Resulta
inquietantemente significativo que, para justificar el cese de Sánchez
Mato, Carmena hiciera un llamamiento a “despolitizar el ayuntamiento”
David G. Marcos
Elsaltodiario
La aprobación/imposición del Plan Económico y Financiero
(PEF) del Ayuntamiento de Madrid ha desencadenado numerosas reacciones.
Más allá de pontificaciones y acusaciones cruzadas, este punto de
inflexión en la política económica de la capital merece ser debatido con
cierta profundidad. Estos apuntes buscan aportar algunas reflexiones a
un debate que se presenta fundamental, tanto por sus repercusiones en el
movimiento municipalista que prepara su segundo asalto en 2019, como en
el conjunto del bloque del cambio, que focaliza en esa batalla parte de
sus posibilidades para avanzar o quedar atrapado en la neutralización
de un régimen que ansía su restauración.
Podríamos asegurar que
la austeridad funciona como dispositivo disciplinario. Lo hace a todos
los niveles territoriales: municipal, autonómico, estatal y europeo. En
clave política, el estrangulamiento del sector público delimita los
márgenes de “lo posible”, dejándolo en manos del capricho privado. En
clave económica, estrecha el espacio de un hipotético keynesianismo
renovado, ahoga los deseos de una mera “gestión social” a medio plazo y
deja huérfana de horizonte a la socialdemocracia, dislocando su espacio.
Así, la obliga a decidirse entre una asimilación socialiberal y una
hipótesis de confrontación al modelo de recortes, deuda y privatización
que le permita constituirse como alternativa antineoliberal. Por tanto,
desde una perspectiva estratégica, el marco de la austeridad solo puede
ser combatido desde la impugnación.
En este sentido, no es bueno
hacernos trampas al solitario. En mayor o menor medida, dicho marco
austeritario sobredetermina los espacios en los que hacemos política. El
aterrizaje táctico de esta impugnación tendrá diferentes declinaciones,
pero la peor opción sería presentar como un éxito lo que supone un
grandísimo retroceso. El PEF acatado por el ayuntamiento madrileño
es tremendamente lesivo para la ciudad. Ocultarlo, pasar de puntillas o
intentar presentarlo como un acuerdo de bondades -señalando y
estigmatizando incluso a quienes se han opuesto a él- no es más que una
huida hacia adelante que profundiza el problema. Decir que has ganado
asumiendo los códigos y conclusiones de tu enemigo es lo más parecido a
perder. Por otro lado, resulta inquietantemente significativo que, para
justificar el cese de Sánchez Mato, Carmena hiciera un llamamiento a
“despolitizar el ayuntamiento”. Remember Margaret Tatcher: “Tony Blair
es mi mayor logro”. La despolitización de lo cotidiano acelera la
adaptación al marco imperante. Si el establishment consigue que los
ayuntamientos pasen de la alternativa disruptiva a la normalidad
anodina, Montoro habrá hecho de ellos su propio Tony Blair.
Llegados
a este punto, la pregunta es obvia. ¿Había alternativa? Algunas
personas pensamos que sí: consulta, prórroga presupuestaria y
movilización. Algunos de los argumentos en favor de la aprobación del
PEF aluden a la desfavorable correlación de fuerzas existente.
Efectivamente, en varias ocasiones se ha advertido de que tener el
gobierno de las instituciones no equivale a disponer del poder. Tampoco
el gobierno del país, ojo. Para revertir la correlación de fuerzas
primero debes saber cuál es tu músculo y tener voluntad de activarlo,
sea para avanzar o bien para resistir. Identificar y explicar los puntos
de conflicto es fundamental para luego implicar al mayor número de
alianzas para afrontar una batalla que, ni un liderazgo ni un aparataje
comunicativo, por sí solos, son capaces de ganar. Convocar una consulta
habría sido un buen primer paso. La movilización no se invoca en
abstracto, se construye dedicando recursos a ello. Contemplándola desde
la otredad disociamos una estrategia de transformación que debe ser
conjunta (entendiendo la diferenciación de espacios
institución/partido/movimiento), y vaciamos de sentido nuestra presencia
en las instituciones. No estamos en ellas para hacer sólo hasta donde
nos dejen, sino fundamentalmente para construir un contrapoder con el
que aumentar esos límites de lo posible. Entonces, recordamos
aquella fábula. Cuando la rana se acomodaba poco a poco a la temperatura
del agua, ésta comenzó a perder el sentido para morir poco después
achicharrada. Las instituciones están diseñadas para absorber todo
nuestro tiempo, hacer que pensemos que lo que se decide en ellas es lo
único que pasa y que todo lo que pasa es por lo que en ellas se decide.
Desde este monocultivo político, las clases dominantes van aumentando la
temperatura del agua. De manera más o menos gradual, con apariencia
inconexa para disimular su fondo estratégico, auscultan las
contradicciones del disenso para profundizar en ellas ofreciendo treguas
que nunca serán. ¿Alguien piensa que Montoro frenará su ofensiva
después de retirar los recursos jurídicos contra la regla de gasto,
aceptar recortes de hasta 500 millones y ofrecer la cabeza del concejal
referencial de la lucha contra el estrangulamiento de los municipios?
Cuesta creer que la bestia se verá saciada entonces. La cesión sin
horizonte nos devuelve a la casilla de salida: no se puede. La
temperatura del agua esta vez asciende en base a una estrategia de
recentralización de poder y competencias bajo un prisma tecnocrático
(despolitizador) y de corte neoliberal (normalización de la
precariedad). La respuesta, por tanto, no pasa por más normalización y
despolitización, sino por todo lo contrario. Toca politizar lo
cotidiano, ampliar y visibilizar el conflicto latente como una norma
excepcional a erradicar. Dotar a este conflicto de un horizonte común
que contemple la transformación como una tarea disruptiva, lejos de la
idea ingenua del cambio paulatino e inmaculado. Desgraciadamente, la
clase dominante no cederá sus privilegios si se lo pedimos “por favor”.
Parece que Montoro no será una excepción.
DdA, XIV/3724
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