Siempre es una buena ocasión para recordar a quien, a juicio de este modesto Lazarillo, es uno de los mejores poetas que dio Asturias. Los que leemos poesía habitualmente tenemos los libros de Ángel González como material recurrente para que sus versos sigan teniendo vida cada vez que se pronuncian. Y quienes tuvimos además el gusto de conocer a la persona, aunque en mi caso fuera de modo circunstancial y pasajero, no podemos desvincular en el recuerdo la obra y el carácter de quien la hizo. Me agrada por eso que mi estimado Luis Arias, profesor y escritor ovetense, recurra a un artículo publicado hace dos años sobre Ángel González y Oviedo. Repito una vez más, y lo haré hasta la saciedad, que la ciudad tiene un compromiso con la figura del poeta, y que un Ayuntamiento con una cierta proyección de responsabilidad en ese sentido debería hacer todo lo posible porque su vida y su obra -patrimonio de todos- sea celebrada y recordada de manera que nutra la inquitud cultural de Oviedo, activa y permanentemente, visto que la Fundación que iba a llevar su nombre quedó en nada. El artículo de Arias Argüelles-Meres, publicado en el diario El Comercio, está fechado el 4 de diciembre de 2015, con ocasión de unas jornadas que hubo en la Universidad de Oviedo en homenaje a González. Lo malo de los homenajes es que no hacen camino y se quedan en protocolo, sin ningún efecto en la cultura del porvenir ciudadano, como de seguro pensaba el poeta:
“Ciudad de sucias tejas soleadas:/casi eres realidad, apenas nido,/
sólo un rumor, un humo desprendido,/ de las praderas verdes y
asombradas”. (Ángel González. “Capital de provincia”.).
“Quizás
es el que mejor representa en la lírica lo que puede llamarse tono
asturiano: una mezcla de humor irónico, de melancolía, de sobriedad
expresiva, de natural profundidad y poco colorido”, (Alarcos sobre Ángel
González).
La Universidad de Oviedo, bajo el título
“Ángel, me dicen”, organiza unas jornadas académicas sobre la obra de un
extraordinario poeta que vino al mundo en esta ciudad. De un
extraordinario poeta al que nunca le faltó una suerte de humor ácido que
supo plasmar, rondando la perfección, el talento del poeta que nos
ocupa, así como las circunstancias que marcaron su trayectoria vital y
literaria.
Poeta Ángel González, que habló de un general que
confundió las urnas con las armas. Poeta Ángel González, que supo
compadecerse de unas cucarachas desnortadas que pensaban manifestar sus
quejas por escrito al Presidente de la República en un país llamado
España. Poeta Ángel González, que supo poner en verso una larga historia
que, al final, le dio nada menos que todo un nombre, su nombre.
Fábulas para animales para que aprendan todo lo malo que anida en el ser
humano. Chicas universitarias que declinan el griego clásico. El
instante que encuentra quien le escriba en un hermoso y memorable
soneto. Esa vocación frustrada de haber sido cantante de boleros
lastimeros. La historia, nada santa ni tampoco inocente madre historia
que como la morcilla asturiana, se elabora con sangre y se repite.
Destellos continuos de un humor quevediano
Ángel González y
Oviedo, la ciudad que lo vio nacer, la ciudad a la que regresó en su
momento como profesor universitario, eso sí, por muy poco tiempo, cuya
última clase, si no recuerdo mal, versó sobre un poema de un gran poeta
de su generación, José Ángel Valente. La ciudad que tanto lo agasajó
cuando se había convertido, muy merecidamente, en un poeta de prestigio.
Ángel González y Oviedo. En su momento, Alarcos escribió un libro sobre
la obra del poeta. Hablamos del mejor Alarcos como crítico literario,
del mismo Alarcos que había apostado por la poesía de Blas de Otero, y
que aportó, con una prosa precisa y elegante, las claves más importantes
de la obra de su amigo.
Ángel González y Oviedo. Inolvidable un
reportaje televisivo en el que el poeta se explicaba a sí mismo desde
esta ciudad, desde el Oviedo más noctámbulo y culto, desde el Oviedo que
era para él un punto de referencia vital que tanto y tanto cimentaba su
estar en el mundo y el conjunto de su obra.
Una tarde en la que
no llovía, lo vi por vez primera en Oviedo, en la terraza del Rivoli en
la calle Uría. Me atreví a dirigirme a él para decirle que, esa misma
semana, publicaría un artículo en un periódico de la ciudad glosando su
obra. Fue un encuentro muy grato y cordial.
El tiempo fue
transcurriendo y sus idas y venidas a Oviedo se hicieron más frecuentes.
Ya era un autor consagrado. Ya era un hombre que vivía para recordar y
que en ningún momento refrenó su amor por la vida y su inveterada
costumbre de hablar sobre lo divino y lo humano con una sencillez
admirable.
El poeta y la ciudad que le sirvió de inspiración a
inolvidables poemas. Así, el “Tratado de urbanismo” en el que desfilan
los viejos indianos tan maltratados literariamente.
´”Áspero
mundo”, en efecto, pero también habría que hablar de que la aspereza
reflejada en su obra queda limada en no pequeña parte por el humor y la
ternura que lo acompañaron en todo momento.
Hablamos, en fin, del
que es sin duda el mejor poeta que dio esta ciudad. Y, más allá de los
tópicos, más allá de las asperezas de quienes luchan por apropiarse de
su figura, quedarán siempre los guiños a la inteligencia de un sentido
del humor proverbial, así como de una obra llamada a perdurar.
Siempre Ángel González. Nunca es tarde para leer su obra. Ni para releerla.
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