Pese a su subdesarrollo
mental y analfabetismo ideológico, son de los más utilizados por las
televisiones, medios de comunicación y redes sociales.
Andrés Sorel
La política se ha
quedado sin lenguaje. Sin pensamiento. Sin confrontación dialéctica. Se
ha convertido, como quería Goebels, en un catecismo alienante, en un
circo. Mostramos dos de sus preclaros representantes: Casado, del
partido popular, y Rufián, de ERC. Ambos, que representan a gran parte
de los diputados o significativos políticos, pese a su subdesarrollo
mental y analfabetismo ideológico, son de los más utilizados por las
televisiones y medios de comunicación, para renovar teorías fascistas,
uno, o convertir la dialéctica y el pensamiento en un repulsivo teatro
de ínfima categoría, el otro. Pero las "redes sociales" gozan con la
difusión de sus ¿palabras? o actos y no dudan en mostrar así la miseria
cultural y política en que vivimos. Escuchamos gorgotear a ambos, y nos
provocan la náusea y la tristeza. Las ciencias avanzan: el progreso
retrocede. El lenguaje, gracias a ellos y a los millones que ellos dicen
representar, ha dejado de existir. Y la política se ha sumergido en la
cloaca que hace posible que una minoría de poderosos exploten
inicuamente a la mayor parte de los ciudadanos. Así, los medios de
comunicación y los partidos políticos que divulgan a semejantes
personajes nacidos de las cloacas de la ética y la cultura, aunque se
presenten como seres humanos, no solo no se avergüenzan de ellos sino
que los exhiben y confrontan con asiduidad para mostrar como las
ideologías y los lenguajes son arrojados al sumidero de la historia.
Puigdemont y el estalinismo.
Durante años criticamos
al estalinismo no solo por enterrar el comunismo y convertirse en una
partidocracia criminal, sino por algo que marcaba su desprecio por la
historia y su brutal represión cultural. Nos referimos a la política de
borrar, de cuanto había acontecido en el desarrollo del movimiento
revolucionario, a los disidentes, asesinados u obligados a exiliarse por
él. De Trotsky a Bujarin, hasta sus fotos se borraban cuando aparecían
al lado de los estalinistas triunfantes. Y los nombres de
revolucionarios, escritores, trabajadores que desde el marxismo lucharon
por una sociedad nueva, también fueron eliminados de libros,
periódicos, y prohibidos en la enseñanza de la historia.
Ahora revivimos aquella época con el llamado nacionalismo catalán y su máximo representante y ejemplar neo analfabeto: Puigdemont. Surgidos de la corrupción -Pujol y Mas como más conspicuos representantes- tampoco aceptan críticas o disidencias. No basta con expulsarlos de sus filas o del Gobierno. Ese personaje grotesco que a veces parece oficiar de payaso -denigrando esta profesión que ha dado grandes personajes- y es uno de los más ayunos de cultura y desarrollo intelectual y político, que sigue en su voluntario exilio mostrándose como Presidente de Cataluña, no se contenta con arrojar fuera de su organización a quienes no comulgan con él -o con el señor Junqueras católico y comulgante de la Santa Madre Iglesia, a la que nunca criticarán a la hora de hablar del franquismo- sino que, como hacía Stalin en los años 30 y 40, borran su presencia física de las fotografías en que aparecen a su lado. Con menos inteligencia que los zdhanovistas: desaparecen sus rostros y cuerpos, pero no sus zapatos.
La ultraderecha. Los herederos.
No es un fantasma: es una realidad. La ultraderecha vuelve a ocupar calles y ciudades de los países europeos y cada vez con más fuerza aparece en sus Parlamentos. España no necesitaba visibilizarla, porque se contentaba conque estuviera representada en el poder, sin más signos visibles que los de la corrupción y ciertos métodos autoritarios y si era preciso dictatoriales. Pero tras los últimos acontecimientos, nacionalismos de banderas, consignas, gritos y manos aplaudiendo o alzadas al cielo recorriendo calles de ciudades catalanas, ha decidido airear su presencia, reivindicando el fascismo franquista y utilizando -como hacen los otros- los medios de las redes sociales para con insultos y amenazas cobrar un protagonismo cada vez más visible. Triste presencia para los dirigentes del PP, que herederos de sus antepasados, se sienten desconcertados ante lo que ellos querían ocultar en su lenguaje y gestos, no borrando la herencia pero sin airearla, y ven como ahora aflora cada vez más a la superficie.
Ahora revivimos aquella época con el llamado nacionalismo catalán y su máximo representante y ejemplar neo analfabeto: Puigdemont. Surgidos de la corrupción -Pujol y Mas como más conspicuos representantes- tampoco aceptan críticas o disidencias. No basta con expulsarlos de sus filas o del Gobierno. Ese personaje grotesco que a veces parece oficiar de payaso -denigrando esta profesión que ha dado grandes personajes- y es uno de los más ayunos de cultura y desarrollo intelectual y político, que sigue en su voluntario exilio mostrándose como Presidente de Cataluña, no se contenta con arrojar fuera de su organización a quienes no comulgan con él -o con el señor Junqueras católico y comulgante de la Santa Madre Iglesia, a la que nunca criticarán a la hora de hablar del franquismo- sino que, como hacía Stalin en los años 30 y 40, borran su presencia física de las fotografías en que aparecen a su lado. Con menos inteligencia que los zdhanovistas: desaparecen sus rostros y cuerpos, pero no sus zapatos.
La ultraderecha. Los herederos.
No es un fantasma: es una realidad. La ultraderecha vuelve a ocupar calles y ciudades de los países europeos y cada vez con más fuerza aparece en sus Parlamentos. España no necesitaba visibilizarla, porque se contentaba conque estuviera representada en el poder, sin más signos visibles que los de la corrupción y ciertos métodos autoritarios y si era preciso dictatoriales. Pero tras los últimos acontecimientos, nacionalismos de banderas, consignas, gritos y manos aplaudiendo o alzadas al cielo recorriendo calles de ciudades catalanas, ha decidido airear su presencia, reivindicando el fascismo franquista y utilizando -como hacen los otros- los medios de las redes sociales para con insultos y amenazas cobrar un protagonismo cada vez más visible. Triste presencia para los dirigentes del PP, que herederos de sus antepasados, se sienten desconcertados ante lo que ellos querían ocultar en su lenguaje y gestos, no borrando la herencia pero sin airearla, y ven como ahora aflora cada vez más a la superficie.
DdA, XIV/3701
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