Emilio Silva
Mi hija expone mañana en clase la película "Cinema Paradiso", así
que para que prepare la parte de la clase que tiene que dar he vuelto a
verla con ella.
Todxs tenemos una caja de besos rotos, un pasado
al que no queremos o no podemos volver, un momento en la vida en el que
como una puñalada nos ha atravesado la consciencia de que arrastraremos
ausencias terriblemente dolorosas hasta nuestro último suspiro.
Todxs tenemos un Cinema Paradiso. En mi caso eran varios pero si puedo
elegir uno diría el Cine Falla, a unos pocos metros de la Plaza de Tirso
de Molina de Madrid. Tenía sesiones dobles y matinales. Dos películas
de lunes a jueves y dos distintas de jueves a domingo. Los miércoles y
los viernes era día del espectador y por 150 pesetas (90 céntimos de
euro) veías dos películas. Allí pasé decenas de mañanas, evadido de mis
deberes académicos, buscando un conocimiento que no encontraba, salvo
honrosas e inolvidables excepciones, entre las cuatro paredes del aula.
Veo Cinema Paradiso y me parece sorprendente cómo se relatan
minuciosamente los cambios sociales y económicos de una sociedad europea
sin salir de un cine. Sociología pura.
Es una película hermosa y
emocionante, porque toda ella es un funeral. Un funeral a todo lo que
se pierde con el paso del tiempo pero sobre todo es el funeral de un
elemento que revolucionó sentimentalmente las vidas de millones de
personas y que quienes no pertenecemos a ese tiempo en que podías pasar
toda tu vida sin alejarte más de 50 kilómetros del lugar en el que
habías nacido nos cuesta comprender.
Después de verla uno piensa
en lo mal que enterramos las cosas en España. Han muerto los Cinemas
Paradisos sin apenas nostalgia, sin el relato de lo que fueron y de lo
que significaron. La antropóloga británica afincada en Nueva York, Jo
Labanyi dirigió un proyecto de entrevistas en el levante español para
recoger el relato de lo que significaban los cines en el mundo rural de
la postguerra. Todo lo que le he escuchado hablar de ese proyecto es
tremendamente hermoso y aleccionador.
En nuestro país han muerto
esos cines como una necesidad, como una conquista de lo modernos que nos
hemos vuelto en unos pocos años. Qué fácil es cambiar la
superficialidad de una sociedad y qué difícil es cambiar su
mentalidad.Enterramos mal las cosas importantes, quizá porque hemos
estado siglos enterrando con honores a quienes no los merecían.
Por alguna razón en Italia entierran mejor lo importante en los
funerales que hace el cine. Cinema Paradiso es un ejemplo, la falta de
un Novecento español que relate las enormes luchas y los grandes cambios
sociales que supuso la Segunda República es otro.
Al final,
nuestra historia está llena de besos sociales y políticos que nos
robaron, que nos arrebataron, de conquistas nunca contadas que sin un
relato que certifique su existencia parecen apenas sueños. Los hombres y
mujeres que besaron nuestra historia luchando contra el fascismo
esperan todavía alguien que pegue y proyecte todos los negativos
recortados de su enorme esfuerzo por defenderse y defendernos de la
terrible maquinaria del nacional catolicismo político. Como dice
Alfredo, el operador del cine, cuando ha quedado ciego y se inventa la
película ignífuga: "El progreso siempre llega tarde". El nuestro parece
que sí.
DdA, XIV/3710
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