jueves, 14 de diciembre de 2017

LA SOCIEDAD CULTURAL GESTO, PREMIO MARÍA ELVIRA MUÑIZ A FAVOR DE LA LECTURA


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Con mucho gusto damos hoy esta buena noticia, en recuerdo sobre todo de nuestro recordado amigo Juan Garay, alma, corazón y vida de esa veterana sociedad cultural gijonesa durante tantos años, y del no menos recordado, querido y respetado maestro libertario, catedrático de Filosofía en la Universidad de Granada, José Luis García Rúa, a quien tuvimos el gusto de conocer a finales de los sesenta del pasado siglo y este Lazarillo pudo abrazar en Salamanca hace unos pocos años. La noticia ha propiciado que la memoria se  me remonte hasta aquellos tiempos de silencio en que, para respirar cultura y libertad,  había que contar con un buen refugio para decir las palabras y los nombres que nos sonaban por dentro como gritos y formaban el caldo de cultivo en que empezamos a crecer como ciudadanos de un mundo siempre por venir. Gesto era entonces ese cálido refugio para aquellos adolescentes entre los que me encontraba. Y ahí sigue. Que sea por muchos años y con el mismo aliento que  hizo posible esa asociación hace más de medio siglo. ¡Enhorabuena, Nacho y compañía! Me pregunto si hay algún libro que cuente la historia de Gesto.Si no lo hubiera, habría que escribirlo.

Nacho González

Hoy es un gran día para la Sociedad Cultural GESTO de Gijón.
Hemos sido galardonados con el VIII Premio María Elvira Muñiz por nuestra trayectoria en favor del libro y la lectura.
No podemos sentirnos más agradecidos al jurado que así nos distingue ni más honrados al ver ligado nuestro nombre al de la recordada, querida y admirada María Elvira Muñiz, que dedicó su vida a alentar en muchas generaciones de alumnos el amor por los libros y la pasión por la lectura.
Estamos igualmente felices de pertenecer desde hoy a ese privilegiado grupo de personas e instituciones que desde 2010 tienen a gala haber sido distinguidos con este premio, que en su modalidad de reconocimiento a personas, entidades o empresas ha recaído desde entonces en José Antonio Mases, Francisco García Pérez, Librería Paradiso, Miguel Barrero, Juan Cueto Alas, Paco Abril, Carmen Gómez Ojea, Francisco Álvarez Velasco y Grupo Eleuterio Quintanilla.
Hoy, más que nunca, sabemos que ha merecido la pena este esfuerzo prolongado que mantenemos en la difusión, sobre todo, de la poesía, convocando desde 1985 del Premio Cálamo, editando los Cuadernos de Poesía Cálamo/Gesto y organizando anualmente unos Encuentros de Poesía que en paralelo a la convocatoria del certamen literario han traído a nuestra ciudad durante más de treinta años a una importante nómina de escritores.
Se han abordado a lo largo de nuestra ya larga existencia, de más de medio siglo de fomento cultural, otras muchas iniciativas literarias o editoriales, como es el caso de la revista Ágora, pero no es momento para el detalle y sí para el recuerdo de quienes desde la vieja Academia Cura Sama, impulsada por García Rúa, y a través de un grupo teatral valiente en aquellos oscuros años de represión, pusieron en marcha este proyecto aún hoy ilusionante, un proyecto que ha pervivido en el tiempo gracias, fundamentalmente, al empeño de un hombre que fue el alma de Gesto a lo largo de tres décadas, nuestro añorado Juan Garay.
(Agradecimiento especial para Paco Velasco por su ánimo, asi como a Julio Obeso por el magnífico trabajo realizado en la presentación de nuestra candidatura al jurado, también a todos los socios y amigos de Gesto.)

Querido Juan Garay, hoy que nos han dado el premio "María Elvira Muñiz", en la Sociedad Cultural Gesto te recordamos con muchísimo cariño. Adjunto el poema que escribí para tu ausencia. 

LA SOMBRA LUMINOSA
A Juan Garay, por Juan Ignacio González
Sostengo que no hay nubes más densas que tus ojos,
plegarias más amargas que la ausencia de ti,
que todo lo rodea un halo de tristeza
cada vez que te nombro y no apareces.

Y si tú no te apareces en los sueños
procede hablar de amor más allá de la ley
y encender con tu luz insurrecciones.

No está lejos la costa ni lejos el naufragio
donde el mar nos arrastra deportados de ti
como en los palmerales de Ceilán.

Y al final todo es esto:
los vapores que encallan en los bajos del río,
los sauces que recuerdan la orilla del Danubio,
la flor de adormidera que decora la noche
igual que en los jardines del palacio de Estío
en la ciudad Celeste.

Y bajo a las orillas a recoger el agua
como los arcaduces recogen la esperanza
para adensar el mar con la sal de las lágrimas
en los salvoconductos de la noche,
en el cristal fractal de la memoria
de la cartografía de los poetas.

Puso el invierno precio a la derrota
y empieza a dibujarse su contorno sin ti.


GESTO EN LA MEMORIA
José Carlos Díaz

A finales de los setenta, siendo poco más que un crío, pisé por vez primera la vieja sede de Gesto en la calle Dindurra. Militaba entonces en las Juventudes Socialistas y se hacían allí las asambleas locales. Sólo unos años más tarde, en 1982, volví a Gesto con intenciones no tan épicas: convocado por Juan Garay —que presidía ya entonces la Sociedad Cultural—, y junto a unos cuantos jóvenes poetas más, para revitalizar con iniciativas menos políticas y más plenamente culturales la actividad de una institución que, como el resto de las culturales de la época, había servido de trampolín reivindicativo en los funestos tiempos de la dictadura. Desde entonces, van ya treinta y cinco años, Gesto ha sido mi compromiso. Con el Grupo Cálamo, desde donde pusimos en pie el Premio Cálamo de Poesía —que sigue convocándose puntualmente cada año y del que van ya treinta tres ediciones—, con la colección de libros que edita los trabajos galardonados, con la organización de los Encuentros Poéticos que han venido reuniendo en nuestra ciudad, desde hace tres décadas, a una importante nómina de escritores, con la publicación primero de la revista poética Cálamo y luego del boletín de opinión Ágora, con las lecturas y presentaciones de libros, con la difusión, en fin, de esa parte de la literatura con la que estamos fundamentalmente comprometidos: la poesía. Arrancamos aquella aventura literaria Juan Ignacio González, Alejandro Cuesta, Miguel Ramos Corrada, Margarita Prado, Ana Gago, Andrés Albuerne, Víctor Guerra, Miguel Ángel Bonhome... Se fueron algunos. Se nos fueron otros. Vinieron después Emilio Amor, Mar Braña, Esteban Fernández o Julio Obeso. Gesto ha sido mi otra casa, también mi otra escuela, de formación y de amistad. Sobre todo de amistad. Allí conocí a una de las personas más generosas con la que la vida me ha premiado: Juan Garay. Él fue Gesto durante muchos años y el día que se nos fue bien pensé que con él se iría también Gesto. Hemos logrado sostenerlo creo que, sobre todo, por no traicionar su prolongado y altruista esfuerzo. Echándole más horas y más ánimo si cabe a lo que hacemos. Ayudando en la tarea a Arlé Corte, que tomó el relevo de Juan con enormes ganas y creciente acierto, y manteniendo las señas que han identificado a una sociedad cultural empeñada en dar cabida a todos y fomentar la cultura alternativa, la poesía, el cine, la fotografía y el teatro.
El Premio Elvira Muñiz nos hace felices porque reconoce la labor que en el campo poético hemos venido desarrollando y porque nos liga para siempre a uno de los grandes referentes de la cultura gijonesa, la profesora doña Elvira Muñiz, que siempre alentó entre sus alumnos el aprecio por los libros.
Uno ha tenido durante estos años la suerte paralela de alcanzar algunos premios literarios y de publicar varios libros, pero este modesto galardón otorgado a Gesto, donde tanto he vivido, me ha procurado una de mis mayores satisfacciones. En la vida es importante no rehuir el compromiso de intentar mejorar el mundo que pisamos, de no fallarle a la gente que queremos cuando nos necesita. Mi lealtad a Gesto ha sido parte de mi contribución con ese deber. Dice Joan Margarit, un poeta catalán al que siempre es un placer leer y escuchar, que: “El ser humano vive en un universo cruel y brutal, que gracias a la ciencia y la técnica se defiende de la agresión de ese universo apretando un botón, pero que la intemperie moral nos alcanza a todos tarde o temprano con pérdidas, errores o catástrofes personales (la muerte de un ser querido, sentirse abandonado por tu cónyuge…). Entonces nos preguntamos, ¿qué botón debemos apretar? Es en ese momento cuando advertimos que sólo nos quedan las letras como consuelo. Pero leer a Montaigne una vez que ocurre una desgracia ya es demasiado tarde, hay que tenerlo leído antes. De ahí la importancia de las Humanidades en la educación”. Desde Gesto, modesta pero persistentemente, hemos intentado ofrecer aliento cultural a la gente que nos rodea.
Hace año y medio, y regresando de un viaje por tierras gallegas, nos detuvimos en la playa de Esteiro de Ribadeo. El día era desapacible y en el aparcamiento sólo había una furgoneta de matrícula alemana. Sentada en una piedra del arenal, con los restos de la marea a sus pies —una delgada lengua de espuma y algas—, vimos a una mujer mayor leyendo, ensimismada. La imagen no podía ser más hermosa: en medio de aquel paraje ceñido por nubes de tormenta, pizarras oscuras, ronco rumor oceánico e intensos matices verdes, una viajera solitaria apuraba la tarde con un libro entre las manos. Le tomé una fotografía sin que se apercibiera de ello y escribí días más tarde un poema que describía el momento. Hoy, cuando me siento feliz por ser una pequeña parte de Gesto y honrado porque a Gesto se le haya reconocido su trayectoria en favor del libro y la lectura, quisiera compartir este poema con todos los que han hecho posible este momento.

Leer
Leer hasta en la soledad
de una playa abandonada de mar por unas horas,
frente al angosto estuario
que custodian los acantilados de pizarra.
Leer sin reparar siquiera
que a los pies hay un pecio de marea
que enreda algas y nubes.
Leer con el sosiego suficiente
como para señalar las palabras maestras
sobre las que un libro se levanta.
Leer en un país extranjero,
en una costa lejana,
en la orilla de un arenal vacío,
cuando en la bajamar
parece igual de virgen
que un planeta todavía sin vida.
Leer para levantar luego
la vista de las páginas leídas
y ver mucho más de lo que la mirada alcanza.
Leer cuando la edad enseña
que el provecho de los años restantes
depende de pequeñas dichas:
un alto en el camino,
un paisaje que lo merece,
un libro que nos acompaña
y el olvido de cualquiera otra obligación
que no sea el instante.


DdA, XIV/3718

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