lunes, 4 de diciembre de 2017

ÁNGEL GONZÁLEZ, OVIEDO Y LA CIUDAD QUE LE DEBE MEMORIA Y CULTIVO DE CULTURA

Siempre es una buena ocasión para recordar a quien, a juicio de este modesto Lazarillo, es uno de los mejores poetas que dio Asturias. Los que leemos poesía habitualmente tenemos los libros de Ángel González como material recurrente para que sus versos sigan teniendo vida cada vez que se pronuncian. Y quienes tuvimos además el gusto de conocer a la persona, aunque en mi caso fuera de modo circunstancial y pasajero, no podemos desvincular en el recuerdo la obra y el carácter de quien la hizo. Me agrada por eso que mi estimado Luis Arias, profesor y escritor ovetense, recurra a un artículo publicado hace dos años sobre Ángel González y Oviedo. Repito una vez más, y lo haré hasta la saciedad, que la ciudad tiene un compromiso con la figura del poeta, y que un Ayuntamiento con una cierta proyección de responsabilidad en ese sentido debería hacer todo lo posible porque su vida y su obra -patrimonio de todos- sea celebrada y recordada de manera que nutra la inquitud cultural de Oviedo, activa y permanentemente, visto que la Fundación que iba a llevar su nombre quedó en nada. El artículo de Arias Argüelles-Meres, publicado en el diario El Comercio, está fechado el 4 de diciembre de 2015, con ocasión de unas jornadas que hubo en la Universidad de Oviedo en homenaje a González. Lo malo de los homenajes es que no hacen camino y se quedan en protocolo, sin ningún efecto en la cultura del porvenir ciudadano, como de seguro pensaba el poeta:
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“Ciudad de sucias tejas soleadas:/casi eres realidad, apenas nido,/ sólo un rumor, un humo desprendido,/ de las praderas verdes y asombradas”. (Ángel González. “Capital de provincia”.).
“Quizás es el que mejor representa en la lírica lo que puede llamarse tono asturiano: una mezcla de humor irónico, de melancolía, de sobriedad expresiva, de natural profundidad y poco colorido”, (Alarcos sobre Ángel González).

La Universidad de Oviedo, bajo el título “Ángel, me dicen”, organiza unas jornadas académicas sobre la obra de un extraordinario poeta que vino al mundo en esta ciudad. De un extraordinario poeta al que nunca le faltó una suerte de humor ácido que supo plasmar, rondando la perfección, el talento del poeta que nos ocupa, así como las circunstancias que marcaron su trayectoria vital y literaria.
Poeta Ángel González, que habló de un general que confundió las urnas con las armas. Poeta Ángel González, que supo compadecerse de unas cucarachas desnortadas que pensaban manifestar sus quejas por escrito al Presidente de la República en un país llamado España. Poeta Ángel González, que supo poner en verso una larga historia que, al final, le dio nada menos que todo un nombre, su nombre.
Fábulas para animales para que aprendan todo lo malo que anida en el ser humano. Chicas universitarias que declinan el griego clásico. El instante que encuentra quien le escriba en un hermoso y memorable soneto. Esa vocación frustrada de haber sido cantante de boleros lastimeros. La historia, nada santa ni tampoco inocente madre historia que como la morcilla asturiana, se elabora con sangre y se repite. Destellos continuos de un humor quevediano
Ángel González y Oviedo, la ciudad que lo vio nacer, la ciudad a la que regresó en su momento como profesor universitario, eso sí, por muy poco tiempo, cuya última clase, si no recuerdo mal, versó sobre un poema de un gran poeta de su generación, José Ángel Valente. La ciudad que tanto lo agasajó cuando se había convertido, muy merecidamente, en un poeta de prestigio.
Ángel González y Oviedo. En su momento, Alarcos escribió un libro sobre la obra del poeta. Hablamos del mejor Alarcos como crítico literario, del mismo Alarcos que había apostado por la poesía de Blas de Otero, y que aportó, con una prosa precisa y elegante, las claves más importantes de la obra de su amigo.
Ángel González y Oviedo. Inolvidable un reportaje televisivo en el que el poeta se explicaba a sí mismo desde esta ciudad, desde el Oviedo más noctámbulo y culto, desde el Oviedo que era para él un punto de referencia vital que tanto y tanto cimentaba su estar en el mundo y el conjunto de su obra.
Una tarde en la que no llovía, lo vi por vez primera en Oviedo, en la terraza del Rivoli en la calle Uría. Me atreví a dirigirme a él para decirle que, esa misma semana, publicaría un artículo en un periódico de la ciudad glosando su obra. Fue un encuentro muy grato y cordial.
El tiempo fue transcurriendo y sus idas y venidas a Oviedo se hicieron más frecuentes. Ya era un autor consagrado. Ya era un hombre que vivía para recordar y que en ningún momento refrenó su amor por la vida y su inveterada costumbre de hablar sobre lo divino y lo humano con una sencillez admirable.
El poeta y la ciudad que le sirvió de inspiración a inolvidables poemas. Así, el “Tratado de urbanismo” en el que desfilan los viejos indianos tan maltratados literariamente.
´”Áspero mundo”, en efecto, pero también habría que hablar de que la aspereza reflejada en su obra queda limada en no pequeña parte por el humor y la ternura que lo acompañaron en todo momento.
Hablamos, en fin, del que es sin duda el mejor poeta que dio esta ciudad. Y, más allá de los tópicos, más allá de las asperezas de quienes luchan por apropiarse de su figura, quedarán siempre los guiños a la inteligencia de un sentido del humor proverbial, así como de una obra llamada a perdurar.
Siempre Ángel González. Nunca es tarde para leer su obra. Ni para releerla.

DdA, XIV/3709

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