jueves, 21 de diciembre de 2017

EL MINISTRO MONTORO Y EL SÍNDROME DE LA RANA HERVIDA

 Resulta inquietantemente significativo que, para justificar el cese de Sánchez Mato, Carmena hiciera un llamamiento a “despolitizar el ayuntamiento”

David G. Marcos
Elsaltodiario

La aprobación/imposición del Plan Económico y Financiero (PEF) del Ayuntamiento de Madrid ha desencadenado numerosas reacciones. Más allá de pontificaciones y acusaciones cruzadas, este punto de inflexión en la política económica de la capital merece ser debatido con cierta profundidad. Estos apuntes buscan aportar algunas reflexiones a un debate que se presenta fundamental, tanto por sus repercusiones en el movimiento municipalista que prepara su segundo asalto en 2019, como en el conjunto del bloque del cambio, que focaliza en esa batalla parte de sus posibilidades para avanzar o quedar atrapado en la neutralización de un régimen que ansía su restauración.
Podríamos asegurar que la austeridad funciona como dispositivo disciplinario. Lo hace a todos los niveles territoriales: municipal, autonómico, estatal y europeo. En clave política, el estrangulamiento del sector público delimita los márgenes de “lo posible”, dejándolo en manos del capricho privado. En clave económica, estrecha el espacio de un hipotético keynesianismo renovado, ahoga los deseos de una mera “gestión social” a medio plazo y deja huérfana de horizonte a la socialdemocracia, dislocando su espacio. Así, la obliga a decidirse entre una asimilación socialiberal y una hipótesis de confrontación al modelo de recortes, deuda y privatización que le permita constituirse como alternativa antineoliberal. Por tanto, desde una perspectiva estratégica, el marco de la austeridad solo puede ser combatido desde la impugnación.
En este sentido, no es bueno hacernos trampas al solitario. En mayor o menor medida, dicho marco austeritario sobredetermina los espacios en los que hacemos política. El aterrizaje táctico de esta impugnación tendrá diferentes declinaciones, pero la peor opción sería presentar como un éxito lo que supone un grandísimo retroceso. El PEF acatado por el ayuntamiento madrileño es tremendamente lesivo para la ciudad. Ocultarlo, pasar de puntillas o intentar presentarlo como un acuerdo de bondades -señalando y estigmatizando incluso a quienes se han opuesto a él- no es más que una huida hacia adelante que profundiza el problema. Decir que has ganado asumiendo los códigos y conclusiones de tu enemigo es lo más parecido a perder. Por otro lado, resulta inquietantemente significativo que, para justificar el cese de Sánchez Mato, Carmena hiciera un llamamiento a “despolitizar el ayuntamiento”. Remember Margaret Tatcher: “Tony Blair es mi mayor logro”. La despolitización de lo cotidiano acelera la adaptación al marco imperante. Si el establishment consigue que los ayuntamientos pasen de la alternativa disruptiva a la normalidad anodina, Montoro habrá hecho de ellos su propio Tony Blair.
Llegados a este punto, la pregunta es obvia. ¿Había alternativa? Algunas personas pensamos que sí: consulta, prórroga presupuestaria y movilización. Algunos de los argumentos en favor de la aprobación del PEF aluden a la desfavorable correlación de fuerzas existente. Efectivamente, en varias ocasiones se ha advertido de que tener el gobierno de las instituciones no equivale a disponer del poder. Tampoco el gobierno del país, ojo. Para revertir la correlación de fuerzas primero debes saber cuál es tu músculo y tener voluntad de activarlo, sea para avanzar o bien para resistir. Identificar y explicar los puntos de conflicto es fundamental para luego implicar al mayor número de alianzas para afrontar una batalla que, ni un liderazgo ni un aparataje comunicativo, por sí solos, son capaces de ganar. Convocar una consulta habría sido un buen primer paso. La movilización no se invoca en abstracto, se construye dedicando recursos a ello. Contemplándola desde la otredad disociamos una estrategia de transformación que debe ser conjunta (entendiendo la diferenciación de espacios institución/partido/movimiento), y vaciamos de sentido nuestra presencia en las instituciones. No estamos en ellas para hacer sólo hasta donde nos dejen, sino fundamentalmente para construir un contrapoder con el que aumentar esos límites de lo posible. Entonces, recordamos aquella fábula. Cuando la rana se acomodaba poco a poco a la temperatura del agua, ésta comenzó a perder el sentido para morir poco después achicharrada. Las instituciones están diseñadas para absorber todo nuestro tiempo, hacer que pensemos que lo que se decide en ellas es lo único que pasa y que todo lo que pasa es por lo que en ellas se decide. Desde este monocultivo político, las clases dominantes van aumentando la temperatura del agua. De manera más o menos gradual, con apariencia inconexa para disimular su fondo estratégico, auscultan las contradicciones del disenso para profundizar en ellas ofreciendo treguas que nunca serán. ¿Alguien piensa que Montoro frenará su ofensiva después de retirar los recursos jurídicos contra la regla de gasto, aceptar recortes de hasta 500 millones y ofrecer la cabeza del concejal referencial de la lucha contra el estrangulamiento de los municipios? Cuesta creer que la bestia se verá saciada entonces. La cesión sin horizonte nos devuelve a la casilla de salida: no se puede. La temperatura del agua esta vez asciende en base a una estrategia de recentralización de poder y competencias bajo un prisma tecnocrático (despolitizador) y de corte neoliberal (normalización de la precariedad). La respuesta, por tanto, no pasa por más normalización y despolitización, sino por todo lo contrario. Toca politizar lo cotidiano, ampliar y visibilizar el conflicto latente como una norma excepcional a erradicar. Dotar a este conflicto de un horizonte común que contemple la transformación como una tarea disruptiva, lejos de la idea ingenua del cambio paulatino e inmaculado. Desgraciadamente, la clase dominante no cederá sus privilegios si se lo pedimos “por favor”. Parece que Montoro no será una excepción. 
 
DdA, XIV/3724

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