Deberemos estar muy atentos a la sentencia que se dicte en el juicio a cinco individuos conocidos con el apelativo de La Manada. De cómo se resuelva el mismo, que tiene lugar en Pamplona estos días, se podrán sacar muchas consecuencias. Estamos, según he leído después de saber que al juez que visionó las grabaciones de la violación múltilpe le impresionaron las imágenes, ante una de las agresiones sexuales más terribles de los últimos tiempos, porque, si bien todas lo son para la víctima, en este caso se dan todas las
características descritas por las investigadoras de la violencia sexual
contemporánea, marcada por la
pornografía. La última noticia que nos ha llegado es que, después de ser a puerta cerrada, las últimas sesiones del juicio serán públicas. Hay otras dos incidencias muy preocupantes: La
primera es del pasado mes de septiembre cuando el tribunal rechazó incorporar como prueba los ‘whatsapp’ de ‘La Manada’ previos al delito. La segunda, de este martes: el juez ha admitido un informe sobre la víctima encargado por un miembro de 'La Manada' a un detective. Mucho me temo que el artículo de Luz Sánchez Mellado en el diario El País de hoy nos apercibe de algo que podría ser muy grave. Comparto lo que afirma Beatriz Jimeno en CTXT en su artículo ¿A quién estamos juzgando?: Las violaciones incumben a todas las mujeres, pero ésta todavía más porque está en juego la cultura de la violación.
Luz Sánchez Mellado
Tienes 18 años. Estrenas mayoría de edad. Eres oficialmente adulta. Con
cuerpo de mujer hecha y derecha, aunque en tu rostro y en tu mirada y en
lo más hondo de tu seno, donde habita lo que llamamos alma, puede que
aún seas, lo serás siempre, la niña de los ojos de los tuyos. Pero tú te
crees muy mayor. Y capaz. Y libre. Lo eres, de hecho. Lo dice tu
condición de ciudadana de pleno derecho. Estamos en julio. Empieza tu
primer verano de libertad absoluta. Te quieres comer el mundo. Te vas a
los Sanfermines. Bebes, bailas, te desmadras tanto o más que tus pares
varones. Conoces a unos chicos en la calle a las tantas de la noche.
Altos, guapos, simpáticos como ellos solos. Hombres, ellos sí, hechos y
derechos que te sacan 10 años, 10 centímetros y mucho más que 10 kilos
de envergadura por barba. Os divertís juntos. Jijí, jajá, selfis, picos,
morritos, morreos. Puede que te des el lote con uno, o con varios, o
con todos. Porque sí. Porque eres dueña de ti misma. Porque te da la
gana y punto. Se ofrecen a acompañarte al coche. De camino, te meten en
un portal y te penetran por donde quieren mientras se jalean, te graban
en tal trance y se jactan de su hazaña ante sus colegas. Acaban, te
roban el móvil y te dejan tirada en la escalera. Les denuncias. Les
enchironan. Lloran. Patalean. Piden justicia. Dicen que son inocentes.
Que tú consentiste. Que lo pasaste bomba, incluso. Pagan a un detective
para que te siga y demuestre en el juicio que no eres una santa y que
después del episodio estabas tan pancha. Entrabas, salías, vivías. Lo
que no dicen es que, de cinco tíos como cinco Torres del Oro, ni uno
tuvo una neurona activa o una célula de humanidad para acabar con la
orgía, aunque tú se la hubieras pedido, como insinúan, casi de rodillas.
Pero, claro, ellos son hombres y tienen sus urgencias. Y tú eres muy
suelta. Ya se ve en el informe del detective. Lo que te pasa, te pasa
por algo. Por puta.
DdA, XIV/3692
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