
Jaime Richart
Si por
algo me exaspera la política y especialmente la política española, es porque es una
actividad que, quizá como ninguna otra, más fácilmente se presta a
envilecerse. Eso por un lado, y por otro, porque siendo así que las mentes grandes hablan
de ideas, las medianas de cosas y las pequeñas de personas, y siendo así también que el periodismo español al
uso refuerza en las mentes pequeñas su pequeñez hablando continuamente de
personas, me niego yo a mencionar siquiera a una personaje público por más
resonante o bellaco que sea o lo parezca. Lo puede comprobar todo aquél que me conozca. Porque el
interés que me suscita la política en España, apenas pasa de saber lo que ha dicho o hecho uno o de
lo que le ha contestado el otro en un toma y daca incongruente... Y hemos quedado en que eso no
es propio de una mente grande. Por otra parte, es imposible hablar de ideas que
no sean mostrencas en este país (a menos que sea de la que tiene que ver ahora con la quimera del momento y ello sólo en aquellas
tierras), pues los sucesivos dirigentes y con ellos las clases dominantes que les
votan lo dan todo por hecho. Esto, por un lado. Y por otro, el pensamiento
global tópico existente admite muy pocas variables acerca del incrustado en cada gen. Por tanto es una pérdida de tiempo dialogar sobre política para personas como yo, clásico razonando pero adelantado a nuestro
tiempo.
Veamos. El concepto de Política venido de los griegos antiguos
que la ordenaron y que luego a través de la historia algunos
grandes hombres la perfeccionaron, atiende a tres cosas fundamentales:
servicio a la comunidad, regulación de su ejercicio y parlamento. Al ser generosamente remunerada,
lo de servicio es puro eufemismo, al girar sobre un ordenamiento jurídico y
una Constitución viciados en España, es tramposa, y al no haber nunca
correspondencia también en España entre lo que interpela un político y lo que
le responde el gobernante, es pura incongruencia.
Además
si, por ejemplo, en cualquier país de esa mentalidad que declara a la democracia
burguesa como el menos malo de los sistemas, ya me resulta ridículo y estúpido ver a docenas de
periodistas por la calle detrás de un personaje o ver a uno solo en una
radio o un plató de televisión, en ambos casos haciéndole preguntas que cualquiera
sabe que no va a responder, en España, aparte de transmitirme la sensación
de vivir en una sociedad inmadura, la mayoría de sus profesionales, y no se
diga de los gobiernos, cada uno a su manera, han hecho de la politica una
actividad maniobrera, envilecida y aburrida dentro de un marco de referencia
anacrónico y caduco.
La
Constitución es ese marco. Pero la Constitución nació viciada por las
condiciones “políticas” del momento que fue redactada, es decir, por el miedo al golpe de
Estado tras la muerte del dictador. Y ahora, en lugar de replantearse su revisión o reforma a fondo o incluso
la elaboración de una nueva, los dirigentes que dominan la política se concitan contra sus
oponentes para mantener el texto de la Constitución erga
omnes, es decir, contra viento y marea. Ello,
pese a haberse elaborado en las condiciones dichas, por no haberla refrendado
las generaciones actuales y por no ser conforme a los principios y libertades
que se supone les son propios a los actuales tiempos, incluido el derecho a la
autodeterminación de los pueblos. En estas condiciones ¿qué
interés puede tener la política que no sea el pugilato entre las fuerzas de dos
bandos, uno de ellos organizado para delinquir, como ha sancionado la Justicia,
y sabiendo de antemano que la otra lo tiene perdido?
Los países del entorno tienen
Constituciones originarias lejanas en el tiempo cuya sociedad ha ido mejorando
y perfilando en todas las materias y especialmente en la de libertades públicas y de ordenamiento
territorial. Lo han hecho a lo largo de su historia y mediando especialísimas circunstancias, como lo
son las dos guerras mundiales. Mientras que España la elaboró en 1978 en las
condiciones precarias dichas y dándose otra circunstancia, también especialísima pero que nada tiene que
ver con una guerra entre naciones sino con una guerra intestina, fratricida.
Algo que marca una diferencia abismal entre la clase de política burguesa que la practica
sostenidamente en aquellos países desde tiempo inmemorial, y la caricatura
de política que hay en España vista como la pugna entre dos mentalidades
irreconciliables porque la división entre vencedores y vencidos
en aquella guerra fatal no ha sido superada ni lleva camino de superarse. Y
este dato hace de ella un factor deprimente por un lado y exasperante por otro.
Sabido
es que en la vida no hay justicia, pero si hay algo en lo que no siendo
imprescindible (hay otras maneras de organizarse sociedad)
no hay justicia, ese algo es la política. Por eso, por su
infantilismo, por la obstinación que caracteriza a la política que se impone,
por el inmovilismo al que estamos condenados y por prestarse a un fácil envilecimiento y por
haberla envilecido quienes vienen estando a su frente durante cuarenta años
gentes por unas u otras razones indignas, detesto la Política y especialmente
la española.
Por
último, el sentido moral y la ética del político nada tienen que ver con los
del común de los mortales. Y eso significa que el político, una vez en la
gobernanza, por acción o por
omisión, es capaz de cometer o permitir que se cometa el crimen más atroz por
razones de Estado. Algo que se da de bruces con el humanismo que profeso...
DdA, XIV/3718
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