo ello, si no se toman medidas con la antelación suficiente,
será inevitablemente catastrófico.
La cultura del agua, tan alejada en España de la idiosincrasia general, lleva
consigo el compromiso de valorar y preservar el recurso, utilizándolo con responsabilidad en todas las actividades, bajo un esquema
de desarrollo sostenible, además de transmitirlo
como parte de su interacción social.
Y si el gobierno y demás instituciones
implicadas en esta problemática -me refiero a la cultura del agua- no saben por dónde empezar para abordar el
asunto, he aquí presento un modelo que México viene manteniendo desde hace
mucho tiempo como filosofía de su consumo.
“Valores
de la Cultura del Agua
Si
queremos contar con agua para las próximas
generaciones debemos tomar en cuenta los valores de la Cultura del Agua:
El
Respeto al medio ambiente, o sea, conocer y querer a nuestro planeta.
La
Solidaridad de cada individuo hacia los demás, porque el
agua desperdiciada o que se fuga, es la que le falta a otra persona.
La
Disciplina para usar sólo la que necesitamos.
La
Responsabilidad para utilizar correctamente hoy, el agua que va a servir a los
ciudadanos del mañana.
La Sabiduría para utilizar la tecnología, y así lograr que el agua contaminada sea otra vez agua limpia.”
Hagamos lo imposible para que cuando tengamos
que reaccionar -y tarde o temprano tendremos que reaccionar-, no sea demasiado tarde...
DdA, XIV/3756
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